Unas manos nonagenarias que hacen maravillas con el esparto
Mientras se entretiene y aleja de su cabeza pensamientos tristes, el huelmense Diego Martos Valenzuela labra virguerías que, luego, regala a sus vecinos
Le pasa a Diego Martos Valenzuela (Huelma, 1933) lo que al preso que teje el esparto tratando de distraer al destino en un poema de su Libro del desasosiego.
Sí. Viudo desde hace nada y menos, este artesano tardío se sumerge en un profundo diálogo con esta fibra entrañable hasta convertir su casi inadvertida presencia vegetal en auténticas virguerías, que sus primorosas manos nonagenarias firman en forma de forro de garrafas o tiernos burritos como el que el mismísimo Juan Ramón Jiménez le hubiera quitado de las manos de haber pasado por la puerta de su cochera huelmense, donde exhibe su doméstica colección de preciosidades.
"Eso lo hago desde unos siete u ocho años, o más. Había un hombre aquí que forraba garrafillas con esparto, yo le di una y me la forró; vi si yo era capaz de hacerlo y me salió mejor que a él", recuerda. Así descubrió una habilidad que, a día de hoy, lo ayuda a mantener la cabeza alejada de pensamientos tristes: los que se le vienen a la mente a cada minuto, cuando se acuerda de su esposa, María.
"Eso me ha hecho polvo del todo, así que me entretengo con esto para no pensar", asegura. Y es que ha sido toda una vida junto a ella, desde una ya remota juventud en los cortijos de Cabritas donde ambos nacieron, se conocieron y pasaron gran parte de su vida hasta los últimos años en Huelma.
Con ella, eso sí, se ha recorrido gran parte de España, "toda la costa desde Cádiz hasta Benidorm", celebra Diego, y también "Lourdes, Fátima, Italia...", apostilla su nuera Josefina, esposa del único hijo del matrimonio e impagable intermediaria en esta conversación entre Lacontradejaén y el protagonista de este reportaje.
Y no porque Martos Valenzuela no derroche vitalidad, energía, que vaya que sí, que se maneja solo a las mil maravillas y tiene la cabeza estupendamente, como él mismo dice: "Dentro de lo mal no estoy muy mal del todo, la cabeza no me falla, lo peor que tengo son los pies, pero andorreo por todos sitios". Lo dicho.
HUELMENSE MUY QUERIDO
Así se siente este huelmense hijo de huelmenses que lleva Huelma en su alma y donde es todo un personaje, en el mejor de los sentidos de la palabra.
Algo tendrá el agua cuando la bendicen (reza un refrán), y el propio Diego percibe el cariño de sus vecinos, sus paisanos, tanto de las cortijadas como del municipio, que saben de su aventura vital y la valoran con calor y aprecio. Quizá porque muchos de ellos lo conocieron jeringa en mano cuando la salud lo requería:
"Hice la mili en Jerez de la Frontera, en aviación, y estuve en sanidad. Allí aprendí muy bien a poner inyecciones, y con mi moto iba a las casas a ponérselas a la gente o recogía al médico o la comadrona para llevarlos a las casas de los enfermos", evoca.
Todo un 'practicante' cuyas manos, curtidas "en todos los oficios que se pueden hacer en el campo", se vuelcan actualmente en dar rienda suelta a la creatividad de una mente inquieta, despierta, juvenil pese a los noventa tacos que el DNI le recuerda que tiene.
"Todo lo que hago lo regalo, y tengo también muchísimas cosas de adorno aquí, en la cochera". Un garaje particular que, como aclara su nuera, "da a una calle muy transitada, donde están el Registro, la escuela, tiendas, la notaría...". Josefina apostilla: "Llega uno y le dice '¿qué haces?', ve lo que está haciendo y dice 'qué bonito', y él le regala cosas. Así se distrae".
Va a ser cuestión de pasarse por la puerta de su casa, a ver si se pilla algo y, de paso, para comprobar lo que el propio Diego afirma que le ocurre:
"Todo el mundo me mira bien, me dice adiós, soy una persona que no sé hacer mal, solo bien a todo el mundo. Me pongo en la puerta y todo el mundo me dice adiós, me llevo bien con todos; nunca me he peleado con nadie, para todo el mundo he tenido una buena cara, y la gente se para a hablar conmigo en la puerta con armonía, felices".
Lo tiene todo para estar contento, si no fuera por la pérdida de su compañera... Ah, y por la sequía, que lo tiene en vilo:
"Antes sí que llovía, ¡cualquier cosa era! En el cortijo nos pasábamos los días y los meses casi sin salir fuera, de lo que llovía, y ahora nada. Esto va a ser la ruina del mundo; dentro de un tiempo, la gente no va ni a saber lo que es llover", lamenta. Ojalá se equivoque, como la paloma de Alberti.
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