"Pienso en la alegría que se llevarían mis padres si vivieran"
El poeta y profesor galduriense Manuel Ruiz Amezcua recibirá el título de hijo predilecto de la villa el próximo 28 de febrero, Día de Andalucía
"Este premio es una de las grandes alegrías de mi vida". Así de agradecido y satisfecho se siente el poeta Manuel Ruiz Amezcua (Jódar, 1952) con la concesión del título de hijo predilecto de su patria chica, que recibirá el próximo 28 de febrero, Día de Andalucía.
Una distinción que le llega en plena madurez, con una trayectoria literaria más que consolidada y su nombre en los mentideros, año tras año, que rodean la elección del Premio Cervantes (el Nobel de las letras hispánicas).
Controvertido para unos, imprescindible para otros, Ruiz Amezcua repasa la vinculación de su aventura vital con el municipio galduriense, para los lectores de Lacontradejaén:
"En realidad nací en Jaén, y a los seis o siete días me llevaron a Jódar; nací donde ahora está el Hotel Condestable, en la antigua maternidad, según me ha contado mi hermana, que es la que guarda la memoria de la familia". Seis o siete días no hacen verano, y seguro que el Ayuntamiento no lo tiene en cuenta ahora que falta nada y menos para que de su cuello cuelgue la más alta condecoración de su pueblo.
"Mi madre tuvo cuatro partos, le sentaban muy mal, estaba enferma, tenía insuficiencia renal; esa es otra imagen muy unida a mi poesía, tengo muchos poemas a mi madre. Yo empecé a palpar en el mundo sufrimiento, iba con ella de la mano y de pronto tenía que coger la buscapina, para que se le fuera el dolor. A pesar de eso, era una mujer muy activa y trabajadora", evoca el escritor, que ha firmado versos como estos en memoria de la autora de sus días:
"Fue tu vida una ausencia de jazmines. /Permanente silencio. Eterna huida. / Algo extraño perdido en sus confines. / Por más que sane, aún duele la herida. / El pensamiento alberga ya sus fines. / Hoy, como siempre, vives en mi vida //
De su pueblo también ha escrito, anda que no. Doss ediciones de este periódico (o más) necesitaría Ruiz Amezcua para decir todo lo que quisiera sobre la antigua Saudar:
"Es un pueblo muy peculiar, hasta Joaquín Costa lo visitó cuando era notario de Jaén, y escribió un artículo, Los trogloditas de Jódar. Había sobre tres mil personas en las cuevas, hasta los años 70. Eso imprime un sello muy característico a quien quiera ver lo que había. Ha sido un pueblo muy grande, pero con muy poco término municipal, y eso ha creado lo que yo llamo hijos de la necesidad y de la resistencia" (definición que, en verso, incluye en su poema Muchos años después). "Hay mucha gente que ha emigrado de Jódar. Todo eso está en mi poesía, y en mi prosa también", sentencia.
Once años tenía cuando conoció el primer exilio y aunque a pocos kilómetros, masticó morriña: "Conn once años me vine a Jaén a una pensión, a estudiar con una beca. En mi familia no había estudiado absolutamente nadie. A esa edad, en una pensión, la verdad es que no te hace mucha gracia, pero al mismo tiempo, como decían que yo era un privilegiado porque podía estudiar, tenía esa contradicción".
Nunca ha dejado de sentirse galduriense hasta la médula, ni cuando se sacaba el Bachillerato en la cercana Úbeda (donde asegura que descubrió "la belleza") ni cuando marchó a cursar dos carreras a Granada ("un mundo de cultura universal", afirma).
"Con mi pueblo he tenido siempre una relación muy fluida, pero también crítica. Lo que he visto que había que transformar, lo he dicho en un poema o en prosa, como sea. Las huellas de mi pueblo en mi poesía son muy palpables. Lo mismo he hablado de la belleza del paisaje de la sierra de Mágina que de las cuevas, de las que vivía muy cerca. De hecho nací casi al lado, pero a los cinco años me fui a otra calle más lejos", explica, y añade:
"Las leyes de la frontera las aprendí en mi calle, mucha gente bajaba de las cuevas porque necesitaba tener contacto con el pueblo para trabajar, para comprar. Pero para arriba subía muy poca gente".
Bisnieto, nieto e hijo de pastores, vaqueros y tratantes de ganado, supo lo que Miguel Hernández probó con mucha más frecuencia que él, y de aquellas vivencias entre cabras, vacas y ovejas ha dejado también, negro sobre blanco, testimonio lírico:
"Mi padre era una persona extraordinaria, gente muy trabajadora de esa tercera España de la que aquí no se habla nunca. Parece que hemos estado enfrentados unos con otros siempre, y ha habido gente que no, que le ha tocado vivir y trabajar todo el día. En mi casa, hasta los domingos. Esto da mucho que hablar, la gente que no ha sido de un sitio ni de otro y se ha dedicado a sacar a su familia adelante y darle la mayor dignidad posible a través de su trabajo", reivindica. Y abunda:
"Mi padre tenía una peculiaridad muy importante, heredada seguramente de su familia, que eran pastores todos. Cuando le decían que trabajaban mucho, él decía: —'Sí, pero nadie me manda'. Eso es importante".
De esa rama paterna heredó el apodo, esa costumbre rural que, pese a andar ya en desuso, aún le bautiza para muchos: "En mi casa pertenecíamos a los Redondo, porque mi abuelo o mi bisabuelo (no recuerdo bien) tenía una mancha en una de las manos, muy grande, y de ahí le vino el mote. Todavía hay quien me lo dice cuando voy al pueblo".
Pero, ¿cómo lo ven sus paisanos? ¿Qué piensan de este literato y docente, de aquel chavea de la calle Numancia que inauguró su visión de la muerte con apenas ocho años, en su propio barrio, y que ahora se erige en galduriense ilustre?
"Un poeta comprometido con el ser humano, crítico convencido con lo que se tiene que ser, reconocido en el mundo cultural, tanto a nivel nacional como internacional, cuya obra ha sido reconocida, estudiada y valorada por las más importantes personalidades de la cultura, incluidos varios premios Nobel. Manuel Ruiz Amezcua es modelo para todos, de orígenes humildes, con su esfuerzo, superando incomprensiones, logró la relevante posición que hoy tiene en el mundo de la poesía", con palabras del cronista oficial de Jódar, Ildefonso Alcalá, para este reportaje.
Un insigne que, a la hora de la verdad, entre tanto aplauso, mira hacia sus adentros y reencuentra la memoria de los suyos como el mejor modo de celebración:
"Sobre todo pienso en mi padre y en mi madre, la alegría que se hubieran llevado si vivieran. Esa gente, esa generación tuvo una dignidad tremenda, supo sacar a sus hijos adelante desde el silencio". Un silencio ejemplar que Manuel Ruiz Amezcua puebla con palabras como estas: "Mi infancia son recuerdos / de un pueblo de Jaén / donde nada era claro, / salvo los ojos de mi madre" // Ahí quedó.
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