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El lujo del enfoque

Por Bernardo Munuera Montero - Octubre 28, 2019
El lujo del enfoque

Hace año y pico, en agosto de 2018, escribí sobre la pantalla de la Olivetti Lettera con la que escribo algunos artículos. Ahora, y para que no se enfrenten, he de escribir sobre mi Olympia Traveller de Luxe.

La semana pasada fue mi cumpleaños y, conociendo mi madre la pasión con que encaro una página en blanco, me regaló una de las máquinas de escribir que tenía en casa. La que me regaló la tenía como elemento de decoración, pero ahora, en mi mesa, me servirá para escribir y escribir textos y artículos, por ejemplo, para esta cabecera.

No sé si ustedes escriben. No sé si escriben poemas o relatos o quizás novelas. Si lo hacen serán testigos de lo difícil que resulta hoy concentrarse. A mí me lo resulta. Cada día más. Esta es una de las razones por las que no he abandonado la escritura de mis textos con máquina de escribir.

Se trata del enfoque. Hoy resulta agotador terminar de escribir cualquier pieza, y no solo me refiero a la escritura de algún texto, sino a la construcción de cualquier proyecto que necesite silencio, soledad y tiempo. Bastaría por sacar el dispositivo móvil de la habitación donde te encuentres; o apagar el wifi para así escribir sin ninguna distracción. Es difícil, reconozcámoslo. Es muy difícil. Incluso aquellos que lo consiguen afirman que tardarían menos tiempo y lo hubiesen hecho mejor si hubieran permanecido aislados del placentero punto G del móvil y del wifi.

Sigo escribiendo con máquina de escribir desde el último artículo que publiqué. Sí, no me avergüenzo y lo reconozco. Ahora, por ejemplo, estoy escribiendo este artículo en la Olympia que me han regalado. Después de casi treinta líneas, uno, no he borrado ninguna palabra, es decir, no he utilizado en ningún momento el “Delete”, dos, no he abierto ninguna pestaña del navegador para actualizar el estado en Twitter o conocer cuántas piedras por minuto están lanzando los CDR; y tres, estoy enfocado en el texto.

Con poco que navegues en internet observas, no vamos a exagerar, cierto auge en el uso de estas máquinas analógicas. Tropiezas con usuarios que escriben, que pretenden escribir algunas líneas al día, buenas o no, y necesitan lo que ofrece una simple y austera máquina de escribir.

Además, sucede que, cuando escribes con la máquina, el ritmo de escritura se ralentiza y ves, con cierta evidencia, la conexión ideal que se establece entre lo que tienes dentro de la cabeza y lo que terminas por escribir. Existe similitud con la escritura manuscrita, puesto que el pequeño obstáculo, ese retardo entre lo que supone hundir con más fuerza una tecla y terminar de perfilar el palito de una “t”, frena, ralentiza, da sabor.

En realidad, lo del sabor es muy importante. Cuando terminas de escribir el texto que te has propuesto, pesa más --es evidente, sacas un papel recién impreso del rodillo de manera instantánea—y percibes lo satisfactorio que sería que pudieses alcanzar la dicha de escribir, no como churros, algunos de los textos que le debes a alguien.

Para mí, todos son ventajas. Y dirá, usted que me lee, que el tiempo que invierto en transcribir lo escrito al ordenador es tiempo perdido. Pero diga conmigo que no. Diga no. No es tiempo perdido porque lo único que haces en ese proceso de reescritura es pulir y dar brillo, si así lo necesitase el texto.

No pretendo convertir este hábito en un acto romántico. No, por Dios. Solo experimento la gratitud que ofrece una máquina de escribir cuando atrapa un folio para mancharlo. En ocasiones pienso que quien escribe o escribió con este artilugio dota a su texto de un valor extra, un valor que está relacionado con el respeto hacia ese picar tipos, como quien pica para extraer carbón o diamantes, aunque invierta más tiempo, tantos o más días y unos cuantos años. Es en la fragua lenta donde siempre se forja un estilo.

BLUMM

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