"Quienes vengan a esta exposición se van a encontrar felicidad"

Alfonso Rodríguez Márquez (Cambil, 1964) es arquitecto y acuarelista, como Le Corbusier en su primera época, pero en modo jaenero. Desde el pasado jueves y hasta bien entrado 2024, expone en el remozado Baño del Naranjo El lenguaje de la felicidad. Una nueva cita con la personalísima obra de este artista jiennense, que destila calidad en todo lo que firma.
—Lo de titular su exposición La mirada del arquitecto no necesita explicación, señor Rodríguez, pero lo del subtítulo, El lenguaje de la felicidad...
—Toda esta obra, el 90 por ciento, es del natural, son cosas que tú fuerzas: yo escojo el motivo, fuerzo el trazo y hago que mi estómago y mi cabeza se vuelquen en el dibujo. Te metes en la acuarela y te inhibes, te centras, sufres muchísimo para sacar una pieza, y esos diez minutos son de una intensidad brutal. Pero si lo haces con felicidad, se atenúa bastante ese dolor y expresas mucho.
—Aclarado, pero acláreme otro detalle, se lo ruego: ¿qué ha encontrado usted en la acuarela como para persistir en ella, como para que su nombre y esta técnica pictórica hayan terminado indisolublemente unidos a ojos de cualquier amante de la pintura en Jaén que se precie?
—La acuarela siempre ha sido nuestra arma, era la foto, la impronta, el boceto rápido.... Tiene algo que no tienen las demás técnicas, que es la inmediatez. En nada, tu mirada es transportada al papel. Yo empecé con la acuarela, que es la técnica que me enseñó mi maestro, la desarrollé y al final no he dejado espacio a otra técnica que no sea la acuarela. Aquí hay algún grafito y algo en técnica mixta, que utilizo en los primeros planos. Pero normalmente sí, uso la acuarela.
—¿Qué encontrarán los jiennenses que vengan al Baño del Naranjo atraídos por lo último de Alfonso Rodríguez Márquez?
—Por encima de todo se van a encontrar felicidad, porque eso es lo que tiene que irradiar. Donde ves una pincelada suelta, una gama de colores abierta, fresca, donde ves una espontaneidad... Esta exposición es fruto de eso, de mis mejores momentos, que están aquí.
—Hablando de felicidad: con la feria a la vuelta de la esquina, ¿es que ha querido usted pregonarla, anticiparla a través de su obra? Se lo digo por ese cartel que se ha cuajado, aunque lo feche en 2030.
—Sí, se van a encontrar por ejemplo ese pequeño cartel de feria, que yo creo que tiene que ser una explosión de alegría. Que me perdonen mis compañeros, pero yo prefiero que se refleje la alegría en el cartel, que es algo que tiene que invitar a la alegría al jiennense, apartar un poquito la pena y centrarse en las cosas que den felicidad. El cartel tiene que ser la espoleta de una alegría sin fin.
—Lo de 2030, Alfonso, que a estas alturas de la entrevista tiene usted al lector en ascuas.
—Quien me conoce sabe que no me gusta ofender, soy muy respetuoso. Lo que he querido enseñar es la línea de cartelería que yo escogería, ese guiño, esa explosión de alegría. Hay que dejar un espacio al dibujante, no solo al diseñador gráfico, que coge cosas de internet o de inteligencia artificial y las lleva al cartel de forma magistral, pero yo creo que son carteles a los que les falta un poquito de vibración, que es esencial.
—Defina 'vibración' en este contexto, por favor.
—Sí: ese "¡que te espabiles, que estamos de feria!".
—Pero no solo de feria vive el hombre. ¿Qué más trae hasta este ensolerado baño del casco antiguo reconvertido en galería de arte?
—Cosas de Jaén también, joyas de Jaén, desde un bar Sanatorio hasta el museo ibero, pasando por postales navideñas con tema jiennense, la Catedral...
—Tiene usted fama de viajero. ¿Esa veta tiene espacio también en El lenguaje de la felicidad?
—Obviamente. Mis viajes a Marrakech, a Portugal, a París, a Milán... Es también un cuaderno de viajes lo que reflejo aquí.
—Y la figura humana, ¿le interesa (artísticamente hablando)?
—Yo creo que es lo más hermoso, lo que hace que la mano se vaya doblando al dibujarla. Al iniciar Bellas Artes siempre se partía de la estatua, yo creo que eso es el reflejo de un buen pintor y un buen dibujante.
—Quienes conozcan sus propuestas anteriores o se den una vuelta por sus redes sociales se dan cuenta enseguida de su querencia playera a la hora de pintar, es usted un poco Sorallesco en eso.
—En las playas es donde yo quizás he sido más feliz. Piensa que me pongo en mitad de una playa, en baja normalmente (voy mucho a Cádiz), y con el fresquito vas viendo cómo la gente pasea esas playas tan maravillosas. Ahí es donde me encuentro más a gusto.
—En medio de una procesión tampoco parece infeliz...
—Yo soy muy creyente, y muy del Rocío. Para mí es un nexo de unión con la vida cofrade y con Sevilla, de la que soy un enamorado. Tuve la oportunidad de dibujar (durante dos años consecutivos) en un balcón de la carrera oficial, un balcón sobgre quince mil personas, fueron momentos increíbles. Son reflejos que me traigo de allí, como un Cachorro en un boceto rápido de dos minutos pasando por la carrera oficial.
—Un enamorado de Sevilla, de acuerdo, y un jaenero confeso.
—Debería dibujar más Jaén.
—Eso lo dice usted, pero aprovechando que lo dice, ¿por qué no lo hace?
—Porque lo relaciono más con el trabajo, y en cambio el fin de semana o los puentes los relaciono más con el hecho de desconectar. Con el tiempo viajaré menos y disfrutaré más de Jaén, que es una ciudad maravillosa.
—Mientras se decide a viajar menos o a seguir pintando al natural por esos mundos de Dios, Alfonso, ¿quien desee tener un Rodríguez Márquez en su salón puede salir del Baño del Naranjo con uno bajo el brazo?
—Efectivamente, toda la obra está en venta y a un precio asequible. Quien tenga una playa o un dibujo mío, verá que lo que rodea al blanco (no me gusta agobiarlo) da felicidad y muchísima paz.
Únete a nuestro boletín