Las primorosas manos fuerterreñas de Elena Roldán Moya
Su vida transcurre entre labores agrícolas, pero su verdadera querencia es el encaje de bolillos, labor de la que es ya un nombre propio entre sus paisanas
Ama tanto lo que hace, que Elena Roldán Moya (Fuerte del Rey, 1967) bien podría pasar por la modelo que Vermeer prefirió para pintar su icónica Encajera, si no fuese porque entre la holandesa y la fuerterreña hay un abismo de siglos.
Encajera de bolillos, sí, por más que ella misma le quite importancia a las virguerías que salen de su magín: "Esto no es nada", asegura, humilde, en tanto contribuye a la preservación de tan antiquísima técnica artesanal.
¡Como si crear de la nada esas maravillas que debería incluso firmar (como se hace con las obras de arte) no tuviese mérito! Mucho más si quien se las cuaja tiene las manos curtidas no precisamente en la delicadeza cotidiana, sino en la dureza: "Siempre he trabajado fuera de casa, cogiendo garbanzos, matalahúva, aceituna... Y así sigo. Cuando llego de la aceituna, lo único de lo que tengo ganas es de acostarme", comparte con los lectores de Lacontradejaén.
Sin embargo, en cuanto tiene lugar, se entrega a su pasión: "Cuando llega la aceituna voy porque tengo que ir, pero me molesta porque no puedo hacer lo que realmente me gusta". O sea, que si los días durasen cincuenta horas, a Elena Roldán le seguirían pareciendo cortos para continuar entre hilos y puntillas.
Pero, ¿de dónde le viene a esta vecina de Fuerte del Rey, casada, madre y trabajadora, su amor hacia esta manufactura con origen nada menos que en el siglo XV, si no antes? Pues no fue en Milán ni en Venecia ni en Zurich (consideradas sus cunas principales), sino en la mismísima capital de la provincia: Jaén.
"Me enseñaron en el Casino de Artesanos [el actual edificio que alberga el Patronato Municipal de Asuntos Sociales], en la Asociación de Vecinos Arco del Consuelo [que allí tiene su sede desde su creación, a mediados de los años 90 del pasado siglo XX].
¿Su maestra? "Fina Cueto, que era muy buena profesora; ella me enseñó lo que yo sé". Y desde el pueblo del salpicón que se iba, jornada tras jornada, hasta la ciudad del Lagarto para atesorar conocimiento y acumular destreza hasta convertirse en toda una maestra en lo suyo.
Maestra, sí, con todas las letras, que transmite a un buen grupo de alumnas cuanto sabe en un local cedido por el Ayuntamiento (asegura): "Yo solo les enseño hasta donde yo puedo; me gustaría aprender más para poder enseñarles más, pero ahora, además, es imposible, porque estoy metida en otra cosa", apostilla.
¿Qué cosa será esa, capaz de aparcar la pasión de Elena Roldán por el encaje de bolillos? "Estoy bordando tul, aprendiendo a hacer mantillas, que eso tiene tela; es más fácil que el encaje, pero muy laborioso", aclara.
Una formación que implica 'viajar', una vez por semana, hasta Torredelcampo (está claro que todo lo que encapricha a la artesana a la hora de aprender, implica kilómetros). Por lo pronto, el esfuerzo da sus frutos: "Ya me he hecho una mantilla". Luego vendrá otra, y otra.
Hasta ese momento, la producción de Roldán Moya incluye desde abanicos hasta guantes de novia o comunión, juegos de sábanas, mantelerías, colgantes... "Hace años, cuando los móviles todavía no tenían cámara y no podía yo sacarles fotos, me puse a contarlos y tenía más de trescientos abanicos". Ahí es nada.
Y todo a base de paciencia, que (en sus propias palabras) es condición sine qua non para quien opte por los bolillos: "Te tiene que gustar mucho, es una cosa que ceba (como decimos aquí), que gusta; cuanto más lo haces, más rato quieres estar haciendo una hojita, una florecita...".
"Encaríñate con tu oficio por pequeño que sea y descansa en él", dicen que dijo Marco Aurelio mucho tiempo antes de que el encaje de bolillos estuviese, siquiera, en el vientre los siglos. Un oficio pequeño..., que personas como Elena Roldán Moya agigantan.
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