Ese romántico Jaén donde los 'labios' de las casas se besan
La calle Jaboneras de la capital jiennense ofrece un auténtico espectáculo urbano al permitir apenas un resquicio de cielo entre sus canalones
Podría llamarse calle del beso (en Granada la hay), pasaje del cariño o callejuela del ósculo (este último, pedante aunque hermoso, no digan que no). Pero qué va, ese paréntesis casi sin cielo que une Merced Alta y Merced Baja luce en sus rótulos una denominación tan aromática como esforzada: Jaboneras.
Estrechísima vía urbana jaenera (a cuatro pasos del callejón de la Custodia) por donde hasta las hormigas tienen que respetar la doble dirección, para no quedarse atascadas cuesta arriba o cuesta abajo, según busquen el huerto de la iglesia conventual (donde la Guerra vio morir a más de un fraile y, décadas después, los boys scouts de la parroquia se desollaban las rodillas ensayando aventuras); o cuesta abajo, hacia la antigua plazoleta del Conde, museo abierto para el mosaico de ese patriota de la Merced que es Manuel Kayser, en un costado del histórico colegio de Santo Tomás.
Aviso para navegantes, o sea, para enamorados de los paseos: encontrar en la calle Jaboneras los azules de los que Magritte era perito (lo afirma Muñoz Molina) es más complicado que bañarse en el río del Puente Tablas o dar con una papelera en la orilla derecha de la 'calle de Correos' (el de arriba, no el de Vallés Perdrix, en las afueras del Gran Eje).
Es la versión jaenizada de la calle de los besos de Sevilla, en plena judería hispalense, y como allí, aquí los canalones adquieren carácter de labio inferior que, a la par que ribetean el palio cresteado del caserío, hacen mucho más romántico este Jaén de arriba.
Feudo de Los Estudiantes y de la memoria de El Abuelo entrando y saliendo de una iglesia cuya Virgen, en su hornacina, perdió la cabeza un día y no se la devolvieron hasta mediados los 80, cuando el escultor Pedro Ruiz Fernández le puso gesto a aquella estatua decapitada durante décadas y don Emeterio (el párroco claretiano) la bendijo ante la chavalería de la catequesis de los sábados por la mañana.
Será por ese nombre que remite a sus años de presencia mayoritaria del gremio, que la cuestecilla protagonista hoy de estas páginas digitales (dedicada antaño al obispo del Descenso, don Gonzalo de Zúñiga) tiene su riesgo de resbalón.
Uno, muy sonado, lo dio allí mismo (a principios del XX) un sobrino que decidió quitarse de enmedio a sus tíos para procurarse dineros con los que contentar a su parienta, a la que le tocó llevarle tabaco a sus "posesiones de la Coronada" (como José García de Vargas —hijo del gran García Requena— llamaba a la cárcel vieja donde Juanillo el gitano tenía una de sus principales domicilios).En ella vivieron, también, varios miembros de la conocida familia de los Vacas Romero.
No es la única (abundan en San Bartolomé, en la Judería, en la Magdalena...), pero hoy le ha tocado a Jaboneras: ese romántico Jaén donde los labios de las casas se buscan, se atraen, se besan.
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