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Gasol y el éxito

Por Francisco López Góngora - Septiembre 21, 2019
Gasol y el éxito
Celebración de la selección española de baloncesto. Foto: Baloncesto España.

Me alegra la victoria del equipo de baloncesto de España. Me parece, además, muy currada la mística con que visten ese éxito, basada en el esfuerzo, en la colaboración, en el todos a una resumido en el hashtag #Lafamilia. Los jugadores, en sus declaraciones postpartido, en sintonía con esta idea, realizan un paralelismo entre el deporte y la vida, entre su sudor y el de un currito, entre su lucha deportiva y la lucha por el sustento.

Estos valores que el equipo defiende pretenden ir más allá de lo meramente deportivo para incrustarse en las experiencias vitales y sociales con el objeto de servir de ejemplo, de convertir la victoria y el camino a ella en “inspiracionales” y “motivacionales”, como se dice ahora al albor de la autoayuda y la psicología de vendedor de crecepelo, en lugar de decir inspiradoras y motivadoras, palabras mucho más bonitas y que además no producen dentera.

Ahora bien, si el esfuerzo y la unión llevan al éxito, ¿qué ocurre cuando esa unión, ese trabajo en equipo, esa piña familiar entre jugadores y cuerpo técnico no produce los réditos deseados? ¿Acaso no eran una familia el equipo australiano y el argentino? ¿No estaban igualmente comprometidos con su esfuerzo, imbuidos del espíritu colectivo necesario para consumar la epopeya? ¿No lo estaba la misma selección española en otros campeonatos, en el celebrado en nuestro país, sin ir más lejos?

En ese campeonato disputado en España la selección de baloncesto fue eliminada en cuartos de final, y los medios de comunicación deportivos cuestionaron el desempeño del equipo, a pesar de su esfuerzo, espíritu de grupo y coletillas “motivacionales” varias. Otro tanto hubiera sucedido ahora si el desenlace del irregular partido contra Australia en semifinales hubiera sido la derrota, la cual estuvo a punto de producirse en varios momentos del agónico final del tiempo reglamentario y de la primera prórroga, y si no sucedió se debió a poco más que una mera cuestión de azar —tal y como sucede en la vida real. Si hubieran perdido, todo el esfuerzo y la ilusión de los jugadores hubieran obtenido silencio, desdén o incluso críticas afiladas en lugar de las consabidas felicitaciones sin medida que escuchamos estos días.

Podría pensarse que soy un aguafiestas, que la victoria da lugar a celebraciones lógicamente desbocadas y que no tengo derecho a acallar la música discotequera a todo trapo ni el botellón eterno. En estas salió Marc Gasol al escenario donde se celebraba la consecución del campeonato de mundo para pedir a la masa fiestera congregada en Colón que el equipo fuera apoyado el día que no ganara. Porque no se puede ganar siempre, —bien lo sabe Gasol—, y la distancia entre el éxito y el llamado fracaso es a veces minúscula, un balón que toca el aro y rebota fuera, una centésima.

En el deporte, como en la vida, a veces pones todo y no obtienes nada a cambio. Porque hay otro mejor, porque has tenido un mal día, por el fallo de un juez. En la victoria, al cabo, importa únicamente la victoria en sí, y el camino al éxito interesa solo cuando el éxito se consigue, para revestirlo; sin el triunfo no hay camino ni esfuerzo que se valore, sino porca miseria y ruina.

Me gustaría creer que llegará el día en que si un equipo o una persona cualquiera hace lo que puede de buena fe será apoyado y respetado aunque no consiga los resultados deseados. Sueño con una sociedad que no se comporta como un yonki ante un camión hasta los topes de heroína cuando puede apropiarse de una victoria, justa en lugar de resultadista, sobria en lugar de enganchada a la desnuda obscenidad de los números uno, que no tenga tendencia a abuchear al que llaman perdedor, al conocido loser del mercado anglosajón, —término, por cierto, podrido de crueldad y ultraliberalismo despiadado—.

Las valientes palabras de Marc Gasol apartan de un manotazo el laurel de los invictus y reclaman nada más y nada menos que nuestro apoyo al coraje, al esfuerzo, en la derrota. Lo secundo. Pues en el noble desempeño, y no en la consecución de un logro concreto, reside la grandeza de esta selección y de cualquiera de nosotros.

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