"Intento universalizar a la provincia en mi poesía"
La obra literaria de Manuel Ruiz Amezcua abarca casi medio siglo, desde 1974 hasta este 2021 continuador de la pandemia y sus desastres. Una reconocida producción que, ahora, la editorial granadina Comares reedita bajo el título antológico de Una verdad extraña para deleite de sus devotos y flagelo de los detractores que este auténtico poeta de culto acumula en la misma medida que los grandes de las letras se interesan por su poesía. Inclasificable, un clásico ya, el galduriense se sincera para los lectores de Lacontradejaén como pocas veces lo ha hecho, en una entrevista de esas para enmarcarlas.
—Desde 1996, su obra se recoge en esta antología que, de cuando en cuando, refresca a los lectores una producción en constante crecimiento. ¿Qué novedades aporta esta nueva edición?
—La suerte que tiene esta antología es que en su contraportada y en su solapa derecha se recogen opiniones sobre ella, por ejemplo de Antonio Lobo Antunes, premio Camoens de la lengua portuguesa, el equivalente al Cervantes español; José Saramago, premio Nobel, como Camilo José Cela, y premios Príncipe de Asturias como Antonio Muñoz Molina, Julio Caro Baroja y Fernando Fernán Gómez; además del exdirector de la Real Academia de la Lengua Víctor García de la Concha.
¿Por qué ese inquietante título, Manuel? ¿Qué hay detrás de Una verdad extraña?
—No responde a una definición solo, a un concepto, a una idea, sino a varias. Parto de aquello que se llamó la Escuela de la Sospecha, con filósofos como Freud, Marx, el propio Kafka y tantos otros literatos y pensadores. Gente que ha sospechado sistemáticamente de todo, incluso del lenguaje. Esa escuela pretende trasladar al pensamiento la incertidumbre en la que ha vivido el hombre siempre y en la que está sumido el hombre contemporáneo, plantearse las constantes que hay a lo largo de la historia, ese 'desde siempre', y las constantes que hemos vivido en el siglo XX y vivimos en el XXI, que no son pocas.
—Cuarenta y siete años de trayectoria son muchos años, dan para mucho, ética y estéticamente hablando...
—Desde 1974 hasta ahora, la verdad es que los caminos de mi obra han sido bastante variados, he querido hacer una poesía que sea diversa, poesía política, social, amorosa... Hay una serie de consideraciones sobre todo esto que se recogen en el libro que Carlos Peinado Elliot escribió sobre toda mi obra y que son muy completas [La poesía de Manuel Ruiz Amezcua, singular y plural].
—En esta época de etiquetas, de marcas, ¿cómo define usted su propia poesía?
—Hay una serie de estudios sobre mi obra que hablan siempre de por qué no tiene nada que ver con la poesía que se ha hecho en España en estos cuarenta y siete años. A mí no me ha interesado hacer una poesía diletante, sino una poesía donde se diga lo que no se atreven a decir otros desde el punto de vista social, político, literario, del desafío de las formas y las ideas; a eso me he dedicado desde 1974, a decir lo no dicho o a intentarlo, por lo menos. No me identifico ni con la poesía de los 60 ni con la de los 70, los novísimos, los llamados poetas de la experiencia ni tampoco con otras opciones de comienzos de la centuria presente.
—Lo dicho: un inclasificable en toda regla.
—He tratado de seguir un camino distinto, que no tenga nada que ver con lo que ha seguido la poesía que ha estado de moda en los últimos treinta y tantos años. Ese camino encuentra dificultades de encaje en las tendencias que han atendido los críticos literarios, o al menos en las que más han atendido.
—Esa independencia, Manuel, ¿implica sufrimiento?
—He tenido una trayectoria llena de dificultades, pero también he tenido la suerte de que grandes de las letras se han fijado en ella. El problema es que, como no me adapto a lo que dice el poder que hay que decir, soy un poeta digamos de minorías, lo cual no está mal tampoco siempre que esas minorías te lean como me han leído a mí, con devoción durante mucho tiempo.
—Devoción, dice. Esa actitud de sus lectores a la hora de 'entronizarlo' entre sus preferencias apunta a un poeta de culto, por lo general poetas contracorriente...
—Toda mi poesía, desde 1974, ha ido contracorriente, pero a mí esto no me extraña, ni debe extrañarle a nadie. La historia de la poesía española es siempre la historia de sus excepciones, que quedan fuera muchas veces de las tendencias dominantes: no encajamos en una serie de características que tiene la poesía mayoritaria, la oficial, la que el poder está siempre propagando y que coloca en primerísima fila porque ese poder está orgulloso de que estos poetas oficiales repitan lo que el poder quiere que digan. No son poetas que tengan una libertad, sino una ideología, y a mí me interesan más las ideas que la ideología. La ideología te hace esclavo, las ideas te hacen libre.
—Pero, ¿qué hace de Manuel Ruiz Amezcua una excepción?
—Un filósofo, Theodor Adorno, dijo aquello de que después de todo lo que había ocurrido en la Segunda Guerra Mundial y de los millones y millones de muertos que hubo, después del Holocausto, no se podía hacer una poesía diletante, sino comprometida con las palabras, con el lenguaje y con la humanidad, y a eso me he dedicado yo durante todo este tiempo, a no juguetear sino a escribir una poesía de la responsabilidad con el lenguaje, con la sociedad, con todo.
—Vamos, que se siente usted un extraño.
—Hay un problema de la extrañeza, es decir, del sentirse extraño en un mundo que no nos acoge. Yo recuerdo, por ejemplo, entre los muchos poetas, escritores, pensadores y cineastas que se han planteado todo esto a lo largo de la historia, un verso de Federico García Lorca: "Entre los juncos y la baja tarde / ¡qué raro que me llame Federico!". Esa rareza de sentirnos extraños en un mundo en el que tantísima gente se siente también extraña porque no son atendidos, es algo muy propio de lo mejor del pensamiento moderno y ha sido siempre así desde los griegos y desde los judíos.
—Cualquiera que conozco su producción poética a lo largo de los años se da cuenta rápidamente de los extremos que la caracterizan.
—Sí, otra característica de mi poesía es la lucha de contrarios, aquello de lo que ya Heráclito hablaba en Grecia, una cosa y su contrario, todo tiene su contrario; esa lucha está presente en toda mi poesía. Hablo del amor y del desamor, tengo poesía que se contradice a sí misma y, a su vez, es coherente con el hecho de buscar no solamente una cosa, sino también lo que hay en lo contrario. Todo eso está presente en los temas que yo trato: amor, desamor, lo de arriba y lo de abajo..., todo lo que yo me planteo procuro enfrentarlo a su oponente, y eso se refleja mucho en las mismas palabras.
—Su espíritu crítico, sin embargo, deja hueco también para la exaltación, no todo es crítica en sus libros.
—Es verdad que en mi poesía existe una celebración de la vida. Es decir, hay una crítica, un discurso de responsabilidad, de buscar la causa de la injusticia y de tantas otras cosas, pero también hay una celebración de la existencia. El hecho de sentirse pleno cuando existe la justicia, cuando existe el amor, la amistad... es decir, esos contrarios de la celebración de la vida y, al mismo tiempo, denunciar sus injusticias también son dos constantes que forman parte de la lucha de contrarios. Y también hay mucha celebración hasta de las mismas ciudades, de los personajes históricos, que hablan por sí mismos. Yo tengo muchos monólogos dramáticos, con personajes como Andrés de Vandelvira o Goya que cuestionan la realidad y al mismo tiempo celebran lo que la vida tiene de celebración.
—¿Qué espacio ocupa su tierra, su provincia, en el conjunto de su poesía, si es que ocupa algún espacio en alguna de las ochocientas páginas de Una verdad extraña?
—Tiene una gran presencia. Yo tengo una vocación universal, pero eso no quita que también parta siempre de lo que estoy observando a mi alrededor. He tratado siempre de universalizar el mundo que me ha rodeado, y la presencia de la provincia de Jaén, de mis ciudades, de temas, de distintos elementos de la provincia y del mundo que me rodea está siempre presente, pero tratando de universalizarla, de que le interese a todo el mundo. Si hablo de la belleza de Úbeda y Baeza, por ejemplo, trato de hacerlas universales, o lo intento al menos.
—Hablaba usted, líneas arribas, de la pandemia, de esta situación inédita que vive el mundo. No hace muchos meses, Manuel, en este mismo periódico, publicó su poema Enterrad bien a nuestros muertos (España 2020). La actualidad tampoco le es ajena a su poesía, está claro.
—Así es. El volumen se cierra, precisamente, con ese poema, que dentro de un mes o así saldrá traducido a doce idiomas. Es un poema sobre la situación que la humanidad vive desde 2020 y se extiende a 2021, y que no sabemos cuándo se acabará. Un poema en el que me planteo qué ha pasado en las residencias de ancianos con los miles de muertos que se ha llevado por delante esta pandemia. Así se cierra el libro, con la más rabiosa actualidad.
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