La incombustible imaginación de Ana Gutiérrez Pérez
A sus casi ochenta y cinco años de edad, la loperana realiza sorprendentes obras con materiales cotidianos, se ha autoenseñado a leer y escribir y hasta arregla las bombillas fundidas
Si allá por 1973 Ana Gutiérrez Pérez (Lopera, 1940) y su marido hubieran tenido conciencia de lo que, años más tarde, esta imparable mujer iba a ser capaz de producir con sus primorosas manos, seguramente no habrían hecho las maletas camino de Cataluña.
Seguro que no y, como en la última escena de Estoy hecho un chaval (la tragicomedia protagonizada por Paco Martínez Soria), hubieran aprovechado el talento y la creatividad de la loperana para ganar buenos dineros, como el recordado actor y su 'partenaire' Queta Claver vendiendo tapetes en tierras alemanas.
Estupenda de salud a sus prácticamente ochenta y cinco otoños, Gutiérrez asegura hacerse, cada día, "hasta dieciséis kilómetros andando", que es como se demuestra el movimiento y, en su caso, lo bien que se encuentra: "No estoy mal", comenta a Lacontradejaén.
Y es que si andar es una de las cosas que mejor hace su cuerpo, su imaginación prefiere correr: "Va muy deprisa", sentencia, y apostilla: "De toda la vida me ha gustado mucho hacer cosas, pero no he podido. He cosido, y sin ir a aprender a ningún lado; una aprende si quiere".
Hija de su tiempo, la costumbre en su infancia estaba lejos de las aulas para muchas mujeres como ella, curtidas desde pequeñas en las faenas del campo, y no había más destino que fregar, hacer la comida y poco más: "Le dije a mi madre que quería aprender a leer y escribir, pero me dijo que no, que eso era para los hermanos".
Con las ganas se quedó, y efectivamente la vida la llevó por caminos de todo menos cómodos: "Trabajando siempre en el campo; mi padre era encargado de una casa y yo cogía aceituna o hacía lo que se podía con esa edad. He sembrado melones, he segado, he vareado, he cogido algodón...". Vamos, que conoce el gusto desbordante y salado del sudor (por usar palabras de Miguel Hernández). Hija, pues, también del esfuerzo y el trabajo.
EMIGRANTES 'REMOLONES'
"En Lopera había poco trabajo y nos fuimos a Barcelona", recuerda Ana. Era 1973 y con su esposo y sus dos hijos, de nueve y tres años respectivamente, partieron en busca de una vida mejor.
Rápidamente se colocaron, ella "en una casa" y él, en la construcción. Décadas fuera de su pueblo natal, pero ni los kilómetros ni los años han podido con el acento loperano de Gutiérrez. Y ahora que su marido está jubilado y tienen casa (heredada) en su patria chica, aquí que se vienen a pasar temporadas largas (dice ella): "Ya llevamos dos años en Lopera". ¡Largas, largas, vaya que sí!
Emigrantes 'remolones', le dan muchas vueltas a eso de irse, de volver a Cataluña: "Si no fuera porque allí están los hijos y los nietos, nos quedábamos en Lopera", afirma, rotunda, la protagonista de este reportaje. Y es que aquí, en el mar de olivos, se ha reencontrado con sus habilidades, parece que hasta el aire la inspira.
"Mi imaginación no para", explica, y lo evidencia con sus creaciones: cuadros a base de cemento, para cuyos marcos no duda en utilizar un simple tenedor a la hora de rayarlo; jarrones del mismo material, que se cuaja con un globo: "Le hago la forma, le pongo su pie, su cabeza y su cuello", aclara.
¿Su taller? La cochera de casa: "Me gusta mucho estar allí tranquila, haciendo las cosas que me gustan". Yeso, tablas, pintura corriente... Cualquier cosa es buena para ella. Que se lo digan, si no, a ese simpático macetero que ha elaborado con un pantalón vaquero, su preceptivo cinturón y unas deportivas.
O sus cuadros de punto de cruz, otros hechos con hojas de olivo, centros de mesa que en realidad son sorprendentes servilleteros, todo un éxito: "He hecho muchos y no me queda ninguno, la gente me los pide y yo se los regalo". ¡Encima, desprendida! Ana lo tiene todo.
"He hecho ropa para mis nietas, zapatos, máscaras y vestidos; en la cochera tengo una lámpara que hice con varetas, lo mismo que unas enjugaderas [antiguamente usadas para secar la ropa sobre el brasero]", enumera. Y además, cocinera "de diseño", que bol que ve bol que rellena con algún plato cuyo resultado final sorprende, de tan curioso como queda.
Ah, y sujétense que vienen curvas: "Arreglo las bombillas que se funden, y los relojes, y he tapizado los sillones de mi casa". Casi mejor hubiera sido preguntarle qué no es capaz de hacer.
Dice que disfruta así "más que tomando café o viendo la tele" y, puesta a hacerlo, ha cumplido ese grandísimo deseo que persiguió siempre: aprender a leer y escribir. ¿A que no se imaginan quién ha sido su maestro? Efectivamente, ella misma. "Ahora estoy escribiendo el árbol genealógico de mi familia".
Lo dicho, una mente imparable, como ese paracaídas abierto del que habló Frank Zappa, otro politalento.
captionon audio=""] Centro de mesa que surte de servilletas a los comensales, realizado por la protagonista del reportaje. Foto cedida por Ana Gutiérrez. captionon]
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