Una grandísima sorpresa para una veterana cumpleañera
Justa Miguel protagoniza una entrañable celebración inesperada por parte de sus hijos, monitoras y compañeras de gimnasia, a la que acude desde hace casi 50 años
"¡Cómo iba yo a pensar que me iban a dar mis hijos esa sorpresa tan grande! He ido a la gimnasia como siempre, y nos dijo el monitor que íbamos a terminar un cuarto de hora antes; pensábamos que era para algo que nos tenía que decir, pero al llegar había mucha gente, yo ni vi a mis hijos. ¡Ha sido una cosa muy grande, muy grande!".
Así de emocionada y de contenta evoca Justa Miguel Manjón (Villoria, Salamanca, 1935) lo que vivió el pasado miércoles en las instalaciones de La Salobreja, donde esta veterana cumpleañera afincada a caballo entre Los Villares y Jaén capital protagonizó una fiesta que en ningún momento llegó a imaginarse, ni por asomo:
"Lo he vivido como una cosa grande, grande, grande; me han dado un diploma, me han cantado el cumpleaños feliz, me han felicitado todas. Llevo cuarenta y siete o cuarenta y ocho años yendo a hacer gimnasia y nunca he tenido nada con nadie, he apreciado a todo el mundo, a todos los monitores".
Se dice pronto, prácticamente medio siglo acudiendo, semana tras semana, al complejo deportivo jiennense, de cuyo paisaje forma parte ya insustituible.
Espléndida a sus ochenta y ocho otoños recién estrenados, lo tiene claro no, lo siguiente: "Voy porque me gusta hablar con las personas, dialogar, y también porque me gusta la gimnasia, porque veo que me hacer bien y eso hace que me entre una satisfacción muy grande".
Allí que se presenta cada lunes, miércoles y viernes con su chándal, sus deportivas y, por encima de todo, unas ganas de vivir activamente que para sí las quisieran muchas personas con bastantes años menos que ella.
Pero, ¿qué hace esta mujer de limpio e intacto acento castellano en el mar de olivos? "Mis hijos eran chiquitillos, y a mi marido [Ángel Lázaro, del que enviudó va para dos décadas] le gustaba mucho trabajar la mimbre, era un maestro muy bueno, así que nos fuimos a Sevilla, a Utrera, y pusimos allí un negocio; pero a mi hija no le pintaba bien la salud y como conocía mi marido a uno de aquí de Jaén de Artesanía San José, le dijo que teníamos mucho género allí, que si le quería", recuerda Justa.
La respuesta del empresario jiennense no se hizo esperar: "Vente aquí y enseñas a trabajar a mi gente, en Los Villares". De eso hace alrededor de cincuenta y cinco años, y más de uno todavía puede que recuerde al matrimonio en la tienda que 'San José' tenía en la calle Álamos, donde Ángel trabajó hasta que decidieron montar su propio negocio, en la Plaza de San Agustín y no sin su punto de homenaje a la tierra natal: Cestería Salamanca.
"Ya somos jiennenses, pero la tierra siempre te tira, eso es así. Yo veo que aquí me va muy bien, me ha apreciado mucho la gente, no sé por qué pero nos han apreciado muchísimo y hemos vivido muy a gusto". Algo tendrá el agua cuando la bendicen, reza un refrán.
Justa brinda con su yerno, Juan Moreno; su hija Mari Paz, su nuera, María Luis Paulano, y su hijo Ángel, en un momento de la celebración. Foto cedida por Ángel Lázaro.
Madre de Ángel y Mari Paz Lázaro Miguel (curiosa concatenación de apellidos que les triplica el nombre), no tiene más que buenas palabras para ellos: "Son dos soles, son lo máximo!".
Prácticamente lo mismo que dice de su nieta, su yerno, su nuera mientras derrocha vitalidad en cada una de sus palabras y hasta cuando se alía con el silencio, eso que Muñoz Molina asegura que ha perdido prestigio en la sociedad actual pero que a ella le resulta de lo más propicio cuando se entrega a una de sus principales aficiones:
"Me gusta hacer pasapalabras, sopas de letras, me gusta mucho entretenerme con eso", explica. Andar una horita, ver un poquito la tele... ¡Ah, y otra gimnasia, la espiritual, que para ella es tan básica como la corpórea, si no más! "Me gusta ir a misa, rezar ante el Santísimo; he sido de padres religiosos y nos han dado una educación muy buena, eso también lo lleva uno. Siempre nos han llevado por buen camino", celebra.
Esta es la historia de una mujer sencilla que vive sencillamente, como Delibes decía de sí mismo. Una cumpleañera que, a sus ochenta y ocho años, es capaz de entusiasmarse por una fiesta sorpresa (o sea, un alma clara, apegada aún a la transparencia de la infancia), que mientras el cuerpo aguante seguirá batiéndose el cobre en el gimnasio: "Cuando ya no pueda, lo dejo".
Para eso queda mucho, seguro que sí: lo dice su voz decidida y lo rubrica ese entrañable diploma a la constancia que, entre besos, aplausos y todo el cariño del mundo, recibió un 11 de octubre único, ya inolvidable para ella. Y para quienes lo vivieron a su lado.
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