Maruja Marín, ¡como en el taller de costura en ningún lado!
Jubilada tras toda una vida entre agujas, la villacarrillense apuntaba alto en los estudios pero antepuso su familia a los libros, de lo que se siente satisfecha
Es imposible, porque murió casi once años antes de que la protagonista de este reportaje viese la luz primera, pero si no a ver quién se atrevería a discutir que cuando Unamuno pensó aquello de que "saber llorar es la sabiduría de la sencillez", tenía en su cabeza a Maruja Marín Moya (Villacarrillo, 1947).
Una mujer... eso, sencilla a rabiar, que en cuanto Lacontradejaén le pregunta "¿cómo se encuentra?", hace gala de esa sabiduría unamuniana, y responde: "Bien, pero sola", entre lágrimas inevitables. ¡Ay, esa soledad que no se busca!, como reza en la lápida mexicana del poeta Pedro Garfias.
Eso es lo que tiene Maruja, la pesada pena de dos años sin Antonio Navarro, su esposo, tras toda una vida juntos de la que les nacieron los dos hijos (Antonio y Luis) que, andando el tiempo, les dieron los tres nietos que, ahora, ponen futuro en los curtidos ojos de esta villacarrillense de manos de oro, como las de las monjas bordadoras.
Amante de los animales (esta conversación entre redactor y protagonista ha debido tener en cuenta la hora de salida de su perro, como tiene que ser, faltaría más), por las venas de Marín corre sangre de Villacarrillo desde hace la tira de tiempo, y a orgullo que lo tiene, vaya que sí: "Toda mi familia es de aquí, mis abuelos, mis bisabuelos... He viajado mucho con mi marido, gracias a Dios, pero nunca he salido de aquí, iba a salir pero no lo hice", explica.
¿Que qué quiere decir con eso? La respuesta es tan sencilla como la dueña de esas palabras: que le gustaba hincar los codos desde que no levantaba ni un palmo del suelo, que se sacó el Bachillerato, sí, pero que si Villacarrillo ganó una gran modista, cualquiera sabe si no se perdió a una estupenda profesora, una abogada de postín o una científica de Nobel:
"Me dieron una beca para irme a Valencia a estudiar, pero no me fui, por cuidar a mi madre. No pensé en el futuro, solo en que mi madre estaba siempre mala; ella quería que me fuese, pero yo era la mayor y preferí quedarme en la casa a irme a estudiar". Eran los primeros años de la bailonga década de los 60 y ella, la mayor de cuatro hermanos.
Ojo, que en su discurso hay de todo menos frustración, de tan satisfecha como está con la decisión tomada entonces: "Siempre he sido muy casera, a mis hermanas les gustaba salir y jugar pero a mí no, siempre estaba en la casa, haciendo cosas o bordando", evoca Maruja.
Y borda que te borda..., llegó a ser lo que ha sido y a vestir a tanta y tanta gente como han cubierto los frutos de sus manos:
"Yo veía una pasamanería y pensaba '¿cómo harán esto?, qué cosa tan bonita'. Me llamaba la atención bordar, pero luego me puse a coser, le hacía a mi hermana pequeña vestidos y las vecinas me decían 'hazle a mi nena un vestido', así empecé. Cuando me di cuenta, estaba envuelta por un montón de muchachas; así fue, ya está".
¡La de bodas, comuniones, bautizos y fiestas que ha embellecido con sus trajes, y ahí sigue, jubilada pero no retirada, que en cuanto le piden un modelito, allá que se lo cuaja: "Donde mejor me encuentro es en mi taller", sentencia. Bueno, en su taller o en pilates o en informática... No para.
Y claro, quien siembra, recoge: "En los tiempos que vivimos, parece que las personas buenas y trabajadoras van estando en peligro de extinción. Maruja es una de ellas", expresa, rotundo, Toni Pérez Fernández, presidente de uno de los emblemas del municipio, el Grupo de Espeleología local (GEV).
"Yo no sé lo que la gente pensará de mí, lo que sí sé es que cuando salgo a la calle me doy cuenta de que me aprecian", apostilla. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, reza un refrán. Y ella, encantada de devolverle a sus vecinos, a través de estas páginas digitales, el afecto que recibe:
"Villacarrillo es lo más de lo más, qué quieres que te diga; siempre he estado aquí, y qué alegría cuando vienes, si vas a algún sitio. Sales a la calle y 'adiós, buenas tardes...'. Es un pueblo muy acogedor, para mí es extraordinario". Lo que decía el cordobés Séneca, que nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya.
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