El carnaval callejero no tiene edad
Nueve grupos de centros adultos recorren desde el ferial hasta el Teatro Martínez Montañés con motivo del XXI Encuentro Provincial de Carnavales
La hora da igual si la causa es la afición carnavalera. Como la edad, que tampoco importa hoy. Son algo más de las cuatro de la tarde, y el recinto ferial de Alcalá está poblado por adultos —la mayoría de edad avanzada— caracterizados para la ocasión. Son nueve grupos procedentes de otros tantos municipios. Participan en el XXI Encuentro Provincial de Carnavales, organizado por el Centro Público de Educación de Personas Adultas (Ceper) Arcipreste de Hita.
—Yo ya es la segunda vez que vengo.
Habla Gonzalo Jordán, el hombre que acompaña al Centro Virgen de la Cabeza Begíjar-Guadalimar. Es el capitán. Se nota en la indumentaria y en la manera de coordinar a las marineras. Guitarra en mano, da las instrucciones pertinentes para que posen en grupo.
El ferial es un mosaico de colores días después del concurso carnavalero, veinticuatro ahora antes del comercial San Valentín. Hoy toca otro tipo de amor.
El grupo del Kinana de Canena sí participa por primera vez en el encuentro. Todas siguen las indicaciones de una trabajadora de Alcalá. Está a punto de empezar el recorrido. El destino y el camino es llegar al Teatro Martínez Montañés cruzando la ciudad hasta el Llanillo.
Nada más echar a andar llama la atención que cada grupo vive el recorrido de una manera: a la cabeza los representantes de Entreolivos de Marmolejo exhiben piernas; las coloridas mujeres de paraguas cantan más que andan, y las que están caracterizadas de alumnas obedecen sin rechistar a la profesora, las gafas circulares de personaje animado.
—Si no quieres llegar a viejo, bebe agua de Marmolejo —dice una señora, feliz de estar paseando por la calle mientras algunos alcalinos se asoman a una tarde con luz y menos frío.
Hay ganas de fiesta por más que haya participantes aun contenidos, conscientes de que la meta —y la prueba— es el teatro.
Los cánticos “qué bonito es mi pueblo” y el tradicional “ole, ole, ole” del Falla se abren paso a la entrada del Llanillo. Un señor de negro avanza al ritmo de su compañera. Se le ve algo apurado, pero no desiste. Contrasta con otro hombre que luce un tipo de Hércules hipermusculado, apto para cualquier cosa.
—Cortamos el Llanillo —comunica el agente por el walkie talkie. Vela el recorrido de algo más de 150 personas.
Y la imagen aparece, cargada de significado: si en la vida real el estrés de la circulación incomoda a la tercera edad, ahora son los mayores los que cortan el paso a esos vehículos.
—Ocupamos el Llanillo —avisa el agente.
Los grupos de los diferentes centros continúan a paso firme hasta subir la cuesta que conduce al teatro. Ahí van miembros de los centros Francisco Almagro de Pegalajar-La Guardia; Generación del 27 de Los Villares, Generación del 27 de Valdepeñas; Virgen de la Cabeza de Begíjar-Guadalimar; Miguel Hernández de Noalejo; Kinana de Canena, y Adelantado de Cazorla.
A las anfitrionas del Arcipreste de Hita le gritan “guapas” por la calle.
Ya a los pies del teatro, las letras toman vuelo. Señoras de faldas amarillas repletas de flores exaltan el carnaval bailando, como unas enanas con piruletas gigantes a las espaldas que desempolvan música antes de las actuaciones.
Hay gente en el ‘Martínez Montañés’ aguardando. Tienen la tarde noche por delante para cantar delante, incluso, de la delegada de Educación, Yolanda Caballero.
Todo empezó a la hora de la siesta, cuando en vez de dormir los mayores ya estaban disfrazados, cantando y caminando. Tan vivos.
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