Grabando audio

Joaquin Phoenix en Her es un hombre que de tanto hablar con un ordenador acaba ya no sólo enamorado, sino teniendo sexo con la máquina. La película me viene en los últimos días a la cabeza desde que he puesto interés en un fenómeno quizá menos moderno de lo que imagino: la gente va por la calle con el audio del móvil pegado a la boca. La gente le habla el móvil. Y no es una conversación en directo. La técnica es grabar audio, ya sea en WhatsApp o Telegram, para mantener diálogos con interrupciones. Estamos posmodernos.

Lo he visto ya en diferentes escenarios: el padre que le manda un audio a la hija mientras come en el restaurante; la adolescente que retransmite a una amiga en qué punto de la feria está; los amigos que prolongan una banalidad y la dividen en fragmentos de audio, y yo también, que analizo el paso del tiempo y la personalidad de un colega con charlas comprimidas que emito y recibo de mi amigo de Getafe.

La técnica está en expansión, y me animo a intuir el porqué, algunas ventajas. Grabar el audio permite congelar la conversación, cuestión interesante: así puede pensar antes de mandar un mensaje. Eso sería un adelanto social. La arista menos filosófica alude a la comodidad de hablar mientras pulsas un botón; más sencillo aún que teclear y aguantar las gamberradas del corrector.

El único pero es esa sucesión de escenas de hombres y mujeres atrapados en la tecnología, ajenos al espacio natural, porque todo cabe ya en el móvil. Esa joven que se cruza con usted en la calle y en lugar de saludarle le habla al smartphone como si la vida fuese en mp3. El horizonte es difícil de anticipar. Cuál será la siguiente app. Qué más podremos hacer. Todo es inquietante, nervioso. Seguiré contándolo sin expectativas; entender lleva siempre más tiempo.