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Los 103 espléndidos años de una valdepeñera que ya es historia viva

Por Javier Cano - Noviembre 05, 2023
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Los 103 espléndidos años de una valdepeñera que ya es historia viva
Arropada por su familia, en la fiesta de cumpleaños en la que sopló 103 velas. Foto cedida por Virtudes Ortega.

Ana Amate Sánchez, afincada en tierras catalanas desde hace unas seis décadas, disfruta de buena salud y de una lucidez envidiable

El año que nació la valdepeñera Ana Amate Sánchez (1920), grupos armados de palestinos, incitados a la violencia por los líderes nacionalistas árabes, atacan durante tres días a la población inmigrante judía en Jerusalén y causan una tragedia. Vamos, que parece que no ha pasado el tiempo. 

Pero sí, ciento tres años nada más y nada menos, los mismos que acaba de cumplir esta veterana jiennense afincada en Santa Coloma de Gramanet (Barcelona) desde comienzos de la década de los 60 pero que no pasa un día de tan larga existencia sin acordarse de su pueblo: 

"Claro que me acuerdo de mi pueblo, y voy". Un extremo que confirma Virtudes (una de los cinco hijos del matrimonio formado por Ana Amate y su esposo, Pedro Ortega Espinosa, fallecido hace un lustro). "Ha estado tres meses de vacaciones en Valdepeñas". Y la protagonista de este reportaje añade: "El pueblo ha cambiado, claro, ¡qué lujo, está mucho mejor, ni la reina!

Espléndidamente lúcida y con esa voz suya en la que conviven los acentos jiennense y catalán (más de aquí que de allí, por cierto), hablar con ella es reconstruir la historia del último siglo, desde la vida de trabajo en la España de la República hasta el fenómeno sesentero de la emigración, sin olvidar las fatigas de un conflicto bélico que rompió el país en dos:

"Uuuuyyyy, nos pilló la guerra, pasamos mucho, no había qué comer", recuerda. Y si se tiene en cuenta que eran ocho hermanos en una casa de albañiles o "maestros de paleta" (como ella misma los define), pues lo más normal del mundo. 

 Ana junto a su marido, en una fotografía de hace ya algunas décadas. Foto cedida por Virtudes Ortega.
Ana junto a su marido, en una fotografía de hace ya algunas décadas. Foto cedida por Virtudes Ortega.

Más que asentada en la provincia de Barcelona, la vida de Amate alcanzó una estabilidad envidiable que no solo a ella le procuró bienestar, sino también al resto de su prole: los ya citados cinco hijos (una de las cuales falleció cuando solo contaba cincuenta y dos años, cuya desaparición asestó un duro golpe a la centenaria), de los que derivan igualmente los diez nietos y cinco bisnietos que lo pasan en grande escuchándola.

Todos, hace pocos días, se le reunieron alrededor para festejar su nueva edad. Un día inolvidable en el que la matriarca disfrutó de la presencia de los suyos, su mayor patrimonio: "Me han regalado cariño, ¡para qué quiero yo más!".

Clarísimo lo tiene quien jamás imaginó que alcanzaría estas cotas de longevidad: "No pensé nunca que llegaría a esta edad". Una vez alcanzada, y si se le pregunta cómo lo lleva, contesta con retranca andaluza: "¡Qué voy a hacer!"; ante la posibilidad de seguir soplando velas, sentencia: "Ya no quiero llegar a más, ya es demasiado". Y si se le insiste en su calidad de auténtico monumento viviente, responde: "lo sé". 

Acaso uno de los regalos que mayor ilusión le hizo fue el que la llevó hasta la orilla de un mar que, seguro, también sonrió a su manera cuando la vio en sus lindes, pensativa y silenciosa, con los ojos clavados en un horizonte ya invisible para muchos. "Heme aquí, frente a ti, mar, todavía", escribió Vicente Aleixandre. ¡Ella sí que puede decirlo! 

Pero, ¿cuál será el secreto de Ana Amate Sánchez para estar donde está y como está? Puede que sea hereditario, pues sus hermanos también expiraron con el siglo a cuestas. O puede ser, también, ese vermú al que no renuncia ni un solo día y del que se dice que ayudaba a pintar sus geniales obras a ese catalán universal que fue Dalí. Cualquiera sabe. 

Lo que no admite duda es que da gusto verla, y que cuando vuelve a su patria chica le merece la pena la panzada de kilómetros que la traslada desde su tierra de adopción al paraíso perdido de Valdepeñas, de donde regresa a Santa Coloma plena de vitalidad, con las 'pilas' cargadas:

"Cuando voy me dicen '¡ya viene la catalana!' [ríe], y todas las vecinas me reciben con mucha alegría". En un futuro que, visto lo visto, tiene toda la pinta de estar lejano, Ana quiere yacer para siempre en la cuna de sus ancestros, y su familia [su hija Virtudes lo confirma] hará lo que haga falta para cumplir esa última voluntad: 

"Me gustaría estar en mi casa y morirme allí, porque allí es donde tengo que ir, allí están mi padres y mis hermanos", expresa a Lacontradejaén. Historia viva la de esta cuasi eterna mujer que, como la cascada de las Chorreras, esparce vida. 

 El pasado verano, con su hijo Aurelio. Foto cedida por Virtudes Ortega.
El pasado verano, con su hijo Aurelio. Foto cedida por Virtudes Ortega.

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