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Emprendimiento cultural, hoy

Por Olivia Ali Palacios - Agosto 02, 2017
Emprendimiento cultural, hoy
La realidad social del emprendimiento cultural se mueve entre varias suertes, con casos de flexibilidad enriquecedora y ejemplos de precariedad extrema.

Se entiende por emprendimiento cultural, el desarrollo de proyectos participativos que generen industrial creativas, a través de un plan de negocio dotado de estrategias competitivas para que tanto los emprendedores de la industria cultural, como sus gestores desarrollen un fortalecimiento de la cadena de valor cultural mediante un circuito de relaciones concebidas en su totalidad. Una puesta en práctica de modelos empresariales cuya finalidad es el impulso o la puesta en valor de la cultura.

La realidad social del emprendimiento cultural se mueve entre varias suertes, con casos de flexibilidad enriquecedora y ejemplos de precariedad extrema en la supervivencia económica de los proyectos. No obstante, surgen iniciativas de negocio relacionadas con las industrias culturales que precisan algo más que valentía, en un sector muy tocado por la crisis y por la incomprensión. Una de las disyuntivas que se presentan para los emprendedores (artistas, músicos, galeristas, gestores, comisarios, escritores, editores…), es cómo conseguir visibilidad y beneficios de sostenibilidad, lo que se denomina “trade-off” entre cultura y público.

En una reciente radiografía breve del sector, se aprecia como más del 60% está formado por autónomos organizados en estructuras abiertas, horizontales y en red, y el 70% emprenden gracias a un presupuesto inferior a 10.000 euros.

La precariedad laboral en cultura es una realidad incómoda para los que nos dedicamos a darle voz  planteando alternativas al silencio institucional de las calladas políticas culturales. Se necesitan respuestas inmediatas, sobrevenidas por una palabra clave: curiosidad. Curiosidad por los límites de la cultura, conociéndolos y asumiéndolos podemos crecer intelectualmente, sin fingir que no los vemos, ya que nos obligarían a ser más modestos.

El reto cultural entonces tendría que centrarse en encontrar nuevas políticas públicas que puedan ser capaces de refrendar las dicotomías que antes caminaban unidas y ahora pasean divergentes: el progreso cultural y el bienestar social.

Yo me considero una persona optimista, aunque no oculto mi irritación ante los que invitan discretamente al silencio y al desanimo en materia cultural. El deseo de legitimar lo que se considera normalmente infracultura es, en gran medida, el motor de artistas y creadores de diferentes sectores, que responden a un emprendimiento independiente o colectivo, a un impulso por comunicarse a través de la cultura, y que sólo desean que cada una de sus manifestaciones formen parte de las nuevas iniciativas de negocio en materia cultural.

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