José García García: "Los clásicos son la mejor escuela"
Sonetario es el octavo libro de este prolífico escritor jiennense nacido en 1945, pero supone a la vez su debut editorial como poeta después de pasar, con solvencia, por el cuento, la novela, las leyendas... Docente vocacional jubilado, el escritor propone una suerte de antología lírica a través de 172 sonetos en los que conviven el humor, la ironía, la intención didáctica o los sentimientos religiosos, como el propio autor revela en esta entrevista desde las islas afortunadas (ventajas de ser emérito, ya se sabe).
—Con un título como el de este libro, el lector tiene claro que va a encontrarse sonetos en sus páginas pero, ¿algún tema unitario, algún hilo argumental atraviesa estos poemas, José?
—No, no. Hay sonetos familiares, amistosos, circunstanciales..., y más de la mitad son sonetos religiosos. Son "fragmentos de la vida interior que nos recorre, susurros que necesitamos exteriorizar; bromas, alabanzas o críticas que borbotean hasta salirse de las vasijas del alma", aclaro en el prólogo. Y continúo: "No nacieron para un libro, sino que surgieron para un encuentro, para una reflexión, para un pregón, para una colaboración solicitada, algún acto íntimo familiar o amistoso".
—Y al final se han convertido en libro...
—Alguien me preguntó que por qué no los publicaba, y se me ocurrió hacer inventario y sacar estos 172 sonetos.
—La malograda Alejandra Pizarnik sentenció: "Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos". En estos tiempos, una de los grandes navajazos asestados a la humanidad es el de la pandemia, tan remolona ella. ¿Se hace presente en su libro, o es usted de los que no la quiere ver ni en poema?
—No; me ha rebotado la pandemia, me ha dejado plano, me ha aplanado bastante, he notado que no soy el mismo; es la segunda vez que me pasa esto en mi vida, la primera fue por un golpetazo familiar cuando murió mi hermano menor, al que había tenido en mis brazos: eso fue brutal. Pero esto también, y como estoy a pocos días de cumplir las alcayatas, los 77 años, eso pesa también, quieras que no.
—Usted mismo ha confesado su edad, ha puesto en bandeja la pregunta: a sus 77 primaveras, desde luego el lector no va a encontrar divagaciones adolescentes en su Sonetario, ¿verdad?
—[Ríe] No, desde luego. La preocupación de mi vida era la docencia, mi profesión; y mi familia, salir adelante, como todo el mundo.
—De uno en uno y hasta 172, son muchos sonetos. ¿Por qué apuesta únicamente por esta modalidad estrófica?
—Es vicio profesional. Me gustaba que mis alumnos los comentaran, así que el soneto (como el romance, las liras...), estrofas clásicas. El romance sale como rosquillas, también la copla, la seguidilla...
—Eso de que sale como rosquillas, José, debe ser humildad suya, porque el buen lector de poesía sabe lo complejo que resulta cerrar esos catorce versos correctamente. ¿Es de nacimiento ese talento suyo?
—No sé: he leído a los clásicos un montón de veces y he hecho leerlos a mis alumnos.
—Esa es buena escuela, ¿no?
—Creo que sí, siempre lo he tenido muy claro. Es más, prefería que no leyeran al Arcipreste si no eran capaces de leerlos en sus versiones originales. Y en verso siempre me ha pasado igual. Además, me he inclinado por los versos más sencillos, igual que en la gramática. Para mis alumnos, una gramática algo semántica, que la entiendan. En poesía me pasa lo mismo: que sea entendible.
—Defina 'entendible', por favor.
—Recuerdo haberles dicho a mis alumnos que leyeran a un tal Miguel Hernández, cuando nadie lo leía, por ejemplo Aceituneros o el soneto aquel de Yo te libé la flor de la mejilla, algo que les llegara.
—No empacharlos de mensajes herméticos...
—Efectivamente.
Por ejemplo: "Alma y piel de Jaén la plateada, / catedral repetida por millones, / esperanza de verdes corazones, / arteria retorcida y arraigada". Solo un cuarteto de Sonetario, "entendible" y jaenero hasta la médula.
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