Cuando el metal progresivo conoció al flamenco más irreverente
Hace poco menos de dos meses que los cimientos de la escena musical en España se sacudieron con estrépito. Era un 17 de febrero tipical spanish, inusualmente soleado para tratarse del más profundo invierno, una inyección de vitamina D como tantas otras acompañada de temperaturas acostumbradas a chocar todavía con abrigos y bufandas. Sonó sin remedio Canción de E para poner patas arriba cualquier concepción demasiado cuadriculada, cualquier oído en busca de nuevas emociones, para dejar claro que no hay nada escrito y que, en cuestiones de música, aún está todo por hacer.
Si nos ceñimos a símiles históricos peninsulares, lo de estos cinco músicos que representan dos mundos completamente distintos podría compararse a la convivencia milenaria de celtas e íberos, de aragoneses y castellanos, de andaluces y gibraltareños. Lo que pasa siempre aquí, dos realidades completamente opuestas que colapsan en un amalgama de sonidos condenadas a entenderse para convivir en armonía. Porque, ¿qué pasaría si un crítico y profundo cante se solapara con los sonidos más underground del prog metal?
Los culpables de poner patas arriba a la industria responden al nombre de Exquirla, marbete que designa a una "banda neonata" con padre y madre muy peculiares. Y menester entrecomillar tal afirmación, pues son nada menos que 20 años de experiencia las que aúnan con atino las partes que han dado vida a un todo casi infranqueable. En el caso de Para quienes aún viven, primer elepé del proyecto Exquirla, dos identidades tan dispares que tienen tanto que ofrecer se dan la mano en un ir y venir de riffs metaleros sin fin que, quién lo diría, combinan a la perfección con la voz transgresora de un inconformista del flamenco. Porque detrás del micro de Exquirla se sitúa Francisco Contreras, mejor conocido como El Niño de Elche o la peor pesadilla para los puristas de un género demasiado arraigado al sentir nacional. Activista, revolucionario, experimental, así mismo se define un cantaor con ocho trabajos a sus espaldas en los que se ha amoldado a todo tipo de situaciones, que colecciona con el mismo ahínco a simpatizantes como a detractores. Conociendo la dilatada carrera y el gusto por llevar el flamenco un paso más allá, no parece extraño que la voz de El Niño de Elche quede como un guante a las melodías de otros cuatro madrileños que tampoco dejan indiferente a nadie.
De hecho, este 2017 celebran su décimo aniversario. Esteban, Alberto, Macón y Álex son los cuatro ingredientes indispensables que dan vida a Toundra, posiblemente el adalid del post-rock instrumental de este país. Su currículum incluye cuatro álbumes de minutos y minutos sin pausa celebrados por sus incondicionales, mal acostumbrados a disfrutar de un vaivén de melodías potentes con las que nunca dejan un cabo suelto. Y justo cuando parecía que con la gira de "IV" —su último elepé, publicado en 2015— volvían a cerrar su impecable círculo, los órganos que mueven la marca Toundra tuvieron una especie de revelación tras las tablas. El grupo madrileño y El Niño de Elche coincidieron el verano pasado en un festival gaditano y, al parecer, la fascinación mutual debió ser casi insostenible, porque han tardado poco más de medio año en crear un producto único, algo demasiado potente para pasarlo por alto. Y es que escuchando a Exquirla, nadie podría decir que los Toundra no vivieran ya acostumbrados a una voz de por medio. Las letras, a cargo de Contreras —que incorpora además fragmentos sobrecogedores de “La marcha de 150 millones”, obra del poeta social Enrique Falcón—, son directas, valientes, honestas. Piezas que parecen haber encontrado su engranaje perfecto en un sonido doliente que se expande sin límites, "toda una oda a la épica" como señala el propio cantante de este proceso creativo.
Tal vez a algunos esto ya les suene a rancio o les parezca un déjà-vu que trae consigo ecos de lo mejor de ese movimiento llamado rock andaluz, en el que infinidad de artistas enmarcados en el flamenco lucharon durante décadas contra los cánones más retrógrados. Hace ahora cincuenta años que Andalucía, inmersa en una crisis de identidad, fue un hervidero de profunda experimentación y la cuna de leyendas como Triana, Camarón de la Isla o Medina Azahara. Puede que iniciativas como la de Exquirla consigan reivindicar un mensaje necesario como hicieran los mercenarios del rock andaluz y abrirse paso en un panorama convulso y mediocre, que sigue premiando lo banal —más si cabe cuando viene de fuera— y cerrando la puerta en las narices al que apuesta por ir un paso más allá. Pero para no caer en el error de la mayoría y poder abrir horizontes, siempre —siempre— hay que escuchar, sentir, apreciar y, si llega hasta donde tiene que llegar, recomendar. Porque la música nace de manos y de voces, pero no vive en absoluto sin la existencia de oídos que estén dispuestos a darle al Play.
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