Guitarras para el mundo desde el corazón de La Magdalena
Manuel López Molina es el "único guitarrero clásico y flamenco" de la capital de la provincia, de cuyo taller salen instrumentos que rasguean los grandes maestros
Qué facil lo hubiera tenido Andrés Segovia si en lugar de nacer a finales del XIX fuese un hombre del XXI y, cuando decidió alquilar una guitarra a Manuel Ramírez para dar su primer concierto en Madrid, hubiese podido acercarse al taller jiennense de Manuel López Molina, en plena Plaza de la Magdalena, y hacerse con una de las soberbias sonantas de este guitarrero, a cuatro pasos de la perdida parroquia de San Pedro, donde el genio recibió las aguas bautismales.
De ser así, el maestro linarense no habría hecho sino preceder al montón de grandes guitarristas clásicos y jondos que, de cuando en cuando, llegan a casa de López Molina a probar algunas de sus obras, a rasguear esas cuerdas que suenan a él mismo y (con su permiso), a Jaén antiguo, inmemorial, profundo; o a golpear los cajones flamencos con los que este artesano ha diversificado su repertorio productivo guardado en fundas de guitarra.
"Vienen curiosos, mucha gente, y también muchos guitarristas, pero ocultamente, no les gusta que los vean. Un día llegó El Piraña, percusionista de Paco de Lucía, la gente lo conoció y ¡no veas! Rosendo Fernandez, que toca en el Festival del Cante de las Minas de La Unión, se quedó con una guitarra; Tomatito estuvo probando una; Vicente Amigo; Niño Sebe, de Córdoba, Lámpara Minera de guitarra de La Unión. Y constructores como Luis Enrique Uyaguari, que quiso conocerme cuando vino a España y está catalogado como el mejor guitarrero de la Cuenca ecuatoriana...", detalla López.
Sí, se ha hecho un hueco en este mundillo y, a base de tesón, investigación y una vocación insoslayable, este "músico frustrado" ha conseguido que, aunque sea en manos de otro, su sentimiento (¿hay algo más íntimo, musicalmente hablando, que el sonido de un instrumento de fabricación propia?) recorra los escenarios del mundo:
"Yo soy muy humilde, incluso tímido, quizá ho hubiera servido para tocar en un escenario, a pesar de que soy seise de El Salvador de Úbeda; canto en el coro, hace cuatro o cinco años nos reencontramos todos los antiguos y formamos la Capilla Coro de Seises de Úbeda, con mayores y con voces blancas", explica.
A día de hoy, si hace números, alrededor de cincuenta "pozos de viento en vez de agua" (así llamó a las seis cuerdas el poeta Gerardo Diego) han salido de su taller magdalenero. Guitarras o cajones que lo han reinventado laboralmente y le hacen exhalar una sentencia de esas que suenan a gloria, como sus instrumentos: "La verdad es que me va bien".
HISTORIA DE UNA VOCACIÓN
Nacido en Úbeda en 1969, Manuel López Molina tira del castellano a la hora de definirse profesionalmente, frente al galicismo: "Luthier es una palabra un poco excesiva, más que nada es quien trabaja todos los instrumentos de cuerda, aunque hay quien lo delimita a la reparación. Prefiero guitarrero". Pues eso.
Nieto y sobrino de ebanistas, es una de esas personas que a cualquier torpe le resulta repelente... vamos, un manitas en toda regla cuya relación con la artesanía empezó a la misma vez que el idilio de sus pulmones con el aire.
"Con doce o trece años me apunté a la Escuela de Artes de Úbeda, que estaba en la calle donde vivían mis padres" (eso se llama estar predestinado y lo demás son tonterías); allí pasó un lustro de aprendizaje, que desembocó en el ebanista que es y que, con solo catorce años de vida, sorprendió a sus padres con la primera gran obra de sus manos: "Un dormitorio para mi hermano y para mí, con sus cabeceros, sus armarios...". ¡Madre mía!
Guardados en el cajón sus títulos de administrativo e informática de gestión (este hombre toca todos los palos, nunca mejor dicho), se curtió en empresas del ramo en su ciudad natal y, sorteando crisis, recaló en Jaén de la mano del amor, sí, del amor: el de su esposa, tan magdalenera como las túnicas del Martes Santo. Corría el año 2005. Nuevas 'deceleraciones' (diría Rodríguez Zapatero) y una decisión drástica: asumir el que parecía su destino: parir guitarras.
No lo había hecho nunca, pero estudió, buscó, preguntó, investigó y 'vualà!: "Me lancé y acondicioné el patio trasero de mi casa con el dinero que cogí. Así empecé, y hasta hoy". "Soy un autodidacta de esto", apostilla, y el "único de clásico y flamenco" en la ciudad.
"Soy un autodidacta de esto, leí libros de guitarreros con prestigio, sobre todo de los andaluces, y fui sacando mis propias plantillas, investigué la acústica de la madera, la física, la caja armónica, el ancho, el grosor... las matemáticas a la hora de colocar los trastes...", apostilla.
MATICES PROPIOS EN UNOS INTRUMENTOS "ASEQUIBLES"
Como cualquier guitarrero que se precie, Manuel López Molina imprime su propia personalidad, sus matices característicos a cada instrumento que sale de su taller.
"Mi sonido, aunque compensado entre graves y agudos, suele ser un poquito más agudo. Guitarristas de Barcelona, córdoba o Granada me dicen que el sonido que saco al palosanto de India no es normal, porque de por sí esta madera transmite un sonido más grave, al ser rígida, porosa, dura, a diferencia del ciprés. Yo saco ese sonido, que además es el que más se pide. En esto también hay modas", asegura.
Con frecuencia se desplaza a Madrid, donde adquiere las materias primas que, luego, en cuestión de "mes y medio o dos meses", se convertirán en preciadas sonantas.
Instrumentos cien por cien artesanales que, a primera vista, pueden asustar a más de uno a la hora de hablar de precios, pero solo a primera vista, como aclara López:
"Son asequibles, la inversión puede ser de 2.500 euros más o menos, pero respecto a cómo está el precio en Córdoba o Madrid..., que se están vendiendo entre seis mil y doce mil euros...", deja claro. Sea como sea, cada vez que vende una, justo un día antes de entregarla repite una poética liturgia, un hermoso ritual: "Me gusta despedirla, me encierro con ella en solitario y la toco por última vez".
Parece que habla de otra cosa pero no, por más que las formas de la guitarra destilen femineidad por los cuatro costados, como apuntó el profesor Pedro Galera en su pregón flamenco de la última Navidad.
Ahí sigue, a los pies del campanario de la vieja parroquia, pared con pared con el raudal del que, según la entrañable leyenda, salió el Lagarto. Un mágico entorno en el que echa de menos más establecimientos tradicionales: "Creo que la artesanía debe estar en el casco histórico", afirma, con vistas a convertir su trabajo, también, en un posible y más que atractivo reclamo turístico. Si se pone, lo consigue. Seguro.
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