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Elecciones luminosas

Por Antonio Heras - Diciembre 06, 2017

Nunca me ha dado vergüenza hablar de mis gustos musicales, televisivos o frikis. Los llevo con la cabeza bien alta, con razonado y desafiante orgullo de chico raro, gayer irreductible y férreo defensor de los Federer frente a los Nadal, las Steffi frente a las Arancha, los Sonic frente a los Mario. Tampoco oculto las carcajadas que me regalan Sálvame o Cazamariposas, los maravillosos y delicados monstruos creados por la televisión (luego masticados, regurgitados) de la talla de Aramís Fuster, la paisana Cantudo, la bailonga Lydia Lozano. No es este un artículo de defensa a la llamada telebasura —que podría, que quizá podré—, solo fue la introducción al verdadero motivo de estas líneas: el triunfo de la luz sobre las sombras; del amor sobre la podredumbre. Estoy hablando, ya lo habréis adivinado, de Operación Triunfo. El formato musical resucitado por Televisión Española ha superado con creces las expectativas de muchos espectadores —yo el primero— que dudaban sobre la capacidad de OT para triunfar, tantos años después, en un panorama marcado por los realities más negros, más duros, donde los gritos, la violencia y el comentario venenoso vía redes sociales son los ingredientes que suben las cuotas de audiencia. La clave no está en la imaginación de los guionistas; tampoco en el espectáculo visual; no la encontraremos en el jurado, aunque Mónica Naranjo borde su papel de malvada de Disney cada noche; el éxito de OT 2017 nace, se reproduce, bulle, simplemente, en sus concursantes. La base del programa son ellos. Ellos, el casting que los llevó hasta nosotros —los encandilados espectadores— y la delicadeza del equipo -profesores y no profesores— que cuida a los chicos en la Academia y en el plató. Oír a Amaia y Alfred cantando y tocando el piano en directo la bellísima melodía de City of Stars fue una revelación. Una de las primeras batallas ganadas de aquella guerra de la que hablaba arriba, la luz contra la oscuridad. La luz son ellos, la oscuridad es ese lento y podrido tsunami reaccionario que lleva inundando, colapsando TVE desde hace unos años. Daría más pistas, pero, tal y como están las cosas, podrían llevarme a la cárcel antes que a las personas que dieron martillazos contra un ordenador en la sede del partido que gobierna. Y lo machacaron sin ritmo ni concierto, porque ni para eso tienen clase. La luz, volvamos al tema, son los chicos de OT 2017 y las sombras, los programas cutres y los debates capciosos, pringados de partidismo y de servil acatamiento que hunden la reputación de una cadena pública que, hace una década, era referente, premiada y, en resumen, podía verse sin demasiada vergüenza ajena. No hablemos de los informativos. No hablemos de las denuncias de los consejos profesionales, de las protestas de los periodistas, no hablemos de ello. Resaltemos solo la parte brillante. Hablemos del amor, como dijo Raphael. Luz fue el beso de Marina y su novio, ella de pelo rosa y él de pelo azul, la demostración de puro afecto, la explosión de belleza inesperada en la televisión pública más retrógrada de los últimos 20 años. Luz las voces de Nerea, de Agoney; la personalidad de Alfred, la apabullante Amaia resucitando el espíritu de la transición no de una manera política sino emocional: la de aquella España que esperaba liberarse de ataduras tras la dictadura franquista y no sospechaba la que se le venía encima, los miles de corruptos socialistas y peperos, las traiciones de los partidos y los sindicatos, los tiros en el pie de los propios ciudadanos. Amaia I de España quizá haya venido a redimirnos de todo aquello, a salvarnos de nuestros errores pasados y a lanzarnos hacia un futuro esperanzador. Yo la votaría. Si en este país se pudiera votar al rey, claro.

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