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LOS SECRETOS DE LA ABUELA CELIA

LOS SECRETOS DE LA ABUELA CELIA

Por Fran Cano - Junio 29, 2019
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Ceferia Celia Gutiérrez fue personal de confianza del alcalde boliviano Julio Montilla; conoció a la Reina Sofía; masticó hoja de coca con el expresidente español Felipe González, y con 73 años aún cuida como voluntaria a una persona mayor en Jaén, la tierra adonde escapó

Es una de las vecinas que habita la calle de Obispo Arquellada de Jaén capital. Responde al nombre de Ceferina Celia Gutiérrez Sánchez (Bolivia, 1946), y en dos álbumes de fotos gigantes condensa la historia de quién es y por qué llegó a tierras jiennenses desde La Paz. Su nieta, Daniela Alejandra Chávez, la llama, como cualquier nieta, 'yaya'. Pero la abuela Celia tiene una historia que se sale de lo común: fue empleada de confianza del alcalde boliviano Julio Montilla, y aquel puesto le permitió conocer a personalidades como a la Reina Sofía y a los expresidentes Alberto Fujimori (Perú) y Felipe González (España). Cruzó el Charco y en Jaén ha sido también cuidadora de familias importantes, como los López y los Calero. Hoy, con 73 años, Celia Gutiérrez sigue sirviendo a los demás: todavía cuida a una mujer mayor. Lo hace como voluntaria. 

—Sólo unas horas al día —dice, como restándole importancia.

—Mi abuela no puede estar quieta —apunta Daniela Alejandra Chávez.

La nieta tiene 22 años y desde 2004 viven juntas en una casa que engaña: desde fuera parece pequeña; el interior confirma que es bien amplia. Son poco más de las cuatro de la tarde del miércoles 19 de julio, y las dos se sientan en torno a una enorme mesa rectangular, en el salón, para contar quién es Celia Gutiérrez. Para entender por qué la abuela Celia todavía necesita sentirse útil y ayudar al resto. La apariencia de ella, como ocurre con la casa, confunde: parece más joven que una mujer septuagenaria.

"EL ALCALDE ME PRESENTABA COMO LA MEJOR COCINERA DEL MUNDO"

Antes de ser una jiennense más, Gutiérrez vivía en La Paz. Madre de tres hijos —Anabela, Carlos y Osvaldo Cardoso—, divorciada desde los 27 años, tenía un trabajo que la apasionaba: era la cocinera del alcalde boliviano Julio Montilla. Por cómo describe la complicidad que había entre ellos, la mujer acabó siendo una confidente.

—Yo era ama de llaves del alcalde. Antes había trabajado en una tintorería. Siempre se me dio bien hacer la comida. Iba en la mañana al trabajo y me ocupaba de todo, porque la mujer de don Julio también era política, diputada —describe, y la cadencia en la voz, el deje boliviano, le imprime vitalidad a la narración.

Celia Gutiérrez se encargaba de la niñera que cuidaba a los hijos del alcalde, de los chóferes y de los mayordomos. La ama de llaves ganaba protagonismo cuando llegaba la hora de la comida. De las grandes comidas. Por el edificio municipal de Montilla entraban y salían los jefes de Estado de la época: desde el peruano Alberto Fujimori hasta el expresidente español Felipe González.

—González fue el que más me impresionó. Es un hombre sencillo. Él sí se quedó a comer. La Reina Sofía sólo vino de visita —recuerda.

Ocurrió uno de los días en que la gastronomía de Celia Gutiérrez sentaba a la mesa a algunos de los hombres más importantes del mundo libre y no tan libre. Allí estaba el socialista Felipe González. Cuenta la cocinera que tuvo ocasión de departir con él. Celia Gutiérrez le contó que su padre era muy de derechas hasta el punto de odiar "a los rojos", pero que ella se sentía de izquierdas. Dice que a él le hizo gracia aquel conflicto político en el seno familiar. La sintonía con González fue evidente: ambos acabaron masticando hoja de coca, según cuenta la cocinera.

Recuerda también que Julio Montilla fue invitado por Fidel Castro a comer en La Habana. El líder cubano lo instó —en el caso de Castro se puede decir que era una orden— a que cocinara, y bien que se acordó el político de Bolivia de Celia Gutiérrez en aquel momento.

—Don Julio me presentaba siempre delante de todos como la mejor cocinera del mundo. Me ponía de todos los colores —dice y ríe a carcajadas.

LA BODA QUE DESENCADENÓ LA HUIDA DE CELIA

El contacto con tantos políticos enriqueció la visión de Celia Gutiérrez, ávida todavía de conocimiento sobre política internacional. No esperaba la jefa de llaves que en aquel escenario donde fue tan feliz se fraguase una historia de amor que acabaría con ella a miles y miles de kilómetros de La Paz.

Anabel Cardoso, la primogénita de Celia Gutiérrez, completó los estudios universitarios y se convirtió en secretaria de Julio Montilla en la Alcaldía. Conoció a un director de arquitectura divorciado, con dos hijos y mucho mayor que ella. Era David Chávez, el padre de Daniela Alejandra Chávez. Se enamoraron. Gutiérrez no lo aceptó. No quería ir a la boda. Y no fue. Intuía que su hija iba a ser una desgraciada, y no quería quedarse allí para verlo. Así se lo explicó a Julio Montilla cuando le trasladó su renuncia.

—Él me dijo que lo entendía. Que yo tenía razón.

Montilla le recomendó a quien había sido su empleada de confianza que emigrase a Alemania. Ella eligió España y se afincó por un tiempo en Madrid. Unas amigas de un colegio de monjas le hablaron de cuidar a una mujer con autismo. El sueldo que le pagaría la familia alcanzaba las 150.000 pesetas. Era el año 1994. Celia Gutiérrez preguntó dónde vivía esa mujer a la que estaba dispuesta a cuidar.

—En un pueblo —le contestaron—. En un pueblo muerto de vacas.

La boliviana llegó a Jaén un día de carnavales. Recuerda que los alrededores de la Estación de Autobuses eran "todo campo", y dice que entonces, en aquel momento, apenas había latinoamericanos en la capital. Se sentía la única boliviana. El primer día que trabajó para la familia de los López comió pescado frito. Todo fue, según dice, de maravilla con aquella familia que tenía miles y miles de olivos en Las Infantas.

Desde Jaén, Celia Gutiérrez envió dinero a sus dos hijos. Quería que ambos estudiasen, tal y como había hecho la hija mayor. La historia familiar se complicó: David Chávez, esposo de Anabel y padre de Daniela Alejandra Chávez, falleció.

—Yo me vine a España muy pequeña, sin mi madre. Estuve sin verla siete meses, y cuando ella vino a Jaén, yo apenas la conocía. Son los recuerdos que tengo —dice Daniela Alejandra Chávez.

Anabel Cardoso enfermó. Primero cayó en depresión, después sufrió un cáncer que acabó con su vida. A Celia Gutiérrez le queda la desazón de que la Seguridad Social no estuvo a la altura. Llegó una carta para darle cita a su hija por gastritis cuando Anabel Cardoso ya había fallecido.

La familia boliviana que empezó viviendo en la calle Maestro Bartolomé compró la casa que es tan grande, la de Obispo Arquellada, porque la familia creció hasta ser casi una decena de personas. Desde hace dos años, la abuela y la nieta son las únicas inquilinas habituales. De vez en cuando reciben la visita de los hijos de Celia Gutiérrez.

"YO ESTOY FELIZ; ME GUSTA SEGUIR TRABAJANDO"

—Mis tíos Carlos y Osvaldo quieren que las historias de mi abuela sean contadas. La tienen como una referente: sufrió violencia machista, y aunque entre sus sueños no estaba ser madre, quiere a sus hijos por encima de todo —alaba Daniela Alejandra Chávez.

Celia Gutiérrez ya ha puesto sobre la mesa los dos álbumes de fotos que registran la historia de su familia en Bolivia. Cuenta que la última vez que estuvo en La Paz fue hace dos años. Le inquieta que suba el alquiler a los 300 dólares con sueldos de apenas 700. Dice que el presidente Evo Morales es un hombre "de poca formación".

—Antes, siempre pedía cita para verse con don Julio.

Daniela Alejandra coincidió en clase con una compañera de clase de la familia Calero, que había tenido a la abuela Celia de empleada.

—Me dijo: 'Mis bisabuelos murieron porque se fue tu abuela'. Ella tiene un don con las personas mayores. Las hace sentirse como parte de su familia.

El (pen)último servicio de Celia Gutiérrez consiste en dos o tres horas al día de cuidado a una mujer que vive en la calle Maestro Bartolomé.

—Yo me encuentro bien. Me gusta seguir trabajando —resuelve ella, la mujer que cruzó el Charco por un amor que no aceptó. La misma mujer que tanto cariño reparte esté donde esté, trabaje para quien trabaje.

Fotografías y vídeo: Fran Cano.

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