Francisco Lijarcio Moriana, el más veterano de los carchelejeños
En el año que cumple un siglo de vida y setenta años de matrimonio, el patriarca de la familia está a punto de convertirse en tatarabuelo
Un siglo de vida y setenta años de matrimonio, ahí es nada. Son las cifras redondas que, en 2022, convierten la cotidianidad de Francisco Lijarcio Moriana (Carchelejo, 1922) en efeméride constante, en prudente celebración, en cita extraordinaria.
El más veterano de los carchelejeños, ante cuya mirada han pasado generaciones ya perdidas y hechos míticos: toda una guerra civil, una dura posguerra, una Guerra Mundial, los 60, la Transición, la llegada del siglo XXI, la pandemia... Y en condiciones que ya quisieran muchos que no le llegan ni al ecuador de su edad:
"Se encuentra físicamente bien, no toma pastillas casi, solo para dormir. La memoria le va fallando, pero está lúcido", comenta su hijo Francisco Lijarcio Bailén, el segundo de los cinco habidos de su matrimonio con Dominga Bailén, felizmente viva y siete años menor que su lozano marido, al que dio el sí quiero una lejanísima jornada de 1952, el mismo año que Isabel II (recientemente fallecida a sus noventa y seis otoños) ascendió al trono británico o se convocó el primer certamen de Miss Universo.
Hijo de una familia del campo, conoció de cerca las consecuencias del choque que enfrentó a los españoles allá por el 36, con uno de sus hermanos encarcelados; conoció las fatigas de los años que siguieron al choque y se tiznó el cuerpo entero mientras se batía el cobre para sacar adelante a los suyos:
"Estuvo diez o doce años haciendo carbón en el Rancho, que le dicen aquí, hasta que en el 60 emigró a Francia un año o dos y luego a Alemania, hasta el 70", aclara Francisco Jr.
Allí, en tierras galas primero, en trabajosas faenas de campo y en la fábrica de Citroën y en territorio germano, "limpiando trenes": "Solo venía a España, a Carchelejo, una vez al año", recuerda su primer varón, que no lo duda a la hora de definir a su padre: "Ha sido un gran trabajador toda su vida, no ha parado nunca". Decía Séneca que el trabajo (y la lucha) llaman siempre a los mejores. Ahí queda eso.
Si no llega a ser por el embarazo del último de los Lijarcio Bailén, a estas alturas de la película los nietos y los bisnietos serían, seguramente, alemanes, porque a pique estuvieron de tirar todos para la patria de Beethoven y, poco a poco, cambiar el singular acentillo maginero por la rotundidad fonética tedesca. Pero no, son más de su pueblo que los moros y cristianos y ahí siguen todos, en torno al patriarca:
"Él se levanta, se lava y se ducha y si hace buen día sale a su puerta. Ve la tele, le gustan los programas de Juan Y Medio, los toros... Los días se le hacen largos, pero todavía se defiende bien", asegura su vástago.
Así, con sus cien flamantes años encima, se lo encontrarán sus ocho nietos y hasta el nuevo Lijarcio que viene de camino, ese que lo convertirá en tatarabuelo más pronto que tarde, para el que evocará su larguísima aventura vital, sus historias, sus anécdotas o la emoción de hace pocos días, cuando el Ayuntamiento decidió reconocerlo como el carchelejeño de más edad, placa incluida.
Memoria viva de su patria chica, Francisco Lijarcio Moriana es ya uno de esos privilegiados que, a su vez, privilegian a cuantos lo rodean; un auténtico álbum sentimental de recuerdos (en blanco y negro y color) que desde el mirador inigualable de su siglo de existencia, por más cansancios que delegue en su bastón, no quiere jubilarse del mundo: "Le gusta vivir, le gusta la vida", sentencia su hijo tocayo.
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