¿Bailamos?
¿Os imagináis un mundo en el que recibiéramos en vida la cuarta parte de los abrazos que reciben nuestros familiares el día de nuestro entierro? Eso es poco, lo sé. Subo la apuesta: un mundo en el que imperara la discriminación positiva del afecto, que lo normal al llegar al mostrador de una oficina de Correos o de Hacienda fuera eso, darle un fuerte abrazo o dos besos bien plantados al funcionario; o más aún: un mundo en el que todo el material bélico que se pudiera usar en una guerra se ciñera a unos ramos de flores y en el que los perdedores fueran aquellos a los que se les marchitaran antes. Esperad, que una guerra es lo peor de lo malo, lo que casi nadie quiere: un mundo en el que los mandatarios estuviesen obligados a preguntar a la ciudadanía, mediante referéndum, si desean el conflicto. Y nada de prohibir, ¡prohibido prohibir!: un mundo en el que tras un combate de boxeo el encargado de cuidar al púgil peor parado fuese el otro, y en su propia casa, con paños calientes y toda clase de mimos. Un mundo en el que tendiéramos a guardarnos las opiniones sobre aquello que no nos compete, sin esta estúpida manía que nos conduce a hablar solo por el gusto de manifestar que pensamos justo lo contrario. Un mundo en el que la última palabra fuera un beso o un polvo, si la discusión se ha ido de madre, y en el que un brote de mala leche se penara con diez días sin chocolate o con un mes sin cerveza. Un mundo sin cordura, o con una cordura disfrazada, que resolviera que las trifulcas de barras de bar han de acabar siempre bailando un pasodoble.
¿Qué de raro tiene? Ahora habitamos un mundo en el que más de 7.000 millones de personas consentimos que tres o cuatro puedan declarar una guerra, y somos capaces de propinarnos puñetazos por un gol en fuera de juego; un mundo en el que las penas nos duran un telediario, porque ocurren a kilómetros de nuestro ombligo, y en el que tenemos el deber de sentirnos afortunados solo por llegar a fin de mes. ¿Y no os habéis dado cuenta? No bailamos, hace mucho, muchísimo que no bailamos.
Únete a nuestro boletín