Hidalgo de Caviedes, hombre y artista para la historia

El pintor y restaurador quesadeño, de cuya muerte se cumplen setenta y cinco años en 2025, mantuvo siempre un inquebrantable amor a su tierra natal
Hijo y padre de artista, Rafael Hidalgo de Caviedes y Gutiérrez de Caviedes mantiene intacto (tres cuartos de siglo después de su fallecimiento) el prestigio del que gozó en vida.
Una existencia que, como hombre y pintor, se vio colmada de logros y cuyo fruto creativo ha sobrevivido a la desmemoria o la desorientación que él mismo, en una de sus sentencias, expresó con rotundidad: "Muere el hombre sin conocerse, ignorando lo que es".
No fue su caso: supo cabalmente cuál era su destino artístico y lo incardinó en su propia aventura vital de forma tan latente como el amor que profesó siempre a su tierra, pese a verse obligado a abandonarla cuando aún era un niño.
Nacido en 1864 en Quesada, comenzó sus estudios artísticos en Córdoba y en la Ciudad de la Mezquita alcanzó su primer premio, de la mano de la Real Sociedad Económica de Amigos del País; la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando, posteriormente, y Roma (donde vivió becado por la Diputación jiennense) forjarían una trayectoria que tiene en su cuadro Rea Sylvia uno de sus hitos.
Sí, aquel óleo sobre lienzo de más de tres metros de alto y cinco de ancho que firmó en 1889 (y que hoy día, cedido por El Prado, se puede admirar en el Museo de Jaén donde se le somete a un exhaustivo y cuasi público proceso de restauración) que supuso para el quesadeño, en sus propias palabras, "la llave" que asentó su carrera.
Una trayectoria que tuvo también en la docencia otra de sus principales expresiones, primero como profesor de Dibujo en Barcelona y más tarde en Madrid. Fue igualmente subdirector y restaurador del por entonces (1898) recién nacido Museo de Arte Moderno.
Ampliamente reconocido y galardonado, nunca olvidó su patria chica ni su provincia, a la que legó un buen número de obras: el retrato del obispo García de Castro de la galería de retratos episcopales de la Catedral de Jaén, un mural en la cripta, el Cristo del Amor para su pueblo...
Como nota curiosa cabe destacar el episodio de extrema y mutua creatividad que Hidalgo protagonizó con su insigne comprovinciano Jacinto Higueras Fuentes, cuando ambos se retrataron (uno en bronce y otro, sobre lienzo) en plena faena, allá por 1943.
Una vida larga, de ochenta y siete inviernos, que se fundió en negro un 7 de noviembre de 1950 en la villa y corte, desde la que dejó escrito, evocando el Santo Reino: "Desde que abrí los ojos al mundo y me di cuenta de la vida, por instinto amé todo lo que se relacionara con Jaén".
Lejos de chovinismos, su pensamiento encauzaría una vocación universalista que le reservó un sitio en la posteridad. "El hombre debe aspirar a que su nombre pase a la historia honrosamente", escribió Hidalgo: un hombre y un pintor para la historia.
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