Ambición y valentía a la crisis climática
Una ola de calor insólita en un mes de junio recorre gran parte de Europa, desatando las alertas por su peligro para la salud en varios países. Este mismo mes, otras regiones como India u Oriente Medio han padecido las temperaturas más altas jamás registradas, que han costado la muerte a decenas de personas. Los últimos cuatro años han sido, a nivel global, los más cálidos de la historia. En 2018, los fenómenos meteorológicos extremos afectaron a numerosos países y a millones de personas, y tuvieron repercusiones devastadoras para las economías y los ecosistemas, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Los medios de comunicación se llenan de noticias sobre una crisis climática que cada vez es más difícil de negar, (aunque hay quien lo sigue haciendo), y sobre la que la comunidad científica y los colectivos ecologistas llevan décadas advirtiendo, con la fuerza de los datos y las evidencias concluyentes.
Estamos en el tiempo de descuento. El informe del Panel Internacional de expertos en Clima de la ONU de 2018 nos alerta de que, aunque contamos con los recursos y el tiempo suficiente para evitar que el calentamiento global supere los 1,5ºC marcados como límite admisible, se necesita un esfuerzo sin precedentes, en cuestión de energía, industria, transporte, agricultura, ciudades y edificios para conseguir el objetivo. Que no puede ser otro que lograr reducir alrededor de un 45% las emisiones globales de CO2 de origen humano en 2030, respecto a los niveles de 1990, y lograr el "cero neto" en 2050.
Lamentablemente, no parece que las mediáticas Cumbres del Clima, la prolija redacción de leyes contra el cambio climático, ni la firma de Pactos por el Clima a nivel municipal, o la redacción de planes de acción que se quedan sobre el papel, estén consiguiendo en absoluto revertir una situación que nos aboca a situaciones catastróficas en todos los ámbitos. Las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera siguen creciendo año tras año, alcanzando niveles de acumulación muy superiores a los nunca conocidos por el ser humano, y nuestros entornos no se están adaptando a unas condiciones de vida que ya están cambiando drásticamente y que serán la nueva normalidad.
Pero ¿acaso algo está cambiando? En los últimos meses, miles de personas, sobre todo jóvenes, se están organizando en movimientos como Fridays for Future o Extintion Rebellion, movilizándose masivamente en países de todo el mundo para llamar la atención sobre la urgencia del problema y su derecho a tener un futuro por delante. Emergen nuevos liderazgos sociales, muchos femeninos, que están poniendo frente al espejo a todos los niveles a una clase política indolente e hipócrita, y al conglomerado de poderes fácticos que maneja los hilos del capital a nivel mundial. “Esto lo habéis hecho vosotros”, les dicen; “ha llegado la hora de que le pongáis solución”. Efectivamente, están poniendo el dedo sobre la llaga, porque es imposible enfrentar la emergencia climática desde los simples cambios individuales, y absolutamente injusto hacer recaer el coste de sus consecuencias sobre quienes menos han contribuido a su existencia, las personas y países más pobres. Saben que los próximos diez años serán decisivos para determinar si ganamos o perdemos esta batalla, y no están dispuestas a perder ni un segundo más.
Necesitamos cambios profundos y urgentes que parece que sólo ocurrirán si la presión social, en alianza con la evidencia científica, es suficiente para impulsar la acción política. Por el momento, esa presión se está traduciendo en gestos como las Declaraciones de Emergencia Climática que se están produciendo por parte de gobiernos y otras instituciones. Pero es necesario que estos gestos no se queden en acciones simbólicas sino que sean el punto de partida de agendas políticas que realmente y de una vez por todas afronten la mitigación y la adaptación a la crisis climática.
Y aquí las ciudades han de jugar un papel protagonista, no sólo por ser las que más contribuyen a la crisis climática, sino también porque sufrirán enormemente sus consecuencias, especialmente aquellas como la nuestra, que por su ubicación geográfica será de las más vulnerables de Europa, como advierten los escenarios de cambio climático. Hasta aquí han llegado los ecos de la movilización social, y una incipiente organización colectiva empieza a abrirse paso en las calles y en los medios, empujada por jóvenes y personas vinculadas al movimiento ecologista, pero no sólo. Colectivos como EQUO, el partido verde, hemos pedido ya al nuevo gobierno municipal que dé un giro de 180 grados en las políticas públicas que inciden en el cambio climático y declare la emergencia climática en Jaén. Y exigiremos que si lo hace, no se quede en una mera declaración de intenciones como nos tienen acostumbrados; no hay más que recordar que durante el anterior mandato, nefasto desde el punto de las políticas verdes, paradójicamente el alcalde fue vicepresidente de la Red de Ciudades por el Clima sin poner en marcha una sola medida en este ámbito en nuestra ciudad.
En una provincia, y por extensión una ciudad, cuya economía se basa fundamentalmente en la agricultura, no podemos permitirnos seguir manteniendo esta parálisis y no comenzar de inmediato la necesaria transformación económica y social que nos sitúe en disposición de afrontar esta crisis con la esperanza de que nuestros jóvenes puedan tener un futuro digno sin tener que exiliarse de su tierra, por motivos añadidos a los que ya nos aquejan.
Hace falta ambición por parte de la sociedad civil y de la clase política, para que con la mente puesta en un nuevo modelo productivo, de consumo y movilidad, se actúe para exigir e implementar todas las medidas necesarias para alcanzarlo. Hará falta también valentía para romper las inercias existentes y enfrentarse a quienes no interesa que el actual modelo cambie en absoluto. No es una opción: está en juego nuestro futuro, y el de nuestras hijas e hijos.
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