"El machismo siempre ha estado muy presente en el flamenco"
Como estudiosa, profesora y cantaora de prestigio, Vicky Romero (Cerdanyola del Vallès, Barcelona, 1973), tiene sin duda mucho que decir sobre el presente del mundo del flamenco, hoy tan mitificado por dentro como vapuleado por fuera. Un arte que conoce de cabo a rabo toda vez que comenzó en los escalafones más bajos hasta hacerse con un nombre. Por eso habla sobre él con firmeza, sinceridad y sin pelos en la lengua. Comprometida y activista, trata de rescatar del olvido a todas aquellas mujeres que el puritanismo o el paso del tiempo dejaron en la estacada, pero que son pilares fundamentales para entender la evolución del cante a lo largo de la historia. Hija de emigrantes jiennenses, tiene una voz dulce, una mirada sincera y una fuerza vital que le permiten renovar ilusiones y proyectos.
—¿Cuándo surge el cosquilleo del flamenco en el estómago?
—Desde chiquitilla, cuando tenía 10 años, en una peña flamenca de Cerdanyola del Vallès. Además, mi padre ponía muchísimo flamenco y me dio por bailar. En ese momento, me surgió la inquietud de bailaora, pero, a los 13 años, entré en una especie de coro romero, en el que no encontraban a nadie que cantara fandangos de Huelva a compás. Yo, como llevaba años bailando y me gustaba, me lancé y así fue cómo surgió todo.
—¿Notó el cambio de baile al cante?
—Nunca dejé de bailar pero hubo un momento en el que había más demanda de cantaoras que de bailaoras que salían debajo de una piedra. Entonces me tuve que decantar. El cambio se nota más sobre el escenario. Obviamente porque la fatiga que produce bailar es mucho mayor.
—¿A quién escuchaba de pequeña?
—Mi padre ponía mucho a Caracol, Farina, Jiménez Rejano, Fosforito... Hablamos de esos cantaores que recordaban Andalucía, a nuestra tierra.
—De eso se escucha ya poco en las casas.
—En cierta medida depende de la sociedad. Todo ha evolucionado y la gente joven no es tan propensa a escuchar cante. En mi casa sucedía porque había una anhelo a esta tierra. El ser emigrante pesaba mucho. Recuerdo contar en un barrio de Sabadell hasta tres o cuatro peñas flamencas. Era algo que estaba muy arraigado, debido a esa añoranza de Andalucía. Hoy en día, no existe tanto. Independientemente de que la música ha cambiado, así como la manera de acceder a ella. Los jóvenes tienen otros gustos.
—Pero no podemos olvidar de que el flamenco es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
—Por supuesto, pero a la hora de la verdad el apoyo de las instituciones brilla por su ausencia. Considero que se debería promocionar mucho más el flamenco para que llegara a más público.
—Intelectuales e investigadores consideran que el flamenco debería impartirse en las aulas, además como materia importante. ¿Qué opina de esta propuesta?
—No solo lo creo, sino que, además, reivindico que se haga. Dentro del mundo del flamenco estamos muchos profesionales y amantes del flamenco que llevamos mucho tiempo demandando la asignatura. No nos parece lógico que algo que es tan de Andalucía no esté en la enseñanza reglada, y con la importancia que tiene el flamenco. Lo mínimo es que se estudie algo de flamenco en Música.
—La percepción que tengo es que al flamenco no se le da la importancia histórica y cultural que tiene para Andalucía.
—Así es y estamos trabajando para que entre en las aulas. El problema es que hay ciertas lagunas a la hora de formalizar esta opción laboralmente. Por ejemplo, quién impartiría esas clases: el maestro o profesor de ese colegio o instituto, el cantaor o la cantaora, el flamencólogo. Esas lagunas son las que nos llevan a esta situación.
—¿Y quién debería dar esas clases?
—Pienso que debería ser el cantaor o el especialista. Bien es cierto que no todos los cantaores saben de flamenco o la raíz de los cantes, pero sí es importante que si estás enseñando un palo por alegrías tengas a alguien que lo cante. No vale solo con hablar de su definición o etimología. Lo importante es que le puedan explicar el compás y, además, interpretarlo.
—El problema es que el flamenco cuesta entenderlo y muchas veces queda reducido a su propio mundo. ¿No deberían hacerlo más sencillo?
—En cierto modo lleva razón y deberíamos hacerlo más sencillo para que llegara a más público. Esa sigue siendo la lucha contra los ortodoxos que no permiten ciertas cosas, como sacar el flamenco fuera de las peñas o de un festival. Pero por qué no se puede enseñar abiertamente si nadie ha nacido aprendido. Uno puede tener unas cualidades pero necesita aprender para desarrollarlas. El cante se puede enseñar y explicar para hacerlo más sencillo. Cuando das talleres de flamenco en general, te das cuenta de que hay una gran desinformación. Todo el mundo piensa que es una cosa muy, muy difícil, pero cuando se acercan a él hay niños y adolescentes a los que les llama la atención. Hay que darle la oportunidad a esta gente, y explicarles el flamenco de tal manera que lo puedan entender fácilmente.
—Precisamente uno de los que logró popularizar el flamenco fue Camarón, a quien más de un purista atacó.
—Logró que se escuchara flamenco en Andalucía y en el exterior. Paco de Lucía y Camarón revolucionan en ese momento el cante con sus discos, sobre todo con 'La leyenda del tiempo'. Si esto no se hubiera producido, el flamenco no habría tenido esa proyección tan grande. En la que también han participado cantaores como Morente. Muchísima gente que no entendía de flamenco llegaron a él gracias a estos artistas. Quizá, sin ellos, nunca lo hubieran conocido, porque tiene cantes demasiados hondos que a todo el mundo no les gusta.
—La veo alejada de la línea más ortodoxa.
—Es que a mí me gustaría que el flamenco se abriera mucho más. La parte purista está bien cuando uno está en pleno proceso de aprendizaje porque deber ir a la raíz para comprender su evolución. Si quieres cantar por malagueñas tienes que conocer su origen. No te puedes lanzar al vacío sin conocer antes la materia. Luego, a partir de ahí, una persona puede crear su propio estilo de malagueñas. La gran contradicción es que es un cante que lo crearon personas y esas mismas no permiten que se pueda crear.
Yo me sitúo más bien en una línea intermedia, aunque siempre he defendido las nuevas tendencias, cuando el producto esté bien hecho, porque no vale solo con dar cuatro palmas y tener un éxito. Pero entiendo que el flamenco debe estar abierto a nuevas melodías. La música contemporánea es la que es. Bebemos de muchas fuentes y lo que no sería lógico es no aceptar los influjos que llegan del jazz o del rock, cuando siempre han estado ahí.
—¿La rumba forma parte del flamenco?
—Sí, forma parte hasta tal punto de que está como cante flamenco.
—¿Y la copla?
—En este caso, no.
—¿Y no le resulta extraño que se promocione más la copla en televisión que el flamenco?
—No estoy en desacuerdo, pero obviamente considero que se debería hacer igual con el flamenco. Veo bien que promocionen una parte del folclore andaluz. Con lo que nunca estaré de acuerdo es con que se fabriquen cantantes de copla en determinados programas. Están saturando un mercado que no llega a sitio alguno. Pero apruebo que se reivindique algo para que se le dé importancia. Ya me gustaría que el flamenco tuviera su propio espacio. El problema es que no vende tanto.
—Lo cierto es que no hay fiestas de pueblo que se precien sin una actuación de copla. Sin embargo, no se ven tantos carteles flamencos.
—Así es. Desde nuestro colectivo lo venimos reivindicando, pero no tenemos ese tirón televisivo, ni genera tanto dinero, por lo que sigue quedando relegado al lugar en el que está.
—Es decir, al segundo canal de la televisión pública andaluza y a horas intempestivas en muchas ocasiones.
—Es curioso y contradictorio cuanto menos. Es más, en muchos sitios nos advierten para que no hagamos cantes muy serios, es decir, que no cantes por soleá, por seguidillas o por tarantas, sino cantes alegres, livianos, como rumbas, sevillanas... Al final tienes que decirle que no eres la adecuada para eso. Muchas veces es la propia sociedad la que construye este tipo de cosas, cuando el flamenco debería tener un papel mucho más importante.
—Si pudiera elegir un palo, ¿en cuál se siente más cómoda?
—Quizá por el hecho de que he bailado antes, me gustan muchos los cantes de compás y las tonás. También las seguidillas, que tengo que sentirlas mucho para poder interpretarlas. Más o menos esos son los palos que me atraen, pero la verdad es que me siento cómoda en casi todos, después de tantos años de carrera.
—¿En qué momento se encuentra su carrera?
—Pues estoy, desde hace tiempo, intentando grabar un disco, algo que es muy difícil y complicado porque nadie apuesta por ello. Ahora todo se tiene que hacer a través de crowdfunding lamentablemente. Estoy también en un momento de reivindicar a la mujer jaenera en el cante. Hablamos de las mujeres que nos han abierto las puertas a otras muchas. Asimismo, estoy preparando temas nuevos y rescatando cantes de los que ya no se hacen.
—Lo suyo es auténtica valentía: reivindicar el papel de la mujer en el flamenco.
—Recuerdo cuando Antonia Contreras ganó la 'Lámpara Minera' hace un par de años. Lo hizo con más 50 años, gracias a este premio pudo grabar un disco, a pesar de contar con una trayectoria consolidada. Le pasó como a mí o a otras muchas mujeres. Quiero pensar que también le pasa a los hombres. Pero es cierto que sigue habiendo una parte de nuestro mundo al que tenemos que reivindicar nuestro lugar en la Historia del cante.
—No pensaba que el flamenco fuera así.
—Solo decirle que de todas las 'Lámparas Mineras' que se han entregado desde los años 60, solo la han recibido nueve mujeres, y a partir del año 2000.
—Por lo tanto, ¿hay machismo en el flamenco?
—Hubo machismo en el flamenco. Ahora menos, afortunadamente, pero siempre ha estado muy presente. La 'Llave de Oro' del Cante se le da a Antonio Mairena y no a 'La Niña de los Peines'. Otra de las grandes preguntas es por qué Carmen Linares no tiene ese galardón, y estamos en el siglo XXI. Por qué tiene la 'Llave de Oro' Camarón a título póstumo y no alguna de las grandes cantaoras que nos han dejado.
—¿El cante es patriarcal?
—Lo fue, pero, insisto, aún sigue estando. No entiendo por qué una mujer no está al frente de una confederación o una peña. Por desgracia, hay pocas mujeres en el cargo de...
—La veo muy comprometida en este aspecto.
—Simplemente porque quiero que la mujer esté en el lugar que se merece.
—¿Encuentra muchos muros que derribar?
—Alguno que otro. En ciertos momentos, me han cuestionado por qué una de Barcelona tiene que venir aquí a hablar de esas cantaoras, y no sé dónde está el problema. Lo que no entiendo es que se hable de Rafael Romero 'El Gallina' y no se habla de 'La Rubia de las Perlas'. Por qué no se habla de estas mujeres si fueron tan importantes o más que los cantaores.
—Ha tenido que ser un arduo trabajo.
—Para mí ha sido maravilloso. Tuve la oportunidad de consultar a una profesora de la Universidad de Jaén que hizo una tesis apoyada en la música del siglo XIX. Y ahí descubrimos que ya en este siglo en las fincas de los señoritos se hacían grandes fiestas -publicadas en prensa- en las que actuaban cantaoras, pero de las que solo se sabe el nombre, y eran de aquí. Es bonito rescatar de la historia a estas mujeres.
—Es que el flamenco se ha utilizado mucho para entrener a mucha gente, como a los turistas. ¿No ha podido perjudicar?
—Es cierto que se ha hecho cabaret del flamenco. No todos los tablaos ofrecen buenos espectáculos; muchas veces se trata de engañar al guiri de turno. Reitero que el flamenco no son cuatro palmas, dos taconeos y olé. Va mucho más allá. Han hecho daño, pero también es justo reconocer que de esos lugares han dado la oportunidad a grandes artistas. Por ejemplo, en la época de los café-cantantes fue muy importante para dar a conocer a muchos cantaores y bailaores.
—Lo que sí percibo es que el flamenco es más valorado en el exterior que en casa.
—También lo percibo yo cuando salgo al exterior. Hay una enorme afición en muchos países, como Japón, donde un flamenco es categoría 'vip'. Hay cantaores y bailaores japoneses que lo hacen realmente bien. Son capaces de salir por cualquier palo de una manera asombrosa, con un acento que parece más de aquí que de allí. Además, son muy disciplinados. Hablar de flamenco en el extranjero es otra historia, se respeta mucho.
—Hablemos ahora de Jaén.
—Todo es un bastante precario. Los pocos cantaores que estamos seguimos reivindicando el apoyo y la implicación de las instituciones. Se hace muy poquito aquí. La peña flamenca hace dos o tres actos al año y, además, no disponen de dinero ni de medios para poder realizar más. A los artistas que seguimos en Jaén se nos están poniendo las cosas muy difíciles. Cómo alquilas un teatro, cómo pagas a la gente... Y encima no hay locales en los que se pueda tocar y cantar. Hasta la propia peña flamenca está restringida. Así poco menos que es imposible promocionar la cultura.
—Es curioso que el mismo decreto autonómico no se aplique de la misma manera en todas las ciudades.
—Nos hemos dado cuenta de que solo pasa en Jaén capital. En los pueblos y en las ciudades del alrededor no existen esas restricciones tan severas. Es cuanto menos curioso.
—La hemos visto en los Baños Árabes, pero poco en el Teatro Infanta Leonor.
—Es que en el Infanta Leonor he actuado para otros. Duele mucho no poder presentar tu trabajo en el teatro principal de tu ciudad, aunque ocurre lo mismo en el Darymelia. Las trabas económicas son enormes. Tienes que pagar por todo para poder actuar, desde el alquiler hasta los equipos, la seguridad y, obviamente, la gente que te acompaña. Luego tienes que poner la entrada y contestar a la pregunta del millón: ¿Responderá el público jiennense que no está acostumbrado a determinados espectáculos y al que diez euros le parecen excesivos?
—¿Se podrá sacar esa espina de subir a las tablas del Infanta Leonor con su propio espectáculo?
—Espero que sí, pero existe mucha precariedad y todo es un problema. Siempre nos encontramos obstáculos.
Fotos y vídeo: Carmen Copado
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