Ochenta y cuatro años y un deseo: "Que el Señor me deje como estoy"

La baezana Dolores Checa Gallego nunca pensó que superaría las ocho décadas de vida, a las que ha llegado en plenitud mental y con alguna que otra "peana"
En todo el mundo el 8 de marzo es el Día de la Mujer, pero el 9, solo un día después, en la casa de Dolores Checa Gallego no hay celebración más grande que la de su cumpleaños, que para algo es la matriarca.
Esposa, madre, suegra y abuela más que querida por los suyos, esta baezana de la conocida familia de 'los Morato' sopló la preceptiva tarta rodeado de su gente, de quienes más la quieren, y eso que las redes sociales dejan claro que se la aprecia pero mucho, mucho en su pueblo, a tenor del casi centenar de felicitaciones recibidas:
"Muchas felicidades Loles a seguir cumpliendo muchos años más así de bien y de guapa", le desean desde una parafarmacia local, mientras Rosa Rubio le envía palabras tan cariñosas como estas: "Que guapa! Muchas felicidades y que sigas cumpliendo y celebrando la vida igual de bien". Solo dos ejemplos del cariño que se le profesa: algo tendrá el agua cuando la bendicen, reza un refrán.
Maravillosamente lúcida y enamorada de la vida, Dolores no se veía en esto de soplar ochenta y cuatro velas, vaya que no, pero ahí está, estupenda y activa donde las haya, haciendo cierta aquella frase del bueno de Pitágoras, que dicen que celebró noventa y cuatro fiestas de cumple y que escribió que una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida. Sabía de lo que hablaba.
Baezana "de toda la vida", vivió una infancia, adolescencia y juventud rodeada de amor en un ambiente entrañable, como ella misma evoca:
"Mis padres eran cuatro hermanos carniceros, los cuatro en el mismo negocio, nos reuníamos todos en la casa principal todo los días, éramos una familia muy unida, aquí en Baeza somos nombrados porque hemos tenido una famliia muy unida y sin jaleo ninguno, con mucho cariño", comenta, satisfecha y emocionada al hablar de sus ancestros, de los que asegura que no podía haber nadie cerca sin nada que llevarse a la boca.
Y todo en una ciudad patrimonial que es su debilidad, de la que habla maravillas, a la que jamás se le ha pasado por la cabeza convertir en protagonista de su nostalgia: "Me gusta muchísimo, y aunque me gusta viajar y hemos viajado mucho, al final siempre regreso a mi ciudad".
Una Baeza que describe como un lugar "para verlo, no para decirlo": "Tiene muchísimas cosas de cultura, monumentos preciosos, es muy bonita para visitarla y comprobar que verdaderamente es una maravilla". Lo que es, es y no admite discusión.
Ah, y la gente, sus vecinos, sus paisanos, para quienes solo tiene buenas palabras esta mujer aficionada al teatro, la lectura y la música en unos tiempos en los que ellas no lo tenían tan fácil para desarrollar sus vocaciones. Menos mal que entre esas pasiones particulares estaba también la costura, que si no...
"Estuve todos los años que hubo que estar en la escuela hasta que terminé; luego, como me gustaba muchísimo también coser, fui a un taller de costura. He cosido para mi casa y también para fuera de mi casa, pero como en mi casa éramos muchos y querían que les hiciera vestidos, más que para la calle he cosido para la familia", explica.
Casada con Francisco Cabrera Parra desde 1965 (este año tocan las bodas de diamante), el suyo es un matrimonio más sólido que el puente Ariza, que por más que el agua lo haga desaparecer, ahí está siempre. No en vano, cuando se trata de pedir un deseo, no lo duda: "Que mis hijos sean tan felices como nosotros lo hemos sido".
INQUIETUD CULTURAL
Feliz en su casa, al lado de su marido después de tantísimos años, y feliz cómo no en la música, que no caduca en su corazón.
"He estado en el coro de la Trinidad unos quince años, con mi marido, pero ya lo hemos dejado, porque había que moverse mucho en el escenario y yo ya no tengo años para tanto movimiento".
¿Quiero eso decir que ya se ha 'jubilado' de cantar? En absoluto, y lo saben bien en la Coral Polifónica de Baeza y en la Coral Baezana, donde la pareja continúa dando la nota (en el mejor de los sentidos): "Es muy bonito cantar el Miserere, llevo tantos años cantándolo que llevo la partitura pero me sirve de adorno, porque yo la llevo ya en la cabeza", aclara.
¿Qué más le puede pedir a la vida Dolores Checa Gallego, con su gente alrededor y sus pasiones en pleno ejercicio? Pues sí que quiere algo: "Me gustaría que el Señor me tuviera como estoy, que no esté peor y me deje la cabeza bien para que nadie me tenga que llevar ni traer", apostilla, con lágrimas en sus ojos.
Ese llanto que traduce solo autenticidad, sencillez y la gratitud de una baezana que no solo ha tenido la suerte de nacer y vivir en una de las urbes más hermosas del mundo, sino también de armonizar su propia existencia con el equilibrio que la belleza le procura al escenario de sus días.
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