'Larva Joven', una apuesta decidida por la cultura y el ocio
El Ayuntamiento impulsa la reactivación del colectivo, que cuenta con más de una década de actividad en el municipio de Sierra Mágina
"Reactivar el Salón Juvenil" a la par que se revitaliza la Asociación Larva Joven. Así puede resumirse, en pocas palabras, el impulso que el Ayuntamiento que preside María Ángeles Leyva ha puesto en devolver este colectivo larveño a la actividad.
Creado oficialmente en 2012, tras una gestación que llevó varios meses, el grupo acumula en su bagaje más de una década de puesta en marcha de iniciativas que, en su día, complementaron la vida cotidiana de la población juvenil de este municipio de Sierra Mágina.
Una agenda de propuestas que, sin embargo, se fue difuminando poco a poco, según explica la propia regidora: "La gente se va a estudiar, otros salen a vivir fuera y, así, la asociación comenzó a disolverse".
Actos culturales, citas para el ocio y la diversión de esta franja de edad y un montón de proyectos se quedaron en el tintero, precisamente los mismos que el Consistorio trabaja en recuperar y potenciar en estos momentos, de la mano de la cesión municipal del conocido como Salón Juvenil.
Un espacio dotado de todo lo necesario para convertirse en un auténtico atractivo para los jóvenes que, en manos de la asociación, recuperará asimismo el uso:
"Antes de que llegara la pandemia, los jóvenes se reunían allí pero, con el Covid, se hizo obligatorio que hubiera monitores, y muchos jóvenes no quieren, prefieren estar a su aire", explica Leyva.
Con estos mimbres, el Ayuntamiento pone en manos de 'Larva Joven' este centro, ubicado en la zona del recinto ferial, en un inmueble que antaño se utilizó como Casa de la Cultura y biblioteca local y al que no le falta prácticamente de nada para cumplir a la perfección con el destino que se la ha marcado: acoger a la juventud del pueblo.
Él será, en palabras de la alcaldesa, el punto de partida de un buen número de iniciativas (viajes culturales, fiestas, encuentros...) que lo harán latir de nuevo al ritmo de los larveños de catorce a treinta años de edad, esos "borrachos de juventud" a los que envidiaba Casona, el autor de Los árboles mueren de pie.
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