"Yo desprecio al ser humano"
Quien no ha leído a Jesús Tíscar (Jaén, 1972) ha tenido tiempo de hacerlo. Escritor de un buen puñado de novelas y colecciones de relatos, acumula premios tan prestigiosos como el más reciente: ganador de la XXI edición del certamen literario internacional de novela negra Ciudad de Getafe por La japonesa calva. El jiennense ha vuelto a la columna con Lacontradejaén, aunque aclara que una vez cada quince días no es suficiente. Quiere más. Como en el teatro: interpretar tampoco parece que baste; hay un impulso de crear algo nuevo que más tarde sea arte en movimiento. La entrevista, celebrada en la Librería Metrópolis, es un intento frustrado de acercarse al Tíscar autor, columnista e intérprete. La frustración del Tíscar entrevistado fue otra: no hubo whisky.
“LA LITERATURA TAMBIÉN TIENE QUE SER VOMITIVA”
—¿Cuál es la decisión que menos le cuesta tomar cuando inicia un proyecto literario?
—Buena pregunta. La que más es ponerme, porque los escritores somos un poco vagos. La que más me cuesta tomar es la estructura. Uno empieza creando, vomitando como digo yo, y ahí no te preocupas de nada. Vuelcas. Escribes. Luego se pule y luego hay una estructura. Yo para eso sí soy muy chominoso. Es lo que me da más trabajo, cómo contarlo, con qué orden hacerlo. A veces es lineal y otras, no. Normalmente no soy lineal.
—Los escritores tienen temas. ¿Cuáles son los suyos?
—Los bajos sentimientos humanos, hasta dónde puede llegar el ser humano, sea por algo importante o por tonterías. El alma humana, sí.
—¿Recuerda cuándo logró fijar una rutina de escritura?
—¿Acordarme? Bueno, yo quise ser escritor a partir de mi primera novela, que fue con nueve años. No me quise conformar con que se quedara en una libreta amarilla. Quería publicarla. Si se refiere a eso, desde entonces. Aunque es exagerar un poco. Lo que es la rutina o la disciplina literaria sería a partir de la primera novela importante publicada, La poetisa. Lo digo en la solapa, porque las editoriales nos hacen escribirla a los escritores no famosos. Dije que me impuse un trabajo de oficina para acabar la novela. Es necesario.
—Su último libro, Memorias de un gusano, está protagonizado por Avelino, un señor que no es muy popular. ¿Cuánto de Jesús Tíscar hay en Avelino?
—Absolutamente nada. No, yo soy guapísimo, tengo un físico envidiable y no puedo salir a la calle sin que me acosen y que me pidan aunque sea una comida de coño. De Avelino no hay nada, lo que hay es mucho de lo que es el fuerte contra el débil. Y cómo el débil al sentirse machacado por el fuerte, machaca a otros débiles. Siempre hay algo más débil debajo del muy débil. Creo que es un sentimiento humano. Yo desprecio al ser humano. Lo tengo desde siempre. No creo en mi raza. Por más que avancemos en otras disciplinas no somos nada piadosos.
—Avelino come heces, y antes usted escribió una colección de relatos titulada La camarera que escupía en los chupitos de whisky. ¿La literatura tiene que vomitar cosas para ser buena?
—No, qué va.
—Me refiero al escritor.
—No. La literatura también tiene que ser vomitiva, por qué no. También te tiene que contar las cosas que no cuentan los que le pagan para que no cuenten esas cosas. Igual me paso un poco, pero lo digo: los escritores nos debemos a la baja condición humana. El héroe no vende; el antihéroe, sí. No todos se atreven porque quieren publicar. Memorias de un gusano la publicó Raquel Raro, una editorial valiente y pequeña. La novela estuvo a punto de ser publicada por editoriales que suenan, pero no se atrevieron. La excusa, las palabras típicas, y me las creo: “Me apetece mucho esta novela, me gusta, intriga, pero no puedo poner esto con el sello de mi editorial en las estanterías”.
—Hay una interesante hornada de escritores jóvenes españoles como Sergio del Molino, Juan Soto Ivars y Juan Gómez Bárcena. ¿Le interesan los autores que son bastante más jóvenes que usted?
—No. Es más, los que me dice no los conozco. Y no es por tirria. ¡Yo no leo a mis contemporáneos! —Tíscar se ríe–. No, no los conozco. Voy a confesar algo por primera vez, y no se lo dicho ni a mi madre, con quien hablo de literatura todos los días de tres a ocho: yo no leo mucho. Leo, pero no mucho. Me aburro. No sé cómo los escritores se están partiendo el alma escribiendo… Y con los más jóvenes se tiene que cumplir una tradición, igual que pasaba conmigo cuando era joven: los viejos no leemos a los jóvenes y, además, nos parecen una puta mierda. Me pasaba a mí con los viejos. Ahora yo soy igual.
“NECESITO UNA COLUMNA DIARIA PAGADA”
—¿Siempre le atrajo la figura del columnista?
—Sí. Bueno, siempre, siempre, no. Desde pequeño me gustan los periódicos. Soy muy de Umbral. Es mi Dios. Lo amo. Yo había escrito cosas sueltas desde hacía tiempo. Tenía muchas ganas de una columna diaria. Quería enfrentarme, porque me sabía capaz. No tuve más remedio que recurrir a un periódico de la provincia. En Jaén tengo fama de vendido, porque con el Setenta veces puta, una publicación que yo tenía en mi juventud en el año 96, yo le daba mucha caña a ese periódico, porque se lo merecía. Pero yo quería hacer una columna diaria. Recurrí a otras publicaciones, pero no me querían y algunos de los diarios digitales que estáis ahora no existíais.
—Ahora es…
—No, no he terminado. Recurrí al periódico, hablé con dirección, y convenía que yo hiciese la columna. Me acuerdo que la primera salió un domingo en un parchazo que nunca se había hecho para que los lectores me vieran ligado al periódico. Era semanal entonces, pero yo quería que fuese diaria. Estuve diez años. Y fue satisfactorio, pese a los quebraderos de cabeza. Cultivé la columna diaria, y la verdad es que lo agradezco.
—Ahora es columnista quincenal. ¿Prefiere el día a día?
—Echo de menos la diaria, pero pagada. Sí, la echo de menos, porque me creo muy capaz y los medios venderían conmigo para bien y para mal. Quien te odia te lee. A ver qué coño escribe el tío éste hoy, dice. Lo que pasa es que ahora puede más el quebradero de cabeza. Pero sí, soy un escritor en paro de columna. Necesito una columna diaria pagada. Hay gente escribiendo sin cobrar, algunos son amigos míos. Ya les he echado la bronca. Es competencia desleal. Yo no soy funcionario, coño. Me dedico a esto.
—En Jaén se le conoce porque no se calla nada en sus columnas. ¿Se ha arrepentido en público o en privado de alguna opinión?
—No. Nunca me he arrepentido de nada. Me acuerdo de una vez que dije “hostia”. Pero fue porque me equivoqué de nombre. Ya no recuerdo qué fue. Achaqué algo a alguien que no tenía nada que ver. Después rectifiqué. No me arrepiento de nada. No le he hecho daño a nadie. Escribiendo no se le hace daño a nadie por más que digan los de UGT y me hayan sacado los cuartos.
—Si googleamos su nombre, la primera entrada que sale es esa condena por el caso de la UGT. ¿Le molesta que esté, visualmente, por encima de su obra?
—Imagínese. Me jode por muchos aspectos. Volviendo a mi época de columnista, yo he presentado libros y he estrenado obras protagonizadas y escritas por mí. También he hecho bastante por la cultura de la ciudad, y no he salido nunca en el periódico porque yo era un apestado. Entonces me condenan por injurias y salgo en media página y con fotos. ¿Cómo cojones se come eso?
—…
—Una venganza. ¿Lo de UGT? Me voy a poner un poco pedante. Desde el año 96, con el Setenta veces puta, creo que estoy haciendo —también junto con otros— mucho por esta ciudad, por sacarle la adrenalina. Por pincharle. Por olvidarnos de esa cosa rancia que nos ha envuelto siempre. Creo que he contribuido a eso. La gente lo agradece. Otros te odian. Pero en el fondo dices “esta ciudad está cambiando”. Vale. ¿Cómo me lo ha pagado esta ciudad? Condenándome. Así me lo ha pagado. No voy a decir que me exilio, como dicen otros. Pero sí me jode que he contribuido a que esta ciudad sea otra cosa y me lo ha pagado condenándome. Y no lo digo por UGT Andalucía, sino por alguna mierda de rata que ahora no da la cara y ha dicho: “Por aquí puedes coger al Tíscar”. Porque enemigos tengo bastantes. Y amigos también, muchísimos.
—En su web explica que aprendió a escribir escribiendo. ¿Cree en los talleres de escritura o son el refugio de los autores que no llegan a fin de mes?
—No vale para nada. Y los he impartido. Dos. Por dinero. Me hacía falta. No creo en los talleres de narrativa. A escribir no se enseña. Sólo he dado dos talleres. Los alumnos se dieron cuenta de que lo hacía por dinero. Pasión le ponía igual que el flequillo, ninguna. Nunca he creído en ello. A escribir aprendes tú si te interesa de verdad hacerte un estilo. Pero si te interesa de verdad. Porque hoy en día escribe ya todo el mundo. Me refiero a escribir en serio.
“EL TEATRO LEÍDO ABURRE”
—¿Cómo llegó al teatro?
—A través de la actuación. Es algo que no me planteaba, pero mi amigo Miguel Ángel Karames —director de escena y de teatro—, me dice un día que por qué no me meto en sus talleres. Pensé en probar. Me interesaba ver actrices bonicas. Quería verlas cambiarse. Eso era lo que me interesaba. Que lo hicieran delante de mí —se ríe—. Me paso mucho. Pero no había actrices que se cambiaran. Todas lo hacían fuera. Empecé y dicen que no lo hago mal. Lo que pasa es que no soy un actor vocacional. Eso de estudiarme el personaje y saber sus antecedentes me parece una tontería. Es para profesionales. Yo, no. A mí me llaman para papeles de mala hostia. He hecho como siete u ocho obras de teatro, algunas protagonizadas, otras no. También tres cortometrajes y un largometraje. Precisamente vengo de Beas de Segura de un rodaje bastante duro. Un drama rural que me ha gustado mucho. Aún tengo sangre en el cuello.
—Para disfrutar del teatro, ¿hay que leerlo o comprar una entrada?
—A ver, yo no soy lector de teatro. He leído sobre todo a Valle Inclán, porque es un maestro. Yo prefiero verlo. El teatro leído es un poco aburrido.
—¿Ha escrito alguna vez un guión pensado para que usted lo interprete?
—No, y debería. Pero no me he escrito ningún papel.
—¿Con quién le gustaría trabajar?
—Con nadie. Me gustaría escribir mis obras, que tuvieran éxito y que me dieran mucho dinero. Para mí el dinero es lo más importante en la vida. Ni amores, ni salud ni hostias en vinagre. El dinero. No me gustaría tratar con directores ni con actores. Con actrices sí. Para que se cambien. Pero no me gusta la gente. Mi vida ideal sería poder escribir y que tuviera muchísimo éxito. Que yo recibiera cheques cada semana y no tratar con nadie del teatro. Son gente que se droga. Aunque de vez en cuando ellos me pueden dar un gramillo.
—¿Qué es lo siguiente que escribirá Jesús Tíscar?
—Ahora mismo estoy de vacaciones. Más tras el premiaco que he ganado. Ahora tengo pelas para pagar —se dirige a la cámara, como un actor— lo que me estáis pidiendo, hijos de puta. Ahora mismo estoy de descanso. Escribí un relato para un concurso pequeño. Y sí le estoy dando vueltas a una historieta en teatro. Pero soy más de narrativa.
—¿De qué iría esa obra de teatro?
—De momento no puedo decir nada. En teatro me queda mucho que aprender en escritura. Lo mío ha sido siempre la narrativa. Lo primero que escribí fue La vida de Chomino, una obra que duró dos horas.
—¿Para qué sirven los premios? Aparte del dinero, claro.
—Según el premio. El de Getafe puede servir. Tengo un buen presentimiento. La mayoría de los premios que se convocan en España sólo sirven para pasar el mes. Por dinero: 300, 500, 1.200 euros. Uno se presenta y te lo editan en una edición muy para el pueblo. Eso pasa sin pena ni gloria. Otros sí. El de Getafe estará en El Corte Inglés, en la FNAC, y alguien más te va a conocer.
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