Cerrar Buscador

"Los derroteros de mi vida son los que se reflejan en mi pintura"

Por Javier Cano - Junio 15, 2024
Compartir en X @JavierC91311858
"Los derroteros de mi vida son los que se reflejan en mi pintura"
El pintor, en pleja ejecución de una de sus obras de gran formato. Foto cedida por Aurelio Rodríguez.

El Museo de Pastel de Saint Aulaye (Francia), la casa real de Bahrein, la londinense sala de subastas Sotheby's o el Museo Europeo de Arte Moderno de Barcelona son algunos de los prestigiosos espacios que saben de la obra pictórica de Aurelio Rodríguez López (Génave, 1958), un artista hecho a sí mismo cuya firma acumula prestigio, desde hace décadas, gracias a su pintura. 

—La pregunta es tópica, señor Rodríguez, pero hasta que se descubra otra que la supere y esté menos manida, no queda más remedio qué hacerla. ¿Toda la vida pintando, o es usted un artista de vocación tardía?

—Yo nací en Génave, aunque cuando tenía seis años mi familia se fue a Villarrodrigo, el pueblo de al lado, el último  de la provincia o el primero, según se mire. Allí fui a la escuela, y recuerdo ya con esa edad dibujar, copiar los dibujos de los libros. La afición o el sentimiento artístico me viene de pequeño. 

—¿Se rindió a su vocación en cuanto pudo, o apostó por el pragmatismo?

—Hice el Bachillerato en Baeza, en el internado de San Felipe Neri, y cuando llegó la hora de decidirme por la Universidad mi padre, que era albañil, constructor, y tenía un hermano aparejador decidieron en una reunión que hiciera Ingeniería, aunque sabían (sobre todo mi padre) que yo era artista. Y así, con mi hermano aparejador y yo ingeniero, la familia estaría enfocada en la construcción. 

—Se cumplieron las expectativas de la familia, entonces.

—Empecé a estudiar Ingeniería Técnica en Obras Públicas en Madrid, pero a los cuatro o cinco meses me di cuenta de que no era lo que me gustaba, tomé la decisión (con dieciocho o diecinueve años) de no seguir en Ingeniería, me fui al pueblo y le dije a mi padre que no quería ser ingeniero, que quería ser pintor. 

—El primer artista de la familia, quizá...

—Sí, desde mi bisabuelo mi familia paterna todos han sido albañiles. Eso sí, mi padre tenía un hermano, socio suyo en la construcción, que dibujaba muy bien. Siempre me decían: "Ay, Aurelio, como el tío Lalo". En las obras que hacía, mi tío era el que pintaba los techos, hacía las molduras... Él es mi antecedente artístico, aunque nunca fue pintor. 

—Una vez decidido por los pinceles cambió las aulas de peritos por las de Bellas Artes, ¿no?

—Dejé la escuela, me presenté al examen de Bellas Artes en Madrid pero el primero lo suspendí (iba sin preparación y éramos muchísimos para muy pocas plazas). Me quedé el verano en Madrid en una academia recién inaugurada, estuve tres meses aprendiendo un poco de carboncillo y un poco de óleo, me presenté en septiembre y me volvieron a suspender. 

—Vaya. 

—En esta ocasión hice un buen trabajo, pero entre que había muy poquitas plazas y que en esa época (estamos hablando del año 1977) había mucho enchufismo... Gente que venía rechazada de Medicina o de Derecho, gente con dinero, para no perder el año los enchufaban en Bellas Artes. 

—¿Qué hizo entonces, Aurelio?

—Me vino la mili, al no estar en la Universidad ya no podía pedir la prórroga y en la mili empecé a tomar contacto con el pastel. Hice la mili en Tenerife y allí veía a los retratistas que pintan en la calle a los turistas; me gustó y empecé. Pasé prácticamente toda la mili viviendo de mis retratos, ahí me hice profesional. 

—Asumida la imposibilidad de pasar por Bellas Artes y decidido a vivir de su oficio, ¿se puede decir que ha sido usted un autodidacta?

—Sí, porque no he tenido maestros. Solo un profesor que me enseñó algo de óleo y carboncillo en una academia, pero prácticamente fueron tres meses. A partir de ahí, por ejemplo en el pastel o en el retrato, nadie me ha enseñado. Y he hecho más de seis mil retratos. Ya hace quince años que no me dedico a eso, pero antes era medio año haciendo retratos por encargo y el otro medio año, a preparar mi obra. Pintar gente del natural, esa ha sido mi escuela. 

—Al no estar titulado, tampoco ha podido dedicarse a la docencia. ¿Eso le ha venido bien, lo ha obligado a ahondar en su obra para, al mismo tiempo, tirar para adelante, o le hubiese gustado realmente tener despacho propio en la facultad?

—Un poco las dos cosas, estuve muchos años con la espinita de no haber podido estudiar, porque eso te da posibilidad de tener un título, obtener becas, irte a Italia o a Estados Unidos becado, seguir con los estudios... Luego ha habido compañeros que me han dicho que no me ha hecho falta, que no hubiera aprendido en Bellas Artes más de lo que sé, pero sí he tenido esa rémora, tener mi título, ser profesor en una universidad. Aunque yo no he sentido la vocación de la enseñanza, no habría estudiado Bellas Artes para ser profesor, sino para ser pintor. Hay quien lo hace porque tiene un talento relativo, suficiente para sacar la carrera, y luego se hace profesor de instituto y no pinta. 

—¿Se supera esa sensación de frustración con los años?

—Al final lo asimilas, tu carrera va bien, pintas lo que quieres y cómo quieres, sin imposición de nadie ni de estilo. He sido totalmente libre. 

—¿Satisfecho, pues?

—Sí, sí. Y fíjate la incongruencia: yo no tuve ningún profesor, no pude estudiar, y desde hace unos quince años soy profesor, doy clases. Tengo un estudio que comparto con alumnos y alumnas de la zona, y aparte, desde hace unos diez o doce años, también viajo por el mundo enseñando la técnica del pastel. Aquí enseño de todo, pero cuando voy a China, a Francia o a México a hacer cursos, enseño pastel. 

—¿Cuál es su punto de regreso entre tantos viajes, Aurelio? ¿A dónde vuelve usted siempre?

—A Estepona, yo vivo en Estepona. 

—La Costa del Sol es un paraíso de los idiomas, allí se escucha de todo. Si no es usted políglota, eso le habrá venido de perlas...

—No estoy dotado para los idiomas; en el Bachillerato estudié Francés, pero en un momento de mi vida conocí a la que es mi mujer ahora, y ella habla cinco idiomas; es alemana y habla inglés, español, francés, alemán y algo de árabe. Con ella voy al fin del mundo, y cuando vamos a algún país como China, nos ponen un intérprete, que ya es amigo nuestro. Está con nosotros desde el desayuno hasta la cena.  

 Fuego masái, obra del artista. Foto cedida por Aurelio Rodríguez.
Fuego masái, obra del artista. Foto cedida por Aurelio Rodríguez.

—¿Y qué pinta Aurelio Rodríguez López?

—Me muevo en el realismo, el hiperrealismo y el realismo mágico. Cuando empecé quería adaptarme un poco a lo moderno, probé la abstracción pero no me llenaba, y pintar algo porque se lleva o es lo que hay que hacer me di cuenta de que no era lo mío, yo necesito disfrutar con la pintura. Cuando me pongo con un cuadro no pienso en dinero, en que tengo que vivir de eso, yo pienso en sacar lo mejor que pueda de mí y disfrutar al mismo tiempo de lo que estoy haciendo. Eso no me pasaba con la abstracción, y como tenía el retrato como escuela y medio de vida en ese momento, entró en mi vida el realismo. 

—Vamos, que es usted un realista.

—A partir del realismo vi una exposición de los hiperrealistas americanos de los años 90, la primera de hiperrealismo internacional que se hacía en España, me llenó y poquito a poco fui derivando hacia una pintura hiperrealista, aunque yo tengo un concepto un poco peculiar sobre el hiperrealismo. 

—¿Qué concepto es ese? Los lectores se lo agradecerán. 

—Mucha gente que el hiperrealismo es un cuadro que parece una foto, porque está pintado con mucho detalle, pero para mí debe incluir el formato, por eso es híper, porque es grande. Un retrato a tamaño natural, parecido a una fotografía, no es híper para mí, tiene detalle pero no es grande. Una cara de un metro sí, eso se sale del formato normal, acompañado con un tratamiento técnico de muchísimo detalle, buena valoración de luces y sombras... Ahora mismo estoy en esa línea. 

—¿Y temáticamente? ¿Qué protagoniza su obra?

—En la temática soy un poco ecléctico, va por épocas, no he querido centrar en una temática exclusivamente (para no hacer lo mismo siempre paisaje, bodegón, figura...). Yo voy pintando mi vida, los derroteros de mi vida son los que se reflejan en la pintura. Llevo como tres años trabajando, por ejemplo, en el festival Holi de la India, el festival de los colores, de la primavera. Ahora mismo, en el caballete tengo el octavo cuadro de esa serie. En otras épocas, hace veinte años, hice una mezcla de pintura con albañilería. 

—Una suerte de evocación del oficio familiar.

—Desarrollé una serie de cuadros de formato mediano/grande, preparaba un soporte de madera con el palustre y una masa especial para pintar sobre ella e hice una serie de paredes en las que pinté objetos de mi pueblo: una cantarera, membrillos, un poco lo costumbrista, lo que había yo vivido en la infancia en la casa de mi madre, esas vivencias. Aquello no tiene nada que ver con lo que hago ahora, pero todo eso es parte de mi vida. 

—Hablando de la albañilería, del costumbrismo, de su pueblo. ¿Qué relación mantiene con la provincia de Jaén, con Génave, que es su patria chica?

—Mantengo poca, pero intensa. Los hermanos seguimos teniendo la casa familiar, voy de vez en cuando por allí (muy poco, porque ya no está mi madre y tiene poco sentido). Pero en Génave se celebra el concurso de pintura rápida, que este año llega a la cuarta edición, y siempre voy como jurado. Tengo relación, sí, y algo de familia allí. Y cuando voy al pueblo, lo disfruto mucho. 

 Foto cedida por Aurelio Rodríguez.
Foto cedida por Aurelio Rodríguez.

He visto un error

Únete a nuestro boletín

COMENTARIOS


COMENTA CON FACEBOOK