35 AÑOS EXHIBIENDO SIGLOS DE HISTORIA Y DEVOCIÓN
En el día grande de la patrona de la capital, un recorrido por la Casa Museo de la Virgen de la Capilla, que desde 1987 exhibe el rico patrimonio documental y artístico atesorado desde tiempos del Descenso, allá por 1430
"El 11 de junio / por siempre ha de ser / el día más grande / de todo Jaén..." //. Así lo proclama el viejo cántico popular, y en plenas feria y fiestas de la patrona de la capital de la provincia a ver quién se lo discute, hoy que la ciudad se reencuentra en sus calles sedientas de bulla con la entrañable imagen de la Virgen de la Capilla y su Niño Jesús de sonrosados mofletes.
Esa antiquísima talla anónima que desde 1430 conmemora el Descenso de María a la tierra del Lagarto, casi seis siglos de historia y devoción que hoy pisan los adoquines y el asfalto de aquí a hombros de sus caballeros horquilleros, en el año del reencuentro con una de las tradiciones más arraigadas del calendario festivo local.
Sí, prácticamente media docena de centurias en los que la protagonista de la conocida como feria chica ha acumulado un inmenso y valiosísimo catálogo de piezas histórico-artísticas dignas de un espacio expositivo: el que las exhibe, precisamente, aledaño a los muros de la basílica de San Ildefonso: la Casa Museo de la Virgen de la Capilla.
Si un museo es un lugar espiritual, como piensa Mario Botta, uno de los punteros de la arquitectura contemporánea, Lacontradejaén invita hoy a los giennenses a recorrer estas instalaciones acaso poco conocidas, que desde 1987 contienen un auténtico tesoro devocional.
UN POCO DE HISTORIA
Ramón Calatayud, Andrés Chamorro, José Gómez-Zorrilla, Juan Ayala, los hermanos Sánchez Estrella, José Galián, Miguel Garzón, Pedro Casado, Ernesto Medina, José Ángel Álvarez Ortiz, Carmen González, Manuel López Pérez, Juan García Carmona, Gabriel Liébana, Miguel Ramírez, Antonio Amate, Miguel Moya...
Son solo algunos de los nombres de ilustres cofrades 'capilleros' (casi todos fallecidos y algunos, muy pocos, todavía vivos) cuyos ensolerados nombres y apellidos campean en la placa de mármol que cuelga a la entrada de la casa museo desde aquel 11 de junio de hace tres décadas y media en que este singular inmueble abrió sus puertas.
Atrás quedaban la colocación de la primera piedra (un año antes) o la gran cuestación popular que pobló las calles de la capital de grandes y pequeños cuyas manos esgrimían huchas en las que acopiar fondos para levantar unas instalaciones en las que dar cuenta a la ciudadanía de lo mucho y bueno acopiado a lo largo de la tira de tiempo.
Un ambicioso proyecto firmado por el arquitecto José María Pardo Crespo que contó con el decidido apoyo económico del Ayuntamiento presidido por Emilio Arroyo López (como detalla José Galián en sus crónicas, publicadas en la revista El Descenso) que, finalmente, se convirtió en realidad un 11 de junio como hoy, pero del año en que se entregaron por primera vez los Goya del cine, nació Messi y cerró sus ojos para los restos Andrés Segovia.
SEIS SIGLOS EN TRES PLANTAS
Si futuras pandemias, viruelas del mono o vaya usted a saber qué contratiempo no lo impide, en apenas ocho años de nada se cumplirán seis siglos del célebre Descenso que unió para siempre a Jaén con su Virgen de la Capilla.
Seiscientos años que, encarnados en un riquísimo catálogo histórico-artístico, esperan al visitante en este edificio que es un auténtico viaje en el tiempo.
"Lo que más llama la atención son los mantos de la Virgen, que ocupan dos de las tres plantas; hay muchos de ellos reseñables por su antigüedad, como el de la Cofradía de la Corte, de finales del XIX, o el que se consideraba que le habían regalado los Reyes Católicos, amarillo, de seda", detalla José María Francés, vestidor de la imagen y miembro de la junta de gobierno de la hermandad, emparentado con algunos de los más ilustres apellidos 'capillistas', que no capillitas (o sí, que este excepcional cicerone huele a cofrade desde muy lejos).
El propio poeta Felipe Molina Verdejo (1924-1997) recogió en su libro Épico Jaén, lírico Jaén un itinerario lírico por estas vitrinas en las que cuelgan auténticos prodigios del bordado: "¡Qué hermosa policromía / de telar desparramado / en mil parcelas de sedas / sobre marismas de rasos...", escribió el delicado poeta jaenés.
Entre estas soberbias piezas, Francés lo tiene claro: "Uno de los más valiosos es el de la marquesa viuda del Rincón de San Ildefonso, que donó en 1930 para la coronación de la Virgen; aunque no se encuentra ya en un estado óptimo, tiene un gran valor sentimental y es uno de los más queridos, con ese moaré de seda salmón y valiosísimo encaje de plata"; o el de los condes de Corbull, "de 1908, en color rojo guinda, salido de talleres granadinos, o el de los Niños, de los talleres de Leopoldo Padilla...", enumera el vestidor.
Orfebrería, documentos de gran valor como la copia del testimonio del Descenso, de mediados del XVI, que reproduce el pergamino original en el que los testigos del suceso dan cuenta del prodigio; el trono procesional, de los talleres Angulo de Lucena (Córdoba)...
Además, dentro del propio museo se encuentra la caja exterior del camarín de la patrona, de forma que procura al visitante una intimísima medianería con la capilla barroca de San Ildefonso donde, todo el año, se venera a la Virgen.
LAS JOYAS DE LA CASA MUSEO
Junto con la pinacoteca que ocupa el ático, en la que pueden admirarse cuadros con firmas tan significativas como las de Francisco Cerezo, Serrano Cuesta, Espinar, Viribay, Ochando y un buen puñado de artistas de ayer y hoy, el inmueble custodia, en una recia caja fuerte acristalada, un impresionante repertorio de alhajas, condecoraciones civiles y militares y joyas de las más variopintas procedencias.
Ahí están las que, en palabras de José María Francés, marcan un verdadero punto y aparte en la visita: las coronas reparadoras labradas en la prestigiosa casa madrileña Ansorena, que restituyeron a la imagen, en 1953, las perdidas en tiempos de la Guerra Civil, en oro de ley y plata sobredorada.
A su lado, sendas piezas para las veneradas sienes de la Madre y su Hijo, de especial valor sentimental para el improvisado 'guía' de este reportaje: las donadas por el propio Francés y su esposa, Carmen Oya, en 2021. Y hay más, vaya que sí:
"La guinda de la corona es el rostrillo de procesión de la Virgen, cuajado de esmeraldas, rubíes y filigranas de oro, sin datación temporal pero posiblemente del XVII o el XVIII", apunta el cofrade, y apostilla:
"Rosarios, algunos muy importantes, entre ellos el donado, en oro de ley, por Maruja Amate; escudos como el de oro de La Amargura, medallas (entre ellas la del anterior presidente de la Agrupación de Cofradías, Francisco Latorre) y el estreno de este año, la del pontificado del recientemente fallecido cardenal Amigo Vallejo, que entregó la última vez que estuvo en Jaén".
Si la pintura se aprende en los museos (lo dijo Renoir, que no fue un cualquiera), la varias veces centenaria historia de la querencia de Jaén a su patrona tiene en este encantador y coqueto espacio del callejón de la Virgen un ameno (y disponible) camino para conocer su huella en los últimos seis siglos de la capital del mar de olivos.
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