Artesano, marca imprescindible
Compré un par de zapatillas después de verlas anunciadas en un diario nacional. El banner estaba más o menos a la altura de la cabecera. Las vendían como un híbrido perfecto entre formales y deportivas. Me entraron por los ojos. Y rellené el formulario de compra hasta pagar vía PayPal. Llegaron a casa. Las zapatillas. Eran —aún lo son— preciosas, color azul cielo. No tardé en probarlas y en constatar que la publicidad esta vez no mentía: máxima comodidad. Un día, no más de dos semanas después, noté algo raro al caminar, como si las zapatillas se estiraran desde el interior hacia fuera. El aire ventilaba al calzado más de la cuenta. ¿Era yo Rimbaud, el hombre de las suelas de viento? Palpé la tela con los dedos: estaban descosidas. En la otra zapatilla ocurría igual. Mandé un correo a la empresa con fotografías adjuntas del desperfecto en los acabados de las dos zapatillas. —Le enviaremos unas nuevas. Y esas las recogeremos. Fue así. Solo que las de azul cielo se habían agotado. Me las mandaron verde champán. No había problema. Hasta que lo hubo: otra vez las costuras cedieron en pocos días. Qué mierda, pensé. Repetí la jugada. Esta vez la empresa me dijo que me las quedara, y me envió un código para adquirir otro par gratis. Entonces me pedí las azules. Todo por internet. ¿Qué haría con las rotas? Intentar el arreglo. Probé un remedio casero que fue inútil a las pocas horas. Me acordé de Manuel Escabias Esteo, zapatero artesano hijo de la artista Carmen Esteo. El señor de la fotografía. —Veré qué puedo hacer —me dijo, con el par en la mano. Luego escribió mi nombre en una de las suelas y dejó las zapatillas en una estantería. Yo supe que ese 'veré qué puedo hacer' supondría 'pronto las tendrás listas'. Porque las arregló. Y al mes le llevé otras de la misma marca, negras. Él no daba crédito. Enmendó el nuevo desastre. Acumulo pares gratis de zapatillas que solo el trabajo artesanal evita que terminen en la basura. Manuel Escabias lleva treinta años en un taller pequeño, ubicado en la calle Higueras, cerca del instituto Alfonso XI. Abres la puerta y ya estás enfrente de él, solo con el mostrador de por medio. Tres son multitud dentro de la oficina. Detrás del artesano está su obra: pares y pares de zapatos reparados. Cuántos les llegarán pedidos de internet, como los míos. A cuántas piezas de baja calidad tendrá que meterle mano. La aldea global permite la compra en cualquiera parte. El artesano local, el del oficio en eterna vía de extinción, resulta imprescindible. Ya existía la marca personal antes de que los communities se imputaran el término.
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COMENTARIOS
Joaquin Martinez Julio 15, 2021
Valla, que sorpresa mas agradable, mi gran amigo de la infancia, aun recuerdo esos experimentos que hacíamos con azufre y la pastillita de debajo de la lengua. Recuerdo cuando comenzaste al quedarte el negocio de zapatero del bajo de tu casa en la barriada de Begoña, de Sevilla. El hombre ya estaba mayor y creo se jubilo. Ya hace cerca de 40 años. Aun recuerdo cuando íbamos al piso de Turmano a escuchar a Queen. Buuuf que recuerdos, buuf que alegría.
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