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Ochenta y seis años de amor inquebrantable a la música

Por Javier Cano - Noviembre 12, 2023
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Ochenta y seis años de amor inquebrantable a la música
Francisco Cabrera, en primer plano, en una actuación de la Coral Polifónica de Baeza. Foto cedida por Sebastián Cabrera.

Jubilado como policía municipal, el baezano Francisco Cabrera ha dedicado toda su vida a una pasión heredada contra la que no pueden los achaques de la edad 

Francisco Cabrera Parra (Baeza, 1937) acaba de soplar las ochenta y seis velas que, junto con su DNI, certifican que sí, que está más cerca de ser nonagenario que otra cosa.

Una realidad que es solo eso, cuestión física y burocrática, porque charlar con él deja más que claro que su alma rebosa la juventud y la frescura de la Rapsodia azul de Gershwin: "Estoy muy bien", comparte con los lectores de Lacontradejaén. 

Casi nueve décadas de aventura vital que han dado para mucho, y no es una frase hecha sobre alguien que, para buscarse la vida, no dudó en ir puerta por puerta cobrando plusvalías o a respirar los perfumes aceiteros en la cooperativa Puche Pardo antes de calarse la gorra de agente de la Policía Municipal.

Y  siempre con una protagonista transversal, una suerte de compañera inexcusable sin la que, posiblemente y parafraseando a Nietzsche, su existencia hubiera sido un error: la música. "Ha sido siempre mi afición", remarca, y apostilla:

"Empecé cuando tenía cinco años, me acuerdo que salí en la Semana Santa, aquí hay la costumbre de que cuando la gente joven va a salir en la banda, empieza así".

Nieto, sobrino, hijo, padre y abuelo de músicos, por sus venas no corren glóbulos ni plaquetas (o no solamente), sino corcheas, acordes... "Mi abuelo me enseñó solfeo y mi padre me ayudó mucho a tocar el instrumento; un tío mío fue el que me recomendó el fiscorno (había empezado con la trompeta, pero no me iba).

 Cabrera, segundo por la izquierda, en su época de músico de la Orquesta Los Alcázar. Foto cedida por Sebastián Cabrera.
Cabrera, segundo por la izquierda, en su época de músico de la Orquesta Los Alcázar. Foto cedida por Sebastián Cabrera.

Así nació a la música Francisco Cabrera Parra, una persona tan singular que su biografía bien pudiera inspirar un poema de Gloria Fuertes: "Yo fui a la boda de mis padres", asegura.

Tiene una explicación de lo más lógica: una Guerra Civil que, entre otros destrozos, se llevó por delante los planes de matrimonio de un montón de parejas, que tuvieron que aplazar su unión hasta que el conflicto se 'estabilizara'.

Por lo demás, la biografía del protagonista de este reportaje entra dentro de los parámetros de esa tranquilidad que la ciudad de Baeza parece procurar a sus privilegiados habitantes: una casa natal que sigue siendo su domicilio a día de hoy, una fidelidad inquebrantable a su patria chica (a excepción de un par de años en Linares en los que, por cierto, le pilló la muerte de Manolete), una familia entrañable creada con su esposa, Dolores Checa, tres hijos y un nieto...

Ah, y una costumbre de uniformes que ha presidido sus armarios hasta que puso punto final tanto a su trayectoria profesional de treinta años en la Poli local como a su militancia en las bandas de Úbeda y Baeza, donde dejó muestra de su excelencia como intérprete; lo mismo que en orquestas como Los Alcázar, por ejemplo, con las que se recorrió gran parte de la geografía andaluza en sus años mozos. 

"Primero me jubilé como músico, porque me salió una úlcera en el labio; el fiscorno es un isntrumento que quema y tuve que dejarlo, me costó mucho trabajo pero no hubo más remedio". Y tanto que sí, como él mismo recuerda: "Cuando sentía pasar a mis compañeros tocando, la verdad es que lloraba".

 Con su esposa, hijos y nieto en Baeza. Foto cedida por Sebastián Cabrera.
Con su esposa, hijos y nieto en Baeza. Foto cedida por Sebastián Cabrera.

Y ahora, mientras muchos de sus coetáneos matan el tiempo jugando al dominó o cultivando su huertecillo, Francisco no renuncia al amor de su vida (con permiso de Dolores, claro). 

Ahí sigue, con los labios poblados ya no por una boquilla, sino a viva voz, como tenor en la Coral Polifónica de Baeza, donde comparte escenarios con su hija Trinidad: "En vez de quedarme en la casa, me busqué alguna cosa. Solicité entrar la coral y aquí estoy. Antes de la coral también estuve en el grupo del Miserere. Llevo cantando desde hace ocho o nueve años". ¿Que por qué? Nadie mejor que él para contestar:  "Me da la vida". A ver quién le discute, pues. 

"En la coral no paramos, y suena de maravilla", presume quien no se caracteriza precisamente por sus delirios de grandeza. Tanto es así que, ante el homenaje que le rindió la Asociación Musical de Baeza al nombrarlo socio de honor, desecha cualquier mérito y achaca el tributo a sus ochenta y seis tacos: "Me lo dieron por la edad que tengo". La humildad, la más difícil de las virtudes, o eso pensaba el poeta Eliot. 

Querido y apreciado no solo por los suyos de sangre, sino igualmente por sus convecinos, Cabrera vive en la paz de su Baeza de su alma, esa poética ciudad a la que este hombre sencillo y hondo se resiste a negarle su sombra y recorre, camino de ensayos y actuaciones, con el espíritu encendido de amor a la música:

"Yo le aconsejo a la gente mayor que si pueden, se metan en sitios así, porque esto da la vida, no te aburres, tienes mucha amistad con los que nos juntamos allí, uno dice una cosa, otro dice otra y lo pasamos divinamente". Como para no hacerle caso, una vez conocida (a grandes trazos) su hermosa vida. 

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