"Tuve que empezar a escribir por pura supervivencia"

Que la vocación literaria se active tras sufrir un accidente no solo es cosa de Stephen King, no. Aquí mismo, en plena comarca de Sierra Mágina, Francisco Fernández (Carchelejo, 1989) sabe bien lo que es eso de agarrarse a la escritura para sobrellevar las fatigas.
Mezcla de poeta, pensador y prosista, Ciclo de odio es su primera obra édita, que ya se puede adquirir en librerías, centros comerciales o en Amazon y del que dicen que se vende a un ritmo envidiable.
—¿Por qué ahora, Francisco, a su treinta y tantos tacos? No es que sea tarde, pero tampoco puede presumir de precoz.
—Viendo todo lo que está pasando en el mundo (la guerra de Gaza y todas las demás), me puse a escribir.
—La realidad, entonces, fue lo que lo empujó a cargar su pluma y disparar palabras...
—Sí, aunque en realidad el libro nace de notas que yo ya tenía: tuve que empezar a escribir por pura supervivencia.
—Eso mismo afirma Rosa Montero. Pero en su caso, señor Fernandez, ¿por qué lo dice?
—Estaba muy malo, en un proceso fatal. Llevo casi veinte años con problemas, a raíz de un accidente que tuve. El libro que voy a publicar a continuación de este, hablará de todo eso.
—Hablemos de su libro, que es para lo que usted ha venido a las páginas de Lacontradejaén. Ciclo de odio: ¿poesía, novela...?
—El libro no es capaz de etiquetarlo nadie, es un poco de poesía, otro poco de reflexión, algo de filosofía y, también, algo de mi propia historia, de confesión.
—¿Autobiográfico, con ese título tan inquietante? Cuente, Francisco, cuente.
—Ese título nace porque me doy cuenta de que el odio es lo que nos lleva a actuar; yo hice un patrón para escribir el libro: el dolor no resuelto nos lleva al odio, del odio pasamos al papel de víctima, de ahí a deshumanizar al otro y, al hacerlo, nos deshumanizamos nosotros también. Eso, ¿a qué nos lleva?
—¿A qué nos lleva, según usted?
—A la violencia justificada; así que el Ciclo de odio es ese patrón, eso que se repite, ese odio que llevamos dentro, vamos.
—¿Ese ejercicio de autoconocimiento incluye también una solución? Es decir, ¿hay esperanza en las páginas de su libro?
—Sí, sí, además tengo como un contrato de adhesión, para que el libro no se quede solo en palabras sino que te lleve a hacer algún microacto, aunque sea simbólico, para romper con esa realidad.
—¿En qué consiste ese microacto?
—Por ejemplo, la respuesta que tenemos ante otras personas, la posibilidad de decidir actuar de una forma o de otra.
—Hablando de personas, ¿lo arroparon mucho en el acto de presentación de la obra, percibió el calor de su pueblo?
—Puff, la verdad es que no me lo esperaba. Yo miraba a la gente y veía a todo el mundo llorando, y la biblioteca estaba llena.
—Eso es que lo aprecian...
—¡Yo qué sé! Es que saben el proceso que he tenido, tan largo y tan difícil, y han querido apoyarme.
—¿La literatura ya era su compañera de viaje antes de ese trance, Francisco, o llegó a su vida de la mano del dolor?
—No, no, llegó a raíz del accidente y de las consecuencias que ha tenido; ¡son veinte años, y con un problema que en principio no era tan grave! Yo tenía una vértebra que se salía de su sitio, era una operación muy sencilla, pero salió mal y ahí empezó todo: tornillos sueltos un montón de años y los médicos decían que todo estaba bien; me operaron, porque ya no podía andar, y vieron que estaban todos los tornillos sueltos, y eso no una vez ni dos, sino tres. Y los médicos, diciendo que tenía depresión, que si no quería trabajar...
—Quizás escribir es para usted una suerte de idioma que le permite expresar de la mejor manera lo que lleva dentro.
—Claro, sí.
—Podía haber optado por la pintura, por la música... Algo había dentro de Francisco Fernández para dar salida a sus sentimientos sobre el papel, y no de otra forma, ¿no cree?
—Lo de escribir es porque empecé a leer muchísimo, por ver qué me pasaba, porque nadie me decía nada. Mi mujer estaba en la Universidad, me iba con ella a la biblioteca y cogía un libro, por ejemplo de psicología, ¡como decían que todo estaba en mi cabeza!. Así empecé, leyendo leyendo y he terminado escribiendo.
—Y tiene más textos preparados para publicar, ¿no?
—Sí, tengo El cuerpo que recuerda, que no quería publicarlo nunca pero veo que a lo mejor puedo ayudar con él a mucha gente. ¿Te leo unas líneas?
—Es un honor escucharlo, en su propia voz.
—"Entonces llegó (más cruel que el dolor físico) el susurro médico que me declaraba responsable de mi propio tormento; sentí el aire hacerse espeso por esa culpa impuesta. Dijeron, con la calma abominable de quien nunca sangra, que la llave de mi calvario estaba en mi mano (...) Me deshumanizaron, me redujeron a un factor estadístico, fui mi propio verdugo. Sentí la misma injusticia, la misma frialdad en la sentencia que la de un niño acusado de terrorista en una guerra que no eligió nunca...".
—Sobrecogedor, realmente sobrecogedor. ¿Tiene agenda ya para presentar Ciclo de odio fuera de Carchelejo? Seguro que mucha gente empatizaría con su historia.
—Me han comentado algo para un instituto, pero no hemos cerrado nada todavía.
—Alguien como usted, que respira por la herida mientras escribe, ¿está atento también a la forma, a los recursos estilísticos? ¿O todo es espontaneidad, sentimiento, emoción?
—He estado dejándome llevar, escribiendo y ya está, no sabía manejarme bien con la técnica. Pero ahora no; por ejemplo, en el próximo libro estoy intentando perfeccionar la técnica indirecta libre: no quiero que la gente lea, sino que se meta dentro del personaje.
—¿Se ve dedicándose a la escritura profesionalmente, aspira a ello o prefiere no plantearse nada, dejar que sea lo que tenga que ser?
—Sí, sí, ya he empezado una novela también, aunque le queda mucho. Y si no lo consigo, escribir es siempre una buena terapia.

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