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El paraguas

Por Antonio Heras - Febrero 03, 2017

Admiro a la gente que se involucra. Que pertenece a colectivos que luchan por la defensa de derechos fundamentales del ser humano, del animal, del patrimonio histórico o cultural. A cualquiera que trabaja para intentar que este mundo en el que nos ha tocado vivir sea un poco mejor; más justo, más bello. Sobre todo en estos tiempos en los que las tornas parecen haber cambiado y nos quieren hacer retroceder a décadas jurásicas. Admiro a la gente que lucha, repito. Pero me preocupa aquella que se deja cegar por el grupo al que pertenece, con el que se identifica, y deja pasar las consignas, las órdenes, las coge como quien sostiene una caja de zapatos y las reparte entre quienes quieren escuchar. Las recibe y las expande sin pararse ya siquiera un segundo a sopesarlas, a echarles un vistazo y pensar si son correctas, adecuadas. Si está de acuerdo con ellas. Si tienen aristas afiladas o el envés de la idea que le ha sido entregada es justo lo contrario de lo que esta persona defendía antes de formar parte de ese colectivo. Entiendo que esta dejadez no conlleva mala fe. La seguridad que ofrece estar repaldado por el grupo y abrazar ideas que no serán rebatidas entre los que te rodean crea un camino mullido y agradable por el que caminar sin sobresaltos. Lo espinoso es la dirección, la meta, que puede haber cambiado sin que te des cuenta. Pensemos en un partido político, una asociación, una familia de cualquier tipo. La pertenencia a un grupo no debe borrar nuestra personalidad crítica. Nuestra capacidad de análisis y reflexión. Dicen los que atacan a Podemos, por ejemplo, que están al borde de la ruptura. Lo declaman saboreando la palabra, rup-tu-ra. Para muchos, el que haya voces divergentes en un partido político es signo de debilidad, de edificio agrietado y presto a la demolición. Para mí es justo lo contrario: los críticos son los que apuntan hacia las debilidades de la estructura, las posibles fallas de ese animal en continuo crecimiento que es un movimiento político. Si ese animal no se mueve, si nadie grita que la dirección elegida está escorada hacia la derecha, el partido es un cadáver. Y los seguidores serían partidarios de un estado zombi.

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