Alliette Vallés, el 'ángel de la guarda' de los gatos de la calle Portillo
La artista plástica jiennense acude cada día al solar donde vive una colonia de felinos, para que la cuarentena no los condene a morir de hambre
"Esto me viene de mi padre, él ya iba a la antigua casa y a los solares y echaba de comer a los gatos; lo he visto en mi casa, esto no me ha costado ningún trabajo". Así, con la naturalidad de quien cumple cada día con una costumbre familiar, la artista plástica jiennense Aliett Vallés cuida, desde hace cinco años, de una colonia de felinos avecindados en uno de los solares más señeros del casco antiguo (si se tiene en cuenta el tiempo que lleva a la espera de edificación).
A un paso de los muros meridionales de la Catedral, en la estrecha calle Portillo (reminiscencia urbana y toponímica del antiguo circuito amurallado de la ciudad), un amplio terreno tapiado sirve de escenario a la cotidianidad de "seis o siete" ejemplares que campan a sus anchas sobre los sobrecogedores restos del viejo lienzo de piedra que cruzaba, siglos atrás, el presbiterio catedralicio, hasta que el maestro Vandelvira acometió la construcción del templo mayor diocesano: "Antes se encargaba de ellos una amiga, pero ya le venía largo y le dije que me lo dejara a mí", recuerda Vallés, de ascendencia catalana pero "de Jaén de toda la vida".
Amante de los animales y con la mejor fe del mundo, durante este lustro les ha procurado atención veterinaria, esterilización y mimos. Ni las limitaciones impuestas por la pandemia le hacen faltar a su cita diaria con esta colonia de gatos que, asegura, quedarían desamparados si no acudiese a llevarles "pienso y comida húmeda" y, de vez en cuando, a 'hacer sábado' en el solar: "No he oído en ningún lado que no se pueda atender a las colonias, y además voy sola, tengo cuidado y no me rozo con nadie", apostilla, y añade: "Cuando llueven se ponen 'chorreandico' (adjetivo más de Jaén que el Lagarto), lamenta.
Su 'modus operandi' es sencillo, como su intención: cuidar a los animales que ama, que son también su familia. "No tengo horario, lo mismo voy a la once que a las doce o la una, o después de comer; una vez cada cierto tiempo voy con una escalera, salto la tapia y limpio todo lo que tira la gente (plástico, paraguas, carritos de niños); muchos usan el solar como basurero".
Ellos la esperan como a su ángel de la guarda, con los ojos puestos en la cima de esa pared o en el 'boquete' que les sirve de mostrador. Mientras nadie le diga lo contrario, no renunciará a que a sus gatos no les falte de nada durante el aislamiento, no permitirá que la indiferencia se los lleve por delante mientras se quedan también en casa, como el común de los mortales.
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