"Quienes me escuchen podrán cambiar todo lo que frena sus vidas"
Su rostro se hizo popular, a mediados de los 90, como experto televisivo en salud o en las galas de más relumbrón de la pequeña pantalla, pero Miguel Ángel Tobías (Baracaldo, 1968) llevaba ya las alforjas cargadas de proyectos que, desde la creación de su propia productora en 2003, lo han convertido en un nombre propio de la TV más venerada.
El próximo sábado 18 de mayo, a partir de las seis de la tarde, estará en el baezano teatro Montemar para mostrar la faceta que realmente le apasiona: la ayuda a los demás. Lo hará con una charla que promete hondura y para la que ya se pueden adquirir unas entradas que, además, tienen carácter solidario, a beneficio de la comunidad religiosa de Hijas de la caridad.
—Ahora que viene a tierras por las que anduvieron San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, señor Tobías, se puede decir que es, como ellos, un andariego.
—¡Qué bonito que digas esto! Yo me fui de casa con diecinueve años (no me echaron, tengo una familia maravillosa, nos amamos), pero sentí a esa edad que quería recorrer el mundo. El primer salto fue de Bilbao a Madrid, de allí a París un tiempo, a Estados Unidos un rato, otro rato a Australia... Y no he vuelto a parar de andar, así que literalmente Miguel Ángel Tobías es un andariego.
—Pero, ¿qué busca usted?
—Sentido: mis propias vivencias personales y profesionales (las que me han tocado en zonas de terremotos, de guerra, de pobreza...), o las que he tenido al borde de la muerte, me han hecho comprender de una manera muy clara que la vida, literalmente, es un camino, un recorrido que nos plantea retos a nivel físico pero también psicológico y emocional, permanentemente, y que tenemos dos opciones.
—¿Cuáles son esas opciones, Miguel Ángel?
—Aceptar que efectivamente la vida es un camino, que no podemos ni debemos quedarnos quietos. Y además tomar la conciencia de que debemos intentar recorrer el camino de nuestra vida de la forma más parecida posible a lo que nuestro corazón nos dice que quiere que sea nuestra vida.
—¿No será que esto de ir de acá para allá continuamente le viene de familia? Es usted vasco de cuna, pero extremeño de origen. ¡Vamos, que lo de quedarse quietos parece que no ha sido tradición en su casa!
—Sin duda ninguna; yo soy hijo de unos padres y miembro de una familia que, aun siendo gente que en otra época no pasó hambre (gente muy seria y muy trabajadora, del campo y de las carreteras), de alguna manera les tocó vivir ser niños de la posguerra, lo que les hizo entender que si querían un futuro con más posibilidades, tenían que emigrar. Mis padres y otros tíos míos tiraron para el País Vasco. Somos cuatro hermanos, a la mayor le tocó nacer en Extremadura pero los otros tres, ya en Bilbao. Esto lo compartimos con los andaluces.
—¿A qué se refiere?
—A que tanto andaluces como extremeños han sido gente muy dura, por lo que les ha tocado vivir, pero muy echada para adelante, muy emprendedora. Y creo que (gracias a Dios por ello) se ha perpetuado en mis genes.
—A estas alturas de la película está muy manida la frase del recién descubierto Cervantes cordobés, cuando dijo aquello de que el que anda mucho y ve mucho, sabe mucho. ¿Qué ha descubierto usted a través de tantos viajes como lleva a sus espaldas?
—Que somos todos mucho más parecidos entre nosotros de lo que creemos, por eso me da mucha pena de que, viviendo en el mejor país del mundo (y esto no es una frase hecha), estemos viviendo unas circunstancias como las actuales, donde resulta que los españoles (somos españoles todos los que tenemos pasaporte español, le pese a quien le pese), en 2024, en vez de ser un país unido y cohesionado que pelea junto para avanzar y ser más próspero, haya grupos de personas en distintas partes del país que tratan de destruirlo, con todo lo que les costó a nuestros padres y nuestros abuelos construirlo.
—Ahora es usted quien remite a una frase de postín...
—A Unamuno cuando dijo aquello que los nacionalismos se curan viajando, efectivamente. Yo estoy completamente seguro de eso.
—Hablando de viajes, el próximo sábado 18 de mayo se le espera en el baezano teatro Montemar, donde ofrecerá la conferencia titulada El sentido de tu vida. Antes de entrar a saco en la temática de su charla, ¿qué presencia ha tenido la provincia de Jaén en su aventura vital, si es que ha tenido alguna?
—He estado más veces en Jaén, pero de visita, nunca me ha tocado la fortuna de venir por trabajo; aunque tengo tanto amor por nuestro país que me sé la canción más importante de cada territorio de España. En este caso...
—Tiene en ascuas a los lectores de Lacontradejaén: unos esperarán que Miguel Ángel Tobías se arranque por tarantas de Linares, otros con las Tres morillas, un melenchón...
—[Canta, literalmente] "Andaluces de Jaén, / aceituneros altivos, / decidme en el alma de quién, / de quién son esos olivos, / andaluces de Jaén...". Un poema de Miguel Hernández cantado por Paco Ibáñez. Me llegó, hace muchísimos años, escuchando una casette de un concierto de Paco Ibáñez en París en 1968, y lo canto desde que soy niño, con conciencia de lo que estoy cantando.
—¿Sabe lo que canta realmente, conoce bien el significado de esos versos terrales?
—¡Me caló tan profundo y tengo tanta conciencia de lo que canto...! El esfuerzo realizado para que esos olivos estén ahí, que además nos dan un producto que la gente ha descubierto, ahora, que es oro...
—Lo dice como si lo supiera desde mucho antes que el resto.
—Lo llevo sabiendo toda la vida. Todos tenemos un pasado y yo, antes de dedicarme al mundo audiovisual, pasé consulta durante trece años porque soy doctor en Nutrición; así que sé perfectamente lo que es el aceite, lo que son los olivos y lo que Jaén significa.
—Se tenía usted muy callado esto de la bata blanca, perdone que se lo diga.
—Mucha gente lo sabe, y otra mucha no. En la vida de todos nosotros hay dos periodos: uno, el anterior a internet y las redes sociales, y otro posterior. Hay una vida de Miguel Ángel Tobías previa, de la que poco se sabe. Pero sí, yo abrí el primer centro de medicina antienvejecimiento que se abrió en España, en aquel momento salí en todos los telediarios, hace veinticinco años. Pero quien no veía el telediario, no se enteraba, no había redes sociales. La vida de la gente no arranca desde que tenemos internet.
—Para un doctor en Nutrición enamorado del aceite de oliva, como demuestran sus palabras, venir a Jaén debe de ser algo así como lo que para un poeta supone alcanzar la luna, ¿no?
—Literalmente, a tal punto que (por si alguien se anima) el mejor regalo que me puede hacer alguien es aceite de oliva.
—Aviso para navegantes...
—Me vuelve loco, sé el valor que tiene. Un dato: el 90% del aceite de oliva que se consume fuera de la cuenca mediterránea es por prescripción facultativa. Haciendo el símil, Jaén es lo que Jerusalén para el mundo cristiano o La Meca para los musulmanes.
—Ahora sí, Miguel Ángel. ¿Qué es, exactamente, El sentido de tu vida?
—Como he dicho anteriormente, he estado tres veces al borde de la muerte, eso está publicado en mi libro Renacer en los Andes. He visto morir a mucha gente, muchos de ellos en mis brazos en zonas del mundo como Haití, desde hace diecisiete años. Cuando ves morir a tanta gente es inevitable que te pares a reflexionar sobre el sentido de la vida, qué hacemos aquí, para qué estamos, cuál es nuestro propósito...
—"Cuando se ha visto la sangre, / en la soledad no hay río / del olvido. / Lo hubiera, y nunca sería / el del olvido". Lo escribió Rafael Alberti: ¿está de acuerdo con él, le cuesta conllevar lo visto, o a fuerza de presenciar tragedias ha acabado normalizando esas situaciones?
—Me ha puesto los pelos de punta ese poema de Alberti. Muchos periodistas me han preguntado eso mismo, pero uno nunca se insensibiliza: todo lo contrario. Cada vez me ha hecho más sensible, me ha generado un dolor más profundo el dolor de los seres humanos. Con este bagaje de mi propio trabajo personal, de crecimiento interior por estas experiencias vividas, en un momento determinado decidí rodar un proyecto audiovisual social, solidario y benéfico, desde hace diecisiete años.
El terrremoto de Haití, la violación de los derechos humanos de los refugiados, la situación de niños y jóvenes con precariedad abosluta o el caso de la primera sordociega de nacimiento en tener un título universitario capitalizan la temática de muchos de los trabajos más exitosos del director y productor de cine y documentales que es Tobías, con títulos como Gurba, la condena, Me llamo Gennet o El Camino Interior, que unidos a producciones como Españoles por el mundo informan de una trayectoria copada de éxitos.
—¿Qué le procuran proyectos como estos?
—Son proyectos a fondo perdido, para lo que no se recaudanni el dinero de la producción, y el cien por cien de lo que se recauda por todo el mundo es para proyectos sociales.
—¿De esos trabajos deriva la actividad que protagonizará en Baeza, precisamente?
—Sí; justo después de la pandemia volvía yo de América de estrenar mi última película, y nos confianaron en España. Ahí me di cuenta de lo que pasaba en las residencias, como todos, y no me pude quedar quieto. Me metí como voluntario en una de las dos residencias que más muertos tenía en España, cuando no habia EPI ni vacunas ni nada, y me di cuenta de las secuelas que la pandemia iba a dejar más allá del propio covid: psiquiátricas, psicológicas, emocionales y existenciales.
—¿Se cumplieron sus peores pronósticos?
—Desgraciadamente el tiempo me ha dado la razón, y decidí que tenía que hacer algo para ayudar a las personas, en todo el mundo, a salir adelante de esta situación de miedo, depresión e incertidumbre. Así que creé la serie El camino interior, que ahora esta en TVE y que está siendo un súper éxito desde el principio.
—¿Se puede decir que tiene algo de terapéutico, entonces?
—Por supuesto, de hecho cientos de psiquiatras y psicólogos la están utillizando como terapia para sus pacientes. A raíz de esta serie empecé a recibir miles de mensajes a traves de las redes sociales, contándome cómo la serie ha ayudado a gente a aparcar pensamientos suicidas, salir de la depresión, superar el duelo, sobrellevar una enfermedad dura o cómo ha ayuydado a morir a familiares suyos. Algunos espectadores me pedían que hiciera algo presencial, y así nació El sentido de la vida.
—Sin proponérselo ha vuelto a ejercer como doctor, como galeno, como médico...
—Como terapeuta. Al final descubres que no hay nada que cause más sufrimiento en el ser humano que vivir la vida que no quieres vivir, así que merece la pena pararse, pensar, reflexionar y entender no solo el sentido de la vida, sino el sentido de nuestra vida, de la de cada uno.
—¿Qué impide a la gente vivir como le gustaría?
—Los miedos, el sistema de creencias, los traumas infantiles que arrastramos de manera consciente o inconsciente. Y también hablaré de manera práctica de las fases en las que todos los seres humanos nos encontramos; solo nos podemos encontrar en una de esas cuatro, y pueden cambiar a lo largo de la vida; tienen que ver con nuestro propósito vital: cuanto más alineados estemos con ese propósito vital, mejor nos vamos a sentir en todos los niveles, incluso de salud, física y emocional. Cuanto más alejados estamos de nuestro propósito vital, mayor posibilidad de tener una vida no feliz, aunque tengamos trabajo, dinero, una mesa llena...
—Tras esa fase de autodiagnostico, ¿ofrecderá usted también la receta para curarse de eso?
—Claro que sí, si no ¿de qué les serviría? Son herramientas que todos tenemos dentro de nosotros. No voy a dar una conferencia teórica, el objetivo es que las personas que vayan al teatro Montemar sean capaces de saber cómo cambiar esas cosas que todos tenemos a lo largo de la vida y que sentimos que nos frenan, que no nos permiten tener una vida plena.
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