La dura y larga vida de la cambileña Estefanía Castro Chica
El pasado 8 de octubre cumplió 97 espléndidos años plena de lucidez y rodeada de la parte de la familia que reside en tierras catalanas
En 1927, García Lorca, Alberti, Cernuda y el resto de aquel grupo de ilustres escritores que conformaron la llamada Edad de Plata de la poesía española se reunieron en Sevilla y pusieron en marcha la Generación del 27, pero la protagonista de este reportaje vino al mundo antes que ella, vaya que sí; tres meses concretamente, un 8 de octubre pero no en la capital andaluza, sino en Cambil.
Fue bautizada como Estefanía Castro Chica, y noventa y siete años después de abrir los ojos continúa mirando con ellos un mundo que ha cambiado mucho desde entonces pero que continúa siendo el suyo también: "¡Noventa y siete años ya!", exclama con una voz frágil a la par que rotunda, en su conversación con este periódico.
Hija de gente del campo, pasó por la escuela de puntillas pero ello no fue óbice para conservar el peor de los recuerdos: "Una vez (¡no sé por qué!) me pegó la maestra en las manos y dije '¡ya no voy más!'; con cinco o seis años ya estaba con la cubeta y la piedra lavando en el río las cosas de mis hermanillos, toda mi vida trabajando".
Era el duro comienzo de una existencia que, con el correr de los años, le seguía reservando tajo y sudores: "Antes había mucha falta de todo y tenías que trabajar, con diez o doce años ya estaba sirviendo; luego, de más mayor, todos los años en la aceituna, la vendimia, arrrancando garbanzos...", recuerda.
Mujer valiente en su época, cuando el amor (bajo el nombre de Manuel Hervás González) llamó a su puerta no se lo pensó: "Primero me fui con él y al tener la primera niña, fuimos y nos casó el cura", evoca.
Después llegarían otras tres hijas, de las que habla maravillas y quienes, pese a la velocidad de los tiempos actuales, no renuncian a la compaña de su madre: "Cuando me quedé sola [enviudó hace alrededor de veintidós años], en vez de meterme en un asilo, me cogieron y me tienen entre unas y otras".
Castro añade: "Cuando no estoy en Blanes, estoy en Cambil con las otras", aclara desde el municipio gerundense donde reside una de ellas; allí pasó una pandemia que ni la rozó, cosas de una naturaleza fuerte que tiene en su familia más de un buen ejemplo: "El otro día, un hermano mío mayor que yo cumplió los cien años". La longevidad, que es la recompensa de la virtud, o eso decía la legendaria Simone de Beauvoir, tan solo diecinueve años mayor que Estefanía.
Con muchos menos números en su DNI hay quien arrastra el cuerpo más que caminar, pero la cambileña no es de esas: "Me encuentro bien, no bien del todo pero no estoy mal".
En su memoria, una Guerra Civil que le dejó recuerdos imborrables (todos malos), la hija que perdió hace alrededor de siete años víctima "de la enfermedad", la figura de su marido... Y en la otra cara, lo bueno, un montón de nietos y bisnietos, un presente tranquilo: "Ya no coso, llevo una 'temporaílla' que no hago nada".
En pie a las once de la mañana y acostada a la misma hora pero ya con la luna en la calle, sale al parque, un paseo sin prisas, come de todo y... ¡lo que no falta ni un solo día en su agenda!: "No me pierdo a Juan y Medio, lo pongo y me entretiene con las cosas que dicen los viejos". Los viejos... Esa palabra que a Estefanía no la define.
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