Ese Cristo que no sale del Arco de San Lorenzo
El Crucificado de la capilla del monumento jiennense, visible solo a través de la puerta de acceso, cumple 95 años desde que Juan de Dios Montoro lo tallara
No tiene cofradía que le rinda culto o lo saque de su capillita del Arco de San Lorenzo para aliviarle un poco su soledad de cada día en procesión, o en viacrucis siquiera.
No, pero desde que preside la estancia baja del monumento jiennense, a ese Crucificado no le falta quien acerque sus ojos a la puerta para buscarlo a través del cristal que lo revela desde principios de los 80, cuando llegó a la que es, también, privilegiada sepultura de Juan de Olid (secretario del condestable Iranzo y, para muchos, el autor de su fabulosa crónica) y su esposa.
Noventa y cinco años cumple, en 2022, este Cristo pequeño que rezuma encanto, sencillez y misterio a partes iguales y de cuya historia y autoría se ha escrito poco.
De ahí que, hoy, Lacontradejaén ponga su curiosa mirada digital sobre una talla desconocida para muchos que salió de la gubia de un escultor aficionado, el jiennense Juan de Dios Montoro Fernández, como él mismo desveló al investigador local Pedro Casañas Llagostera en el transcurso de una conversación que, luego, terminó negro sobre blanco en las páginas de la mítica revista semanasantera Alto Guadalquivir de 1987.
Nacido en 1896, más de uno todavía recuerda al artista, ya ancianísimo, por las calles del casco antiguo, tocado con un borsalino y apoyado en su fiel bastón.
Inclinado hacia la escultura "desde niño" (confesaba el propio Montoro) y tras dedicar toda una vida al gremio de su dinastía (la conserjería de La Económica), sus manos alumbraron al "Cristo del Arco de San Lorenzo (como él mismo lo bautizó) allá por 1927, con lo que en cuestión de un lustro la imagen alcanzará el primer centenario:
"Estoy encantado de la vida con el hecho de que 'mi' Cristo se encuentre" en el arco, le decía, hace veinticinco años, a Pedro Casañas. Por entonces, al imaginero le restaban apenas dos de vida hasta aquel 27 de febrero de 1989 en que expiró (según Manuel López Pérez en sus referenciales Cartas a don Rafael) con la memoria plena de un Jaén legendario y desmembrado.
Caprichos de la eternidad o no, lo cierto es que cada vez que alguien esfuerza los ojos, a pie de arco, para enfocar la anatomía de esta imagen, el recuerdo de Juan de Dios Montoro se difumina un poco menos.
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