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"Cuando colgué el teléfono, miré a mi mujer y solté dos lágrimas"

Por Javier Cano - Noviembre 23, 2024
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"Cuando colgué el teléfono, miré a mi mujer y solté dos lágrimas"
El poeta y dramaturgo Ramón Molina Navarrete, hijo predilecto de Úbeda. Foto: Archivo de Javier Cano.

Más de un centenar de premios literarios pueblan el currículo de uno de los literatos más reconocidos de la provincia, Ramón Molina Navarrete, que suma a su apabullante trayectoria el título de hijo predilecto de Úbeda. Un poeta y dramaturgo coherente con sus principios, por encima de todo, que ve recompensada su autenticidad con el más alto honor que su ciudad puede concederle (antes de ponerle su nombre a una calle). 

—¿Había oído campanas, Ramón, o le cogió del todo por sorpresa la noticia de la concesión del título de hijo predilecto de Úbeda, que recibirá el próximo 5 de diciembre? Está negro sobre blanco la petición de ese honor hacia usted por parte de mucha gente...

—No sabía nada más allá de alguna petición o algún comentario que se había hecho al respecto. 

—Pues ha llegado, al final ha llegado. ¿Cómo recibió la noticia?

—Me enteré por la radio; el jueves 14 me fui a Cartagena con mi mujer, a ver a mis nietos, y cuando iba en el coche por la carretera sonó el móvil; era un periodista que quería hacerme un par de preguntas, Juani le dijo que iba conduciendo y que no podía atenderle, pero insistió y fue quien me dio la noticia de que la comisión había decidido concederme el título. 

—O sea, que se enteró por la prensa. Sea sincero, no se lo piense demasiado y diga: ¿cuál fue su reacción, qué salió de sus labios nada más conocer la noticia?

—"¡Madre mía de mi alma!".

—Usted está acostumbrado a que le den noticiones del estilo, a que le comuniquen que ha ganado un premio... ¿Esto es distinto?

—Es muy emocionante que se hayan acordado de mí, la verdad es que este reconocimiento es, para mí, lo más fundamental de mi vida; me hace sentirme muy querido, apreciado. He recibido muchísimas felicitaciones, la gente me abraza en la calle, me da la enhorabuena, y lo que me produce una sensación más emocionante aun es cuando me dicen: "¡Ramón, ya era hora, por qué han tardado tanto!". Eso me enorgullece, me emociona, sobre todo. Yo confieso...

—Diga, señor Molina Navarrrete, confiese, confiese...

—Cuando me quedé solo en el coche y miré a Juani, se me cayeron dos lágrimas. 

—Juani Hurtado, su compañera de toda la vida, la madre de sus hijos, la esposa del poeta.

—Juani ha sido todo en mi vida, ni siquiera tengo móvil y ella es la que atiende a quien pregunta por mí, la que me anima, la que me levanta si me ve cansado. Si ve que tengo una duda después de escribir algo, me pide que se lo lea y me dice: —"¡No me gusta, haz lo que quieras pero a mí no me gusta!", o —"Me gusta mucho". Es mi apoyo, mi ánimo, todo. Nos miramos, vio que se me cayeron dos lágrimas, me cogió la mano y me la apretó. 

—Ella forma parte de ese círculo íntimo suyo que, lógicamente, estará orgulloso del nombramiento pero, ¿se acordó también de alguien que ya no está en su vida y con quien le hubiera gustado compartir este momento?

—Sobre todo, mis padres, que es lo lógico; sobre todo porque nunca se lo hubieran imaginado, estoy convencido. 

—¿Por qué está tan seguro?

—Porque yo fui un chiquillo con una base muy pobre, mi familia era pobre, mis padres pasaron mucha necesidad, mis abuelos maternos estuvieron muy mal en la posguerra y los paternos tuvieron que emigrar a Palma de Mallorca. Yo me crie en estas escuelas de esas que te llevan a un portal y estás allí, cantando canciones y las tablas de multiplicar. A los diez años pasé al instituto; el Bachillerato, entonces, era muy fuerte, para esa edad, con aquellos libros de texto que eran más grandes que yo; me costó tirar para adelante hasta que llegué a Magisterio y allí encontré la luz, compañeros extraordinarios, saqué la carrera y aprobé las oposiciones a la primera. 

—Hablaba de sus padres, Ramón.

—Claro, ellos veían a ese chiquillo que estaba un poquillo tocado de la cabeza, al que le gustaban las poesías y el teatro... Sobre todo mi madre se hubiera sentido muy contenta ahora. 

—Emocionante, realmente emotivo. Tanto como el que ya forme parte de una lista de hijos predilectos en la que figuran, entre otros, nombres propios de la mitología local, con alcance universal en ocasiones, como Alfredo Cazabán, Juan Pasquau (que da nombre al colegio que usted dirigió), Muñoz Molina, Sabina... ¿Se lo ha planteado?

—El otro día vi una relación de fotografías, creo que en la web de los antiguos alumnos de SAFA. Pusieron que me habían hecho hijo predilecto de Úbeda, es curioso la trascendencia que tiene algo como esto. Y efectivamente, me vi allí, en esa página, entre las fotografías de compañeros de los jesuitas como Juan Pasquau, Juan Ramón Martínez Elvira, Muñoz Molina, Jesús Maeso de la Torre... 

—¿Qué sintió al verse ahí?

—Que esto es historia, que de alguna manera uno entra en la historia.

—Lo malo de estos reconocimientos es que a lo mejor ya no puede usted salir sin corbata por Úbeda, o acercarse a comprar el pan en chándal. Lorca decía que cuando se sale 'en los papeles', hay que ponerse levita.

—Una cosa muy clara: esto también pone un peso encima, esto te compromete, es un gran honor pero también un gran compromiso; no es que no pueda salir con chándal pero, ¡cuidado con tus comportamientos, con tu honestidad, con tus valores! De alguna forma, uno representa ya a su ciudad, soy uno de sus hijos más queridos (que es lo que significa 'predilecto'). No puedo defraudar a mi ciudad.

—Un compromiso que, además, trasciende a su propia persona: sus hijos, sus nietos, bisnietos... Ellos serán, para los restos, descendientes de un hijo predilecto de Úbeda. 

—Exactamente, así lo entiendo yo, y me enorgullece pensar que mis nietos podrán tener ya un poco más de interés por su abuelo, ellos dirán alguna vez: —"Mi abuelo fue hijo predilecto de Úbeda!", quizás algún poema se revalorizará, por ese motivo. Parece que esto es un plus. 

—Un plus que le ha sobrevevenido, es decir, que usted no ha buscado, por el que no ha dado ningún codazo ni ha escrito o dejado de escribir un verso, una línea dramática, un relato..., ¿verdad?

—Yo he escrito lo que me ha dado la gana y como me ha dado la gana, lo que me ha gustado, he pasado de istmos y de grupúsculos, de Dios, de intimidades, de mi vida, de mi Úbeda. He hecho durante treinta años la revista Ibiut, y he disfrutado mucho haciéndola, entrevistando a quien he querido, publicando los trabajos de los colaboradores que he me han enviado. Y con la ayuda de mi mujer, que iba de casa en casa cobrando la suscripción a la revista, porque no he tenido ayuda de ningún organismo oficial nunca.

—Es que ha hecho muchas cosas, Ramón, a lo largo de su trayectoria. Un paseo por su currículo, perdone que se lo diga, resulta agotador, apabullante. 

—Pero he disfrutado mucho con mis teatros, con mis veinticinco años de Maranatha, yendo por los pueblos, ¡lo que nos hemos reído! Yo estoy más que pagado.

—¿Puede que ese sea el camino: la coherencia, la autenticidad, el no renunciar a los valores propios, por más que critiquen esa postura?

—Yo no he renunciado nunca a mis valores, jamás me he vendido al poder, lo importante es estar a gusto con tu conciencia: yo soy yo, y hago lo que hago porque quiero. Ahora estoy haciendo una obrilla de teatro con un grupo de mayores de mi parroquia, voy por las tardes a ensayar tres días a la semana y nos reímos, disfrutamos, y hay quién me dice: "Ramón, ¿ahora estás con eso, en una parroquia haciendo teatro?".

—¿Qué les responde?

—Que qué pasa: felices con ellos, ellos encantados y yo encantados con ellos. 

—¿No será que va usted acercándose a la edad de la mayoría de componentes de ese grupo y cada vez se va sintiendo más cómodo ahí? (perdone que incida en lo de la edad).

—Bueno, ya tengo setenta y tres... Pero es que disfruto mucho, ves que te aprecian, lo bien que aceptan las indicaciones. 

—¿No puede ser que con el nombramiento de hijo predilecto, más de uno o de una crea que Ramón Molina Navarrete ya no pisa tierra, que se ha ensoberbecido de sopetón?

—Al revés, al revés, en absoluto. No somos nada. Me emociona, pero no me afecta en mi manera de ser. El otro día, cuando llegué a la parroquia al ensayo, me estaban esperando todos en la puerta, gritando, felicitándome, y les dije: "Cuidado, cuidado, que ya tenéis que hablarme de usted"; ¡lo que nos reímos!

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