'La ciudad es nuestra' y la imposibilidad del regreso
Es inevitable que los ecos de The Wire resuenen en pantalla hasta el punto de que a veces no podamos escuchar lo que la nueva criatura de Simon nos quiere decir
Dice el más que discutible tópico que segundas partes nunca fueron buenas. La ciudad es nuestra no es la segunda parte de The Wire, ni si quiera hay una conexión directa. La ciudad es nuestra además, está lejos de ser una mala serie. De hecho es una serie sólida, realista —en el mejor sentido de la palabra— y a ratos, fascinante. La ciudad es nuestra no es —ni lo pretende—, una revisitación nostálgica de The Wire. Dicho lo cual, todo lo que ocurre en la nueva obra de David Simon y George Pelecanos —guionista de The Wire y colaborador habitual de Simon— recuerda a su insuperable antecesora. Y redundando en la calidad más que suficiente de la serie que nos ocupa, es inevitable que los ecos de The Wire resuenen en pantalla hasta el punto de que a veces no podamos escuchar lo que la nueva criatura de Simon nos quiere decir.
La nueva serie de HBO MAX nos cuenta la sórdida historia (basada en hechos reales) de un cuerpo policial de élite creado para combatir la delincuencia en la ciudad de Baltimore, pero que acabó corrompiéndose hasta los huesos. El ascenso y decadencia de este grupo de operaciones especiales se personifica en su líder, el carismático sargento Wayne Jenkins, interpretado por Jon Bernthal. El actor, en la que puede ser su mejor actuación, compone un personaje complejo y contradictorio; carismático, brutal, mentiroso y leal al mismo tiempo. Una persona cerca del trastorno narcisista que ha sida mantenida y fomentada por el sistema.
Como ya es marca de la casa de Simon, la serie no se basa sólo en un personaje, sino que un reparto coral formado por intérpretes contrastados —no se pierdan actores que estuvieron en The Wire y que aquí hacen papeles incluso antagónicos— como Jamie Hector y Josh Charles van desgranando una trama con muchas aristas; la corrupción institucional no solo se expone y se critica, también nos intenta dar las claves de en qué contextos se (re)produce y por qué serie de mecanismos, basados en intereses particulares, se sostiene y perpetua.
Para explicar esto último, la serie da protagonismo a un personaje idealista —interpretado por Wunmi Mosaku—, que representa la quijotesca lucha contra la represión y corrupción policial, en un entorno donde cualquier atisbo de cambio o mejora requiere atravesar una telaraña de trabas políticas —en el peor sentido de la palabra— , que aunque alcanzándose, solo tendrá carácter cortoplazista, dada la inestabilidad institucional generada por servidores públicos dispuestos a servir sobre todo, a sus propias carreras.
Como telón de fondo de todo lo expuesto encontramos las tensiones que generó la muerte de Freddie Gray, a causa de —como poco— una actuación policial inadecuada; la brecha de clases sociales en Baltimore y la violencia resultante de ésta: los negros siguen estando oprimidos y la delincuencia es resultado de proyectos políticos nefastos o que son pura propaganda, tema también pieza capital de la serie.
Reinaldo Marcus Green —director de, por ejemplo, El Método Willians— cumple como artesano, al narrar con contención realista todo tipos de escenas esperpénticas que suceden durante la trama. Aquí como en The Wire, lo que importa no es el virtuosismo de un director con ambiciones, sino tratar de respetar el guión —pieza estructural clave de la serie— lo máximo posible, sin florituras estilísticas que lo desvirtúen. A diferencia de The Wire, donde el montaje era lineal, La ciudad es nuestra se vertebra con un montaje paralelo, donde pasado y presente componen un puzzle que se va completando gradualmente. La nueva obra de Simon y Pelecanos hace gala del mejor realismo, aquel que no confunde veracidad con contemplación, sino que es capaz de sintetizar en pocos capítulos un guión que —como el de su obra antecesora, también basada en Baltimore— tiene más de novela que de escritura cinematográfica.
Los personajes, también en consonancia con el estilo realista, no se hacen los complejos a través de diálogos sobre sus problemas o voces en off que los definen y subrayan; se hacen complejos a través de sus actos, pasados y presentes. Su complejidad radica en su evolución o involución no verbalizada, en su manera de nunca ser buenos ni malos. Son personas y no personajes, con sus inherentes contradicciones. Simon nos vuelve a difuminar la línea entre el bien y el mal.
Tanto en virtudes de guion como en cuestión de argumento, es inevitable que la serie nos remita a The Wire. Y aquí está el problema. La ciudad es nuestra se muestra deudora del clásico de HBO, pero la nostalgia lo empaña todo y hace que la comparación continua entre las dos series sea ineludible. Cuando dicha comparación se establece, es imposible que el nuevo producto de Simon no se resienta; la trama peca de localista, siendo difícil extrapolar los hechos a otras realidades externas a las de Baltimore —al contrario de The Wire, donde todo era aplicable a cualquier parte—; el estilo perodístico tan marcado de Simon y Pelecanos, que siempre se ha caracterizado como una virtud, tiene ciertos momentos donde resultan gélido, faltándole el hálito poético de su antecesora, que, como contrapunto a la frialdad narrativa, nos ofrecía momentos de puro lirismo, evocando a Shakespeare, Dickens o La tragedia griega desde la más cruda actualidad.
Si intentamos olvidar The Wire, quizás encontremos una serie férrea, soberbia a ratos. Y si no, comprobaremos que es imposible regresar a la que para muchos es la mejor serie de la historia.
FICHA TÉCNICA
Título original: We Own This City
Año: 2022
Duración: 60 minutos
Dirección: David Simon (Creador), George Pelecanos (Creador), Reinaldo Marcus Green
Nota en IMDB: 7,6
Nota en FilmAffinity: 7,4
La serie está disponible en HBO MAX
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