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EXILIO EXISTENCIAL A LOS CUARENTA

EXILIO EXISTENCIAL A LOS CUARENTA

Por Fran Cano - Febrero 26, 2017
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No son estudiantes que emigran a Londres con un grado bajo el brazo para aprender inglés y trabajar en cualquier cosa.

No son ingenieros que buscan mayor estatus sociolaboral fuera de España.

Tampoco son padres: no hay hijos a los que regalarles un segundo idioma.

Y no son el perfil de pareja artista que da vueltas por el mundo.

Demasiado jóvenes para cerrarse las puertas de otra vida, pero lo suficientemente mayores como para medir cuánto cuesta levantar el ancla de la tierra de toda la vida: una hipoteca y las familias atrás.

Rafael Cano (42 años) y Raquel Mudarra (39) cambiaron Alcalá la Real por un pueblo francés. Son los únicos jiennenses de Les Angles (Francia).

 Vista de Les Angles nevado. El pueblo ronda los 540 habitantes (datos de 2012).
Vista de Les Angles nevado. El pueblo ronda los 540 habitantes (datos de 2012).

Hay viajes que cobran sentido tiempo después, cuando parecen dormidos en la memoria. Hace poco más de una década, Raquel y Rafael viajaron a Les Angles. Era un día de agosto, a cinco grados, cuando pisaron por primera vez un pueblo que entonces rondaba los 600 vecinos. Jesús Calvente, tío de ella, los invitó a comer a Restaurant Crêperie La Grange, cercano a una estación de esquí. A Raquel le gustó el restaurante; con Los Angles, en cambio, tuvo otro feeling:

—Aquí hace mucho frío. No me quedaría a vivir ni muerta —dijo.

Hoy Raquel está viva, tan viva como pretendía estarlo hace cuatro años. Ahora trabaja en ese restaurante junto a su marido. Ella en la cocina desde el año pasado; él de camarero desde diciembre.

TODO ESTÁ EN SU SITIO, PERO ALGO ESTÁ MUERTO

Antes de encontrar en la cocina una suerte de vocación adormecida, Raquel cosía, planchaba y empaquetaba mantillas. Fue su día a día desde que abandonó los estudios, a los 15 años. En la empresa también estaba empleado su marido, dedicado a la contabilidad. Es decir, horas y horas que pasan a ser años y años juntos, dentro y fuera del hogar. No hay relación que salga ilesa. Se siguen queriendo.

Tenían trabajo. Tenían una casa que pagaban cada mes. Las familias, a solo 12 kilómetros, en Frailes, el pueblo donde nacieron. ¿Lo tenían todo?

"Yo sentí que me estaba perdiendo algo", cuenta Raquel a LaContracrónica, por teléfono. Habla desde Puigcerdá (Gerona). España está al lado; viajan para llamar gratis y comprar comida más barata. A Raquel, decíamos, le faltaba algo. "Quería irme, me daba igual fregar suelos. Lo que hiciese falta", recuerda. El escritor Sergio del Molino cuenta en La España vacía que la motivación de algunos grandes personajes literarios ha sido salir del aburrimiento insoportable en el que vivían.

Raquel es una persona. Y la huida emocional estaba ocurriendo en ella. Sería su tío, empresario de la construcción, quien le abriera la puerta de aquel restaurante.

EL PODER DE LA NOVEDAD

Raquel dio el paso físico tres años después de haberlo dado mil veces en la cabeza. Son distancias diferentes. Rafael aguardó en Alcalá. El primer día de la frailera en Les Angles entró en contacto con un mundo nuevo: el idioma que no dominaba; el apartamento que la esperaba a ella y solo a ella, con los ciervos observándola a los pies de su nueva vivienda; el pueblo de las temperaturas bajas, y la nieve a cada rato.

Aparecen las complicaciones. El lenguaje, sobre todo. Pero puede más el hambre de la experiencia. Y poco a poco se gana el puesto. En la cocina le ayuda su compañero chino, Li. "Al principio, me decía que cocinaba con mucho cariño. Quería decir que era lenta de cojones", recuerda.

 Raquel, junto a su compañero de cocina, Li, y la madre de este.
Raquel, junto a su compañero de cocina, Li, y la madre de este.

DECIDIDO, SERÁN  ANGLESENCS

En los meses en los que el matrimonio se divide por cuestiones prácticas —Rafael concretaba cómo cambiar de país y de empleo—, Raquel vive su primera Navidad fuera de España, la de 2015. Los mensajes de WhatsApp y alguna visita esporádica de su pareja no bastan. Él, la misma energía por cambiar pero quizá más silenciada, asume el reto: debutará como albañil por cortesía (otra vez) de Jesús Calvente. Van a llegar las agujetas, va a perder peso, pero da igual; antes de enfrentarse a la obra ya ha vivido algo mucho más duro, la pérdida de su padre. Hoy está feliz, de camarero. “Y me gusta el pueblo”, dice.

En febrero de 2016, Rafael y Raquel, juntos desde hace más de 20 años, se convierten en anglesencs. Al menos así consta en sus papeles de la seguridad social. La aventura se estabiliza: ella pasea por el campo; él aprovecha para salir en bicicleta. El cambio rueda. Como las ganas de vivir.

SOLO UN PERO: LA FAMILIA (AUSENTE) COMO UN RUMOR

Recientemente, Raquel ha recibido la visita de dos de sus hermanas y de una de sus mejores amigas. Las visitas funcionan porque, en esta historia, conectan el pasado con el futuro. Lo mejor de cada etapa.

¿Qué pasa cuando no ve ni escucha a su gente? "Solo me pesa estar lejos cuando ocurre algo y no puedo estar con ellos", razona. "Ella se ha tenido que ir por trabajo", indica la madre de Raquel, María del Carmen Calvente. Hay diferencias entre los relatos de una y otra. A la hija le pasa con la madre y con su sobrina Laura lo que a Antonio Banderas con la fama: las percibe a cada paso, muy cerca, justo al lado, como un rumor.

El futuro de los únicos jienneses de Les Angles parece acomodarse en la patria de la igualdad, la fraternidad y la libertad. Y si ella —o él— vuelve a sentir que falta algo, tirará de la vieja receta: carretera y manta.

 Raquel sintió que se estaba perdiendo
Raquel sintió que se estaba perdiendo "algo"; después 'descubrió' la nieve.

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