Antonio el del Puente (el bar de las migas) apaga los fogones
Pontonero de nacimiento, el conocido hostelero se jubila tras treinta y tres años en la barra de su ensolerado establecimiento de Espelúy
"Maestro de los fogones, amante de albas y ocasos, sutil captador de la belleza natural de lo cotidiano". Así define el escritor villargordeño Juan Trinidad Carretero al conocido hostelero Antonio Ojeda Blanco, como lo nombra su DNI aunque para los incondicionales de sus sabrosas migas sea solo Antonio el del Puente, su ensolerado bar de Espelúy.
Nacido en Pontones en 1956, la historia de este singular serrano (adoptado para los restos por el pueblo donde Santa Teresa vivió uno de sus peores ratos) da para un libro tan grueso como El Quijote: "Esa es mi Biblia", sentencia a Lacontradejaén. Quizá pueda redactarlo él mismo ahora, recién jubilado, libre ya de la acaparadora disciplina horaria de la hostelería.
Sí, acaso sea este el momento de recoger negro sobre blanco tanta vivencia como acumula Ojeda en su memoria y en su mirada unas veces "de cura", otras "de amante":
"Quienes hemos estado tantos años detrás de una barra conocemos todo de nuestros clientes, pero el profesional de esto tiene algo que es bastante más sagrado que el secreto de confesión, que es el secreto de tabernero. No puedes contar nada, pero sí decir las cosas sin contar nada, hablando de lo positivo que has aprendido.".
Eso quiere, reubicarse, reordenar su biblioteca particular, escribir recordando, "sin revanchismo ni acritud, lo que pasó en la sierra en el año 65 desde el punto de vista de un niño, de como aquellas grandísimas mujeres que hubo allí guisaban sin nada, daban de comer con lo mínimo", explica este amateur de la literatura que, pese a las dificultades de su tiempo, logró equipararse en formación académica al cervantino Sansón Carrasco.
Pero..., ¿que pasó en la sierra en el 65? Y lo más importante, ¿qué relación guarda aquel hecho con su venida al pueblo donde expiró Prado y Palacio?:
"A Espeluy llegué de una forma obligada, cuando hicieron el coto nacional la gente sobrábamos allí y nos echaron". Nueve años tenía Antonio cuando le tocó vivir su primer exilio, una condición esta que lo acompaña desde entonces por más feliz que se halle en su tierra adoptiva:
"Es algo que me ha marcado mucho, porque aparte de que soy un enamorado de Espeluy también me siento serrano, y el problema es que cuando estoy aquí quiero estar allí y viceversa, soy un exiliado en todas partes", confiesa casi con las mismas palabras que utilizó Cernuda para definirse desde su destierro mexicano.
[caption audio=""] Antonio y Conchi en plena naturaleza. [/caption]
La cuestión es que, 'gracias' a aquel atropello legal pero dudosamente legítimo, Ojeda recaló en suelo espeluseño, se casó con Conchi Pinar (su compañera de vida y de profesión todos estos años —"sin ella a mi lado, esto no hubiera ido bien", afirma—), montó su local y ha hecho feliz a un buen número de enamorados de sus migas, de su peculiar cocina:
"En Figueras aprendí todos los rudimentos de las sartenes, todo lo que sé de cocina, allí cociné para Dalí, para Josep Pla y para gente muy interesante". Años de emigración que lo devolvieron a Espeluy ya convertido en todo un cocinero para arropar a su madre en momentos de enfermedad y, cosas del destino, quedarse para siempre al amor de las vías férreas.
Pasó por un restaurante mengibareño, trabajó en Bailén, pero fue ya en los fogones de su 'bar de las migas' donde el matrimonio se cuajó eso que, andando el tiempo, se ha dado en llamar cocina-fusión, que ellos practicaban, sin más pretensión que dejar el mejor de los sabores de boca desde que cogieron las riendas de El Puente:
"Me empapé de la cocina catalana, que se me daba muy bien, y cuando volví me interesé por un tipo de cocina muy desconocida (o al menos entonces lo era), la cocina de la sierra, la que yo había conocido y comido cuando era niño. Fusioné la cocina catalana con la serrana y la verdad es que fue un éxito, me ha ido muy bien", aclara, satisfecho de haber contribuido a la preservación de la gastronomía de su sierra natal.
Un breve paseo por las redes sociales da cuenta de la gratitud de tantos y tantos clientes que no olvidan los sabores de El Puente:
"Uno de esos sitios que hay que conocer para saber apreciar el valor de la cocina casera y de calidad. Son sus migas, sus carnes, sus guisos, sus postres, y lo que me transporta a otro lugar, a otra época, su constantes guiños a una tierra que le vió nacer, la Sierra de Segura, a un mundo que no puede olvidarse, a una gastronomía espectacular", expresa el villanovero Vicente José Gallego.
Solo un ejemplo de cómo a través del paladar se puede llegar al alma de las gentes. Y de eso (del aprecio del personal, del buen recuerdo dejado) no hay quien lo jubile.
Una estima que lo ha llevado a pregonar las fiestas de su segunda patria chica, tan suya que en ella le nacieron Borja y Patricia, sus hijos, de la que no se irá nada más que para visitar Pontones pero siempre con billete de vuelta, que en casa le espera ese Quijote que gusta leer en castellano antiguo porque (asevera) le recuerda "el habla de la sierra"; o su "huertecillo", para trabajarlo a gusto mientras se le amorena el rostro. O las setas, que busca como hacía Dalí, en el 76, por tierras mongolas.
Ah, y hablar con sus amigos "sin una barra por medio", "¡porque lo que es ver pasar trenes...!".
[caption audio=""] Antonio Ojeda Blanco, un hostelero de referencia que, a partir de ahora, disfrutará del merecido descanso. [/caption]
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