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El nuevo orden de la mascarilla: entre la libertad y la prudencia

Por Fran Cano - Junio 26, 2021
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El nuevo orden de la mascarilla: entre la libertad y la prudencia
Javier Daza y Sheila Castro, en Alcalá la Real. Foto: Fran Cano.

"Falta gente aún por vacunar" y "Lo hago por mis padres y mis abuelos" son los argumentos de quienes mantienen la mascarilla aun cuando ya no es obligatoria en exteriores

La mascarilla ha dejado de ser obligatoria en espacios abiertos siempre y cuando se mantenga la distancia interpersonal. Ahora, 401 días después, en exteriores el ciudadano puede elegir y basta un paseo en la mañana del sábado 26 de junio en Alcalá la Real para medir las dos sensibilidades: adiós al cubrebocas en la calle o mantenerlo. Más libertad individual o continuar con la prudencia independientemente de la nueva normativa.

Miguel Mudarra y Encarni Martínez acaban de aparcar en una de las entradas de la ciudad de La Mota. Ella sale del coche con la mascarilla; él pisa tierra sin ella pero aclara que se la va a poner enseguida. Van a la iglesia.

—Nuestra idea es seguir llevándola salvo en momentos como dar un paseo o sacar al perro —dice Miguel. Los dos son deportistas, están acostumbrados a disfrutar de la naturaleza.

En la Avenida de Andalucía el marchamo de gente deja ver que se impone seguir llevando el cubrebocas. Hay salvedades, como Eduardo y su hijo Alejandro, que caminan con paso firme.

—Manteniendo la distancia no hay problema —asegura el padre.

 Alejandro y Eduardo, sin mascarilla en la Avenida de Andalucía de Alcalá la Real. Foto: Fran Cano.
Alejandro y Eduardo, sin mascarilla en la Avenida de Andalucía de Alcalá la Real. Foto: Fran Cano.

Felisa Peláez avanza en dirección contraria en la misma acera y prefiere llevar la mascarilla. Recibió la primera dosis y tendrá la pauta completa el próximo 29 de junio.

—Todavía falta gente por vacunar. Yo me la dejo —dice.

Ricardo Carillo es vendedor de la ONCE en Alcalá la Real desde hace 18 años. Él no tiene debate en cuanto al cubrebocas por más que ya tenga las dos vacunas. Dice que brega cada día con gente, que toca billetes y monedas. Que mejor así.

Cerca del Paseo de Los Álamos Javier Daza y Sheila Castro caminan cogidos de la mano. Ella lleva la mascarilla y él la tiene en la barbilla, con la boca libre. Éste último gesto ha pasado de ser una suerte de rebeldía a significar todo lo contrario: no me la pongo, pero la tengo bien cerca. En interiores sí sigue siendo obligatoria.

—El virus sigue estando aquí. Yo me la quito en lugares poco concurridos y en espacios abiertos, como ahora —argumenta Daza.

—Yo es que ya la llevo por costumbre —admite Castro. Son jóvenes y aún no han recibido ninguna dosis.

Ana y su nieto pasean con mascarillas. La abuela dice que así lo han decidido y que lo van a mantener. Fernando ha salido a dar una vuelta con Draco, su american standford, y tiene un argumento muy parecido, que apunta a la familia:

—Prefiero ir sin ella, pero no me fío. Lo hago por mis padres y por mis abuelos —apunta.

Luis Miguel Sánchez limpia cristales en la mañana del sábado y admite que no sale de su asombro:

—Queríamos la vacuna, nos la ponemos, la mascarilla deja de ser obligatoria en la calle y ahora no nos la quitamos. No lo entiendo —comenta e indica que ya tiene la primera dosis.

Un hombre mayor pasea con el diario Marca sin mascarilla; otro fuma mientras anda y la lleva en la barbilla; pensionistas sentados en bancos departen con el cubrebocas, y en las terrazas, como ya es costumbre, brillan por su ausencia.

Las leyes han marcado el tiempo y han impuesto restricciones a lo largo de la pandemia. Con España rompiendo récords de vacunación diaria, cada individuo decide ahora cómo avanza hacia la normalidad o hacia lo más parecido a vivir antes del coronavirus. Es legal elegir de momento. Al menos en la calle.

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