'¿QUIÉN MUERE AHÍ?'
Junto con los recurrentes nombres que salen a colación como habitantes del evocador cementerio de San Eufrasio cada año por estas fechas, la romántica necrópolis jiennense procura sueño eterno a un buen número de personajes de la vida social, cultural, económica, política o religiosa de la ciudad que, hoy, en vísperas del día de los difuntos, 'desentierra' Lacontradejaén
Eclipsados por la alargada sombra de los Bernardo López, Almendros Aguilar, Martínez Molina, Prado y Palacio, Montero Moya, Manuel Ruiz Córdoba, Fermín Palma, los condes de Humanes, Bernabé Soriano, Juanito Tirado, Flores de Lemus..., tumbas y nichos del cementerio de San Eufrasio abrigan (como bufandas de piedra y tiempo) los restos mortales de una nómina de personajes de aquí que, en su tiempo, gozaron de la admiración o la simpatía de los mismos vecinos que, ahora, comparten con ellos las zonas comunes de la romántica necrópolis.
Sí, cada año por estas fechas la prensa, las redes sociales y un montón de conversaciones lamentan el estado de muerte clínica en que se halla el evocador camposanto del Camino de las Cruces de la capital y, para ahondar en lo doloroso de su olvido, ponen de manifiesto la trascedencia de muchos de sus ocupantes.
A la par un buen número de nombres propios del Jaén finisecular, los locos años 20, el Periodo de entreguerras, el conflicto civil y su lastre de hambre y fatigas, el desarrollismo 'sesentero' o que alcanzaron hasta la mismísima Transición quedan preteridos en una suerte de segunda fila, "lejos de las sepulturas célebres", que diría Baudelaire.
Este periódico propone, en los estertores de octubre, un respetuoso paseo por los patios menos primaverales de Jaén para 'desenterrar' su memoria y, de paso, dejar sobre sus lápidas una flor de atención con pétalos blanquinegros: los de estas páginas escritas.
'SUPERVIVIENTES' A LA DESAPARICIÓN
A ocho años de que el cementerio viejo (así se le ha llamado siempre) cumpla su segundo siglo de 'vida', todo apunta a un sucesivo derrumbe que acabará por enterrarlo del todo bajo sí mismo.
Un destino cuasi veneciano al que, paradójicamente, aún le sobreviven muertos de aquí cuyos despojos, visitables, certifican que fueron verdad; que si hoy en día son mitos locales solamente vivos en las páginas de Don Lope de Sosa, Paisaje o digitalizadas hemerotecas, antes respiraron bajo el mismo cielo que el más pintado de los jiennenses.
Y es que situarse ante la sencilla blancura de cal de este recinto cuyas tapias salta actualmente (como un chavea envalentonado) un ruido industrial que alivia tanta sensación de decadencia es empezar a adentrarse en un Jaén que fue y ya no es pero que atrae como un imán (de los magnéticos, claro) a quien lo conoce de oídas o de lecturas.
El vestíbulo que antes repartía las visitas hacia una sobrecogedora capilla presidida por un Crucificado de funerario patetismo, a la vivienda del conserje (todo un 'héroe') o camino de las sepulturas mete ahora prisa en los pasos para el encuentro con ese escenario decimonónico donde, hasta hace algo menos de veinte años, se le daba tierra al personal.
Dentro ya y a la izquierda, la sección séptima del primer patio da para elegir pero, sin duda, el panteón de la familia Ruiz Córdoba, o lo que queda de él, deja clara la personalidad de su más significado morador.
Dentro de ese reducido pero holgado templete (si se tiene en cuenta la función que cumple) acompañan al mítico propietario del Castillo de Santa Catalina, político y popularísimo 'sportman' local la práctica totalidad de miembros de su familia. Entre ellos, el que fuera creador y director de la Escuela de Magisterio, Manuel Ruiz Romero, que da nombre a la ensolerada calle Tiradores.
Una nota anecdótica: la madre de Manolito Ruiz también espera allí el día del juicio y por ella, que respondía al nombre de Esperanza Córdoba, bautizó su hijo como casería de la Esperanza su refugio a los pies del cerro de Santa Catalina, por el que cabalgaba como Pedro por su casa sobre aquel caballo que la leyenda asegura que reventó intentando superar en velocidad al siempre 'raudo' tren de estos lares.
En el lado derecho, de sopetón, la sección primera del primer patio ofrece un interesante catálogo de apellidos: ahí está la tumba de la familia Pez, que desde la primera mitad del siglo XIX unen su artístico linaje al universo de la fotografía y de cuyos objetivos han salido algunas de las más celebradas imágenes contemporáneas, como aclaran el recordado Isidoro Lara Martín-Portugués y su hijo, el reputado escritor Emilio Lara, en su libro La memoria en sepia.
O la de Manuel Alcázar Criado, fallecido en 1962, fotógrafo amateur estrecho colaborador del cronista Cazabán y del doctor Cerdá y Rico.
Sin salir de ese abigarramiento de cruces, símbolos y epitafios la sombra del visitante se topa con la última morada de los miembros de la casa marquesal de Vezmeliana más vinculados con el Santo Reino, los Del Águila, o con la del músico Damián Martínez Linde (1897-1977), que entre otras partituras firmó la entrañable melodía que acompañó durante décadas, desde el reloj de la basílica de San Ildefonso, la cotidianidad del barrio y, de la mano del viento, poblaba los oídos jaeneros: "Bendita sea la hora en que María Santísima de la Capilla descendió del cielo a la ciudad de Jaén...".
Todo un impulsor de la creación del Conservatorio jaenés cuya gracia, además de en su enterramiento, campea en el rótulo de una calle de Peñamefécit.
En el panteón a ras de tierra de los Aguilera duerme el sueño de los justos uno de los muchos alcaldes que reposan en este cementerio, el alcaudetense Juan Pedro Gutiérrez Higueras (1901-1978), también con calle a su nombre. Fue el médico más joven de la España de su tiempo, y a su labor política (fue también presidente de la Diputación Provincial) se debe la creación del Instituto de Estudios Giennenses, que gestó desde su despacho en las horas de trabajo y desde su hermoso caserón de la calle Abades en las de ocio.
Si (como sugieren con lirismo poetas y nazarenos de toda la vida) el Cirineo es la metáfora, la encarnación misma de la legión de jiennenses devotos de El Abuelo, sepan quienes sientan curiosidad que bajo la losa que sella el reposo de Ramón Cobo Anguita y los suyos (hoy totalmente vacío), reposó Tomás Cobo Renedo (1829-1915), modelo de la imagen que, día a día y en procesión los Viernes Santos, hace más llevadera su jaenerísima vía dolorosa al de los Descalzos.
Como aclara Raquel Hernández Cobo (una de sus descendientes) a este periódico, un columbario del cementerio nuevo o de San Fernando contiene esos restos en la actualidad. En un próximo reportaje, quizá con motivo del cincuentenario de este recinto, que se celebrará en 2022, habrá cumplida cuenta del nicho en cuestión. Prometido queda.
Por el discretísimo arquito que conduce hacia los patios interiores se accede a una de las zonas más atractivas del cementerio, en lo que se refiere a personas y personajes inhumados en ellos:
Al frente, el nicho del pintor José María Tamayo y en el lado opuesto, en la sección segunda, el del periodista Eduardo Claver. Ahí están, también en la sección cuarta de San Juan, Consejo Olivares Herrera, primera esposa del insigne Inocente Fe que daba nombre al hermoso chalé familiar de la calle Rey Alhamar, Villa Consejo: (¡sí, el de la alta palmera!).
Todo un alcalde en plena restauración borbónica, Juan Montón Civera (1857-1938), o el médico y también regidor de la ciudad José Roldán y Marín (1844-1897, (homenajeado con una de las calles más céntricas y cofrades de la capital), recibieron sepultura aquí. Cabe resaltar de la biografía humana de este ilustre jiennense unos últimos años de existencia oscuros, copados de tristeza a causa de la muerte de su hija pequeña.
Una niña cuyas ropas se prendieron al acercarse a una hoguera y a la que su padre, a pesar de sus conocimientos médicos, no logró salvar, dejándolo sumido para los restos en una honda depresión que derivaría posteriormente en problemas mentales de calado y en su fallecimiento con tan solo cincuenta y dos años.
Andando, andando se llega a la sección decimocuarta, donde una lápida en la que campea la imagen de la Virgen Milagrosa (su más acendrada devoción) informa de la 'presencia' del "virtuoso sacerdote" Cándido Carpio Ruiz (1888-1965), "que dedicó su vida al servicio de los más desfavorecidos", aclara Manuel López Pérez en su libro El viejo Jaén. En el otro extremo de la ciudad y de la vida, en la calle Madre de Dios, una placa de cerámica con la misma imagen mariana recuerda el lugar de su nacimiento.
En el mismo 'vecindario' se encuentra Salvador Vicente de la Torre (1897-1974), presidente del Consejo General de Colegios Veterinarios de España, poeta además con calle en el plano urbano local; o Manuel Serrano Cuesta (1916-1963), talentoso dibujante escañolense que también cuenta con rótulo en el callejero jaenés.
UN POETA DEL 27
La sección séptima de este patio de San Juan, además de al célebre teniente Escobedo (con vías a su nombre en diferentes puntos de la provincia) o el alcalde José Fiestas (1868-1951, igualmente distinguido en Jaén) tiene el honor de contar en uno de sus misteriosos vanos con el poeta de la Generación del 27, Rafael Porlán Merlo.
Cordobés de 1899, fue un grande de la lírica que recaló en la ciudad como empleado del Banco de España y que cerró sus ojos para siempre en el sanatorio del Neveral un ya lejano año de 1945.
Curiosamente su más aventajado discípulo, el poeta e impresor Rafael Palomino Gutiérrez (muerto en 1972 y padre del desaparecido pintor Carmelo Palomino Kayser), comparte calle con su maestro en este punto del camposanto.
Ya en la novena sección, en un 'tercero', la lápida del "artista pintor" José Nogué Massó (1880-1973), que además de un rótulo azul en los alrededores de la Avenida de Madrid preside la fachada de la Escuela de Arte y que, por decisión propia, fue trasladado a este cementerio tras su defunción, en Huelva. Por cierto, que yace a considerable distancia del nicho de sus padres y de su primera esposa, cuya lápida pintó el propio Massó y donde, de antiguo, acostumbran a ubicarlo.
Octavio Almendros Camps (1879-1940), hijo de Almendros Aguilar, periodista y poeta de principios del XX, reposa en la segunda sección de San Juan, cerca del histórico docente vinculado al no menos reputado colegio de San Agustín Cándido Nogales, nombre más que familiar para los alumnos del centro escolar que lleva su nombre.
Fuera ya de ese recodo que asoma, además, al monumento y fosa donde descansan los fusilados de la Guerra del 36 y su represión se regresa a las diferentes secciones que quedan en pie en el patio número 1: en la cuarta de ellas fue inhumado el poeta y escritor José Moreno Castelló (1841-1901, todo un referente de la literatura cinegética), a cuatro pasos de la sepultura del alcalde de finales del XIX y banquero Sixto Santamaría Mitjana.
Marino Giménez de la Linde (fundador del Casino de Artesanos); el catedrático bailenense Federico de Palma y Camacho (1841-1892, que con Morenó Castelló se batió el cobre para salvar el Arco de San Lorenzo del derribo al que se le quería sentenciar) reposan en la sección sexta de este patio, y en la séptima hacen lo propio el conocido comerciante pegalajareño Lucas Espinosa Pérez, fallecido en 1962 y al frente durante décadas del ensolerado establecimiento Tejidos El Carmen.
El alcalde Alfonso Monge Avellaneda, del primer cuarto del XX, y el doctor Azpitarte, pionero de la cardiología española, descansan en las secciones tercera y duocécima, respectivamente.
UN NICHO 'DE MIEDO'
Frente a la sección tercera del segundo patio del cementerio viejo (una zona vallada donde, entre otros, tienen su tumba el considerado primer alcalde andalucista de Jaén, Inocente Fe, 1880-1968) se abre un pasillo de sepulturas de lápidas oscuras sobre las que destaca, por su blancura infantil, la de Francisco de Asís Mingo y Fernández.
Dudoso protagonista de una luctuosa historia, a este pequeño de ocho meses de vida se debe, en parte, la inquietante leyenda que, de toda la vida, persigue al caserón que preside la Plaza de San Bartolomé, frente a la iglesia de la que sale cada Jueves Santo La Expiración.
Según se narra desde antiguo, el niño falleció en 1873 al caer a uno de los patios interiores del inmueble al resbalársele de los brazos a su nodriza, lo que provocó en su padre, Felipe Mingo, un estado de abatimiento que ya nunca lo abandonaría, máxime si se tiene en cuenta que Francisco de Asís fue el tercer hijo del matrimonio que falleció a corta edad.
Este hecho, junto a lo lúgubre de la decoración en mármol negro escogida para enlutar su portal y viejas historias de fantasmas, bautizaron el edificio como la casa del miedo, denominación con la que ha llegado hasta la actualidad. Sin embargo, el desaparecido historiador Miguel Moreno Jara desmonta tan atractiva historia y sitúa el óbito del pequeño en la villa y corte antes de que su familia decidiera trasladar sus restos a Jaén.
Del patio número 3 seria casi un sacrilegio salir sin detenerse unos instantes ante el panteón de los Balguerías, donde yacen figuras tan representativas como Eduardo Balguerías Quesada (1886-1963), afamado botánico, y varios miembros de la familia encargada desde antiguo de conservar y reponer la Cruz del Castillo de Santa Catalina.
En esa misma zona, seguramente amortajado con la indumentaria de los antañones soldados romanos de Jaén, tiene su tumba Sotero Padín, uno de los más significados miembros fundadores de la legendaria centuria.
EL POPULAR PETROLO
El visitante quizá llegue extenuado al cuarto patio del camposanto, con los ojos plenos de epitafios, crucifijos, flores (frescas, mustias y de plástico, que de todo hay) y ruina, mucha ruina añadida a la que, de por sí, aportan los huesos acumulados en este sugerente recinto.
Fin de semana de agua, que como siempre ocurre en el mar de olivos llega con su cuota de viento, ese airazo que, una vez, cuentan los muy pero que muy mayores que les contaron que se llevó por delante el quiosco de Petrolo, calle Campanas abajo desde 'su' Plaza de Santa María.
Personaje cien por cien jaenero donde los haya pese a su cuna jerezana, de Francisco Fernández Rivero (1856-1930), que así se llamaba en realidad, se cuenta un sinfín de anécdotas desde su llegada al Santo Reino, seguramente a principios de la última década del XIX, apunta Manuel López Pérez en Las cartas a don Rafael.
Banderillero, guitarrista, cantaor..., el apodo (como a muchos grandes del flamenco) le venía de su madre, Petrola Rivero Pinto, y tras sufrir algún que otro episodio digno de una película de gánsteres se decidió por arrendar un aguaducho a las mismas puertas del Obispado. Un pequeño pero célebre establecimiento que por su cercanía con la no menos popular tertulia de El Portalillo dio para un auténtico repertorio de chanzas que todavía circulan por las conversaciones.
López Pérez, el añorado historiador costumbrista, da cumplida cuenta de su figura y su aventura vital en las páginas de su sensacional epistolario sentimental con Rafael Ortega Sagrista, pero como este espacio digital no da para más quede, al menos, negro sobre blanco que hasta el año 1984, cuando se declaró en ruina la sección primera del patio cuarto, ocupó el nicho número 6, al que llegó cargado de muerte en 1930.
Un punto concreto al que, cada domingo por la tarde (López Pérez dixit), su viuda, Dolores Expósito, la 'Perdigona', no dejó de bajar cargada de jaulas de pajarillos, que eran una de las grandes pasiones de Petrolo y que su esposa llevaba a ras de sepultura para que el oído de su marido no se desacostumbrase de los trinos.
Como confirman a este periódico fuentes del Negociado de Cementerios del Ayuntamiento de Jaén, tanto los restos del popular quiosquero como los de su cónyuge fueron trasladados a los nichos 22, 24, 25 y 58 de la sección cuarta de este mismo patio, donde continúan.
ÚLTIMOS PASOS, ÚLTIMOS NOMBRES
A riesgo de la omisión involuntaria de algún nombre propio cuya lápida (por efectos del tiempo o porque, directamente, nunca la tuvo o la perdió con el paso de las décadas) resulte, cuando menos, ilegible, los últimos pasos todavia invitan a rebuscar nombres, fechas, datos para el conocimiento de los jiennenses del cementerio viejo.
Así, este cuarto patio que supone el tramo final del paseo desvela enterramientos como el del recordado docente y alcalde accidental Mariano Velasco Córdoba, del maestro de capilla de la Catedral y compositor Cándido Milagro o del reputado urólogo, de renombre nacional, José Gómez Soriano, sobrino por más señas del padre de los pobres, aquel ínclito doctor que da nombre a la Carrera.
Sombras humanas convertidas, aquí, en razones añadidas para argumentar la reivindicación que, desde tiempo atrás, se reclama para este "cementerio arrinconado" que parece sacado de un poema del argentino Roberto Juarroz, como si lo hubiese recorrido momentos antes de escribirlo.
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