"La ermita y el cementerio de Jódar son visitas que no olvido"
Lucía Herrera Torres (Poblet, Valencia, 1973) se confiesa "galduriense de crianza, no de nacimiento". Tenía tres años de vida cuando llegó a Jódar, tierra natal de su padre y de la familia de su madre, huelmense. Madre de tres hijos (uno de ellos de Jaén, Jaén...), acaba de ser elegida decana de la Facultad de Ciencias de la Educación y del Deporte de Melilla, donde vive desde hace la tira de años por trabajo... Y por amor.
—Valenciana de nacimiento pero "galduriense de crianza"...
—Sí: mi padre era guardia civil y, de los cinco hijos que somos, las tres mayores nacimos en el Hospital Militar de Poblet, en Valencia, donde estaba destinado. Pero él, que era de Jódar, y mi madre, de Huelma, querían volver a su tierra. De hecho, cuando yo tenía tres añitos nos fuimos para Jódar, donde mi madre también tenía hermanas. Con lo cual, perfecto para nosotros. Desde los tres años hasta los dieciocho, cuando me fui a la Universidad, allí he estado.
—De Valencia a Jódar y ahora, en Melilla. Una vida viajera.
—De Valencia a Jódar y luego, a Jaén. La licenciatura de Psicología eran cinco años, con un primer y un segundo ciclo. El primer ciclo de tres años lo pude hacer en Jaén, y el segundo, como en Jaén no lo pusieron, me fui a Granada.
—¿Cómo acabó en Melilla?
—Me dieron una beca de colaboración con el departamento justamente el último año de carrera. La profesora con la que trabajaba, una buena aragonesa muy estricta, con la que aprendí mucho, me buscó una beca para ver si me podía quedar con ella, y justamente cuando me la concedieron me ofrecieron una plaza en Melilla, para cubrirla. Tuve que decidir entre la beca o Melilla, que ni la conocía, casi ni sabía dónde estaba, no había venido nunca. Decidí probar y, aunque mi compromiso en Melilla era para un año, aquí sigo veintitrés años después.
—Está claro que le gustó la ciudad autónoma.
Sí, me gustó, pero también conocí a un alicantino que había venido a otro departamento y ya fueron otras razones las que me hicieron quedarme aquí [ríe].
—El amor, que mueve el cielo y las estrellas, decía Dante.
—Los primeros años estábamos como locos, porque a uno le salía una plaza fuera, en su departamento, y al otro no, así que nos afincamos aquí y nos desarrollamos profesionalmente en Melilla.
—¿Hay muchas diferencias entre la Península y Melilla para vivir el día a día?
—Hasta que uno no llega... Al principio se viene con miedo, a veces la imagen que tenemos no tiene nada que ver con la realidad: que si problemas con la valla... y yo la valla no la veo, está fuera de la ciudad. Es una ciudad pequeñita, la segunda después de Barcelona en arquitectura modernista, es preciosa. Tener el mar al lado de casa, disfrutar de un clima benigno (aunque pueda hacer viento no hace el frío de Granada). Yo voy andando a la facultad todos los días, son veinticinco minutos caminando, es una ciudad muy cómoda para vivir, la recomiendo. Siempre digo que parece que la vendo yo más que los propios melillenses.
—¿Siente morriña de alguno de los lugares de su geografía vital? ¿Ha pensado en dejar Melilla, quizás en el futuro?
—He tenido posibilidad de irme a Granada, pero por ahora estoy muy a gusto y muy contenta aquí. Además tenemos un salario que no es el de la Península, y una serie de beneficios fiscales que también hay que valorarlos. Y con el puente aéreo podemos viajar a todas partes sin problema. La verdad es que no tengo ese 'mal de isla' que dicen.
—Cambiando de tercio: ¿por qué se decidió por la psicología?
—Ese ámbito me ha gustado siempre, me ha llamado la atención siempre eso de estudiar el comportamiento humano, la mente humana, la conducta. Somos predecibles muchas veces en situaciones cotidianas, pero a veces también las situaciones nos sorprenden a nosotros mismos cuando nos enfrentamos a alguna cosa inesperada. Y sobre todo me gusta en el ámbito en el que yo trabajo, el educativo, más que el clínico; es importante y se pueden trabajar muchísimas habilidades desde edades tempranas, que es algo fundamental.
—Vamos, que se siente realizada, que ha cumplido su vocación.
—Sí. Además, siempre me ha gustado la docencia. Recuerdo que, cuando estudiaba, quedaba con algunas compañeras y les daba una especie de miniclases particulares, que a ellas les venían muy bien si no se enteraban de algo y a mí me reforzaban. En ese sentido, la Universidad de Granada, en 2010, me otorgó el Premio a la Excelencia Docente. Me ha gustado siempre mucho, igual que el ámbito de la investigación. De hecho, hay una unión entre ambos ámbitos, poder aplicar todo aquello que vas avanzando, investigando, las experiencias que has tenido, los viajes al extranjero...
No es el único reconocimiento que ha recibido a lo largo de su fructífera vida académica y profesional. Además del Premio a la Excelencia Docente, el Ministerio de Educación y Ciencia le otorgó el tercer Premio Nacional de Investigación Educativa, que une a un currículo apabullante en el que campean también tres sexenios de investigación, participación en programas de doctorado tanto en España como en el extranjero, ponencias, publicaciones científicas, dirección de tesis...
—Este año tan raro, lo cierra usted con una noticia más que positiva, nada más y nada menos que su elección como decana de la facultad en la que trabaja.
—Yo ya estaba trabajando, durante cuatro años y medio, como secretaria de la facultad, en el equipo decanal. Sí es verdad que las elecciones se tenían que haber hecho en junio, pero con el Covid se retrasaron y quedaron para la semana pasada. En principio no iba a continuar con el equipo decanal, queria dedicarme a la investigación, apostar por eso, pero la decana decidió no presentarte y pensé: "¿Todo lo que hemos hecho de gestión se pierde?". Me presenté y fui respaldada.
—¿Cómo le ha afectado la pandemia en su actividad docente?
—Mucho, porque la Universidad de Granada es presencial y hemos tenido, de repente, que ponernos delante de una pantalla para todo, cuando ningún profesor estábamos habituados. Ha sido una carrera de superviviencia, pero afortunadamente la UGR invirtió mucho en nuevas tecnologías, en plataformas, en cursos de formación para el profesorado y no nos quedó otra que aprender sobre la marcha. Hoy en día se ha convertido en algo habitual, pero ha costado.
—Y ahora, como decana, ¿qué retos tiene por delante?
—Estoy montando equipo, sin eso un decano no es nadie, pero no es fácil, no todo el mundo está dispuesto a implicarse en cargos de gestión con las circunstancias que estamos viviendo. En cuanto a los retos, los principales, sobre todo en nuestro centro, se sitúan en el ámbito de las infraestructuras y la dotación de recursos tecnológicos en las aulas...
—Parece que tiene trabajo por delante, sí. ¿Y lo de volver a 'casa' por Navidad? ¿Pasará por Jódar pronto?
—Normalmente lo que hacemos, desde que los niños están mas grandes, es celebrar la Navidad un año con mi familia y otro con la de mi marido, en Alicante. Pero este año, dadas las circunstancias, hemos dedicido que nos quedamos aquí, en Melilla.
—¿Qué hace cuando vuelve al pueblo, qué citas ineludibles mantiene con sus orígenes?
—Hay dos visitas que no puedo olvidar: a la ermita del Cristo de la Misericordia (siempre, cuando íbamos al colegio, pasábamos por la puerta), y al cementerio, a visitar a las personas queridas.
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