"Sería un honor para mí ser cronista oficial de Mancha Real"
Hijo de mancharrealeño, Francisco Manuel del Águila Ayllón (Jaén, 1975) es el autor de los Cuentos y leyendas de la Manchuela de Jaén, que recientemente hizo pública su segunda parte. Una curiosa colección de historias pasadas por el personal tamiz de este abogado, actual hermano mayor de la cofradía patronal de la Virgen del Rosario, incapaz de matar pero sí de morir por Mancha Real.
—¿Tantos cuentos y tantas leyendas atesora Mancha Real como para tener usted que escribir un segundo libro sobre el tema, señor del Águila?
—Sí las hay. En la primera parte se me quedaron algunos en el tintero, pero a raíz de ese libro me llamó una familia y me contó que su padre conocía muchas, y que me las quería contar. Me las contó y a partir de esos datos, conformé el relato.
—Segundo volumen al canto. Dicho esto, es que las fuentes principales de estas publicaciones suyas son orales, ¿verdad?
—Totalmente. Desde chico me contaban cuentos y leyendas en el cortijo, en el pueblo frente a la chimenea, mi padre, mi abuela, la tata, las vecinas... Como sabían que me gustaban tanto esas cosas, me iba con ellos a que me contaran 'historieticas'.
—Acaba de crear un entrañable neologismo, Francisco Manuel. Hablando de su libro (que es a lo que ha venido usted), un vistazo a su portada sugiere misterio, religión, vida, muerte, duendes, un poco de todo; lo profano y lo sagrado conviven en estas páginas, ¿no?
—Sí, tanto la primera como esta segunda parte se dividen en capítulos, aunque todas las leyendas son independientes unas de otras, pero las fui agrupando: las ánimas, los seres malignos, los duendes, el diablo, los milagros del cielo o los castigos...
—¿Tierra de milagros, Mancha Real?
—Por ejemplo, el del Cristo de la Salud, en unas circunstancias que aterrorizaron al pueblo. En 1873 tres personas profanaron y rompieron la imagen (no por motivos políticos ni nada de eso) y en siete días, los tres murieron: por eso se habla del castigo del Señor de la Salud.
—¿Ha tenido buena aceptación su obra?
—Buena, muy buena aceptación, de hecho tuve que hacer dos tiradas de la primera parte, y esta segunda va por los mismos pasos. Estoy muy contento, en las presentaciones se llenó el salón entero.
—Algo tendrá el agua cuando la bendicen. ¿Se siente usted, a día de hoy, una suerte de cronista oficioso del municipio mancharrealeño?
—Sí, algo así.
—Porque cronista oficial, desde la muerte de José Luis Quero, no hay... ¿Qué supondríaa para Francisco Manuel del Águla que pensaran en su perfil para ocupar ese título?
—Eso sería para mí un honor grandísimo, pero diría como Santo Tomás Beckett a Enrique II: "Piénsatelo bien, que no sabes lo que haces".
—¿Y esa respuesta? Si sería un honor para usted, ¿por qué contestaría así?
—Yo no sería cronista para decir que lo soy, sino para dar la tabarra.
—Ahora, el lector estará más confundido todavía que hace unos segundos. ¿Cómo da la tabarra un cronista oficial?
—Primero, lógicamente, pidiendo información a todo el mundo, desde las autoridades de este pueblo hasta el último vecino, proponiendo cosas, instando a recuperar, fomentar o fortalecer nuestra historia, nuestra tradición, nuestra raigambre. Hay un gran problema en Mancha Real, que aunque es un pueblo joven, es rico en tradiciones.
—¿Eso es un problema?
—Sí, porque pese a ello, muchas se han quedado por el camino. Y, sobre todo después de la Guerra, no ha habido alguien que removiera la conciencia lo suficiente como para que eso no ocurriese. Una de las tradiciones nuestras más bonitas son las moniduras, en septiembre, que terminan con la Virgen del Rosario. En los años ochenta estuvieron heridas de muerte, a punto de desaparecer, pero hubo cuatro locos (como yo digo) que dijeron que eso no se podía morir. Y ahora están fortalecidas. Siendo yo presidente de la Unión de Cofradías rescaté una última monidura, la de las Ánimas, que se había perdido totalmente pero que, ahora, se sigue celebrando.
—Parece que ha hecho usted méritos para el cargo.
—Ha habido que dar la tabarra, insistir, pero se ha recuperado, no se han perdido las letrillas al menos. Hay muchas cosas que se han perdido, y otras que se ignoran, por desgracia. Recuerdo ahora, por ejemplo, la ermita de los terciarios, que un cura arrasó en los años setenta; me dio la cuca, hizo la Unión Local un mosaico con San Francisco y se puso una placa recordando el lugar donde había estado esa ermita: la gente se paraba a leer y muchos se preguntaban si allí había habido una ermita; eso es lo que más me duele, que no se sepa.
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