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Larva sí tiene quien le escriba: Manuel García Arias 'Topera'

Por Javier Cano - Febrero 12, 2023
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Larva sí tiene quien le escriba: Manuel García Arias 'Topera'
El larveño Manuel García Arias.

Nacido en Cabra del Santo Cristo y afincado en Elche desde su adolescencia, el amor de este poeta al pueblo donde se crio no mengua ni un ápice

"Tú haces que me sienta orgulloso / cuando recuerdo tu nombre, / tu color, tus aromas, tus tejados, / tus calles y tu cielo / y pregono por el mundo / ¡soy de Larva, qué más quiero...!".

Es solo uno de los muchos versos que Manuel García Arias (Cabra del Santo Cristo, 1958) ha dedicado a su pueblo adoptivo. Y no es que reniegue de su cuna: "Tengo el corazón dividido / entre Cabra y Larva", afirma en otro de sus poemas este hijo de la emigración de los años 60 en cuyo escudo familiar campea el apodo de su dinastía local:

"Yo soy de los Topera, mi padre era Topera y mi abuelo también. Y aunque soy de Cabra, Larva es mi pueblo, así lo siento. Lo amo, es el que me inspira toda mi poesía". Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

Hijo "de un mulero" y una madre que no pisó la escuela pero que derrochaba sensibilidad y era el ser poético de su casa, su primer exilio consistió en dejar los territorios que antaño fueron del marquesado de La Rambla y afincarse en "una cortijada de San Pedro", en el término municipal larveño. 

Hasta los "ocho o nueve años" vivió Manuel con su familia en el mar de olivos. Corrían los míticos 60 y, para muchos andaluces, la emigración era la mejor (cuando no la única) salida para construirse una existencia digna: "Nos vinimos a Elche en 1967, pero nunca he dejado de volver; uno tiene dentro ese recuerdo de la infancia, nunca dejas de llevarla dentro", relata. 

¿Y por qué a Elche, precisamente? La respuesta está en... Roger Vivier, el padre del tacón de aguja: "Llevar sueños en los pies es empezar a hacer los sueños realidad", dicen que dijo el afamado diseñador francés.

Y allá que se fueron los García Arias, a cumplir el objetivo de vivir en condiciones aunque para ello hubiese que poner de por medio los alrededor de trescientos kilómetros que separan el Santo Reino de la ciudad levantina, tan hernandiana ella que hasta su Universidad lleva el nombre del jaenerísimo autor de Aceituneros: "Andaluces de Jaén, / aceituneros altivos...".

"Fuimos arrastrados un poco al reflujo de la familia, y en este caso en Elche vivía una hermana de mi madre; mi padre quería Barcelona, Sabadell concretamente, porque tenía un sobrino allí, pero pesó más la decisión de  mi madre;lLa vida te lleva por caminos que están escritos pero que tú no conoces".

¡Que se lo digan a él mismo... y a su esposa! Una jiennense de Pozo Alcón que, paradójicamente, conoció a su marido allí, en tierras ilicitanas, trabajando en una fábrica, y que le ha dado sus dos hijos, conocedores de primera mano de las querencias geográfico-sentimentales de su padre. 

A PUNTO DE JUBILARSE

Adaptado muy bien a Elche, según él mismo confiesa a Lacontradejaén, fue llegar y besar el santo: diez añitos contaba, solamente, cuando se incorporó a una fábrica de calzado para arrimar el hombro a la economía familiar. "Al año de llegar, murió mi madre, y fue un cúmulo de desdichas", confiesa.

"Pero te vas superando y aquí estoy, me voy a jubilar pronto. Dejé los zapatos hace treinta años y me dediqué a otro tema, relacionado con la bollería. Siempre luchando", como el protagonista del poema de Bertolt Brecht.

"Pienso que el lugar no tiene por qué marcar el estar mejor o peor, creo que es la persona la que tiene que labrarse su futuro donde sea y como sea. En esas estoy desde siempre. Y esta tierra también la amo, me ha dado mi familia, aquí vivo. Pero siempre siento esa nostalgia, esa necesidad de proclamar a los cuatro vientos de dónde vengo": su Larva de su alma. 

Al municipio de Sierra Mágina vuelve de vez en cuando: "Llego pero nunca me quedo, paso desapercibido, hago la visita del médico, como se suele decir; no me entretengo, no hablo con nadie ni busco a nadie. Entro al pueblo, paseo, voy a esos rincones y a esos sitios donde tengo mis recuerdos, mis olores, mis sentimientos... Es una visita íntima". Como la poesía misma.

Pero, ¿de dónde le viene a Manuel García Arias ese apego a la palabra escrita? "Yo creo que me viene de mi madre, que no sabía leer ni escribir pero me acuerdo que de pequeño nos recitaba poesías, quiero acordarme que me recitaba algo de Machado. Tenía esas inquietudes, me acuerdo perfectamente aunque era muy pequeño; era una persona muy tierna. En aquella epoca, transmitía una cultura que se pasaba oralmente. No sé quién se las enseñaría, porque creo que ni fue al colegio".

Sea como sea, le venga de dónde le venga, la cuestión es que la poesía forma parte inherente de su sombra, de su anatomía, hasta de sus silencios:

"Es muy importante para mí, porque se convierte en una necesidad; es como el respirar, el comer, el sentir. Es una necesidad de vida, yo salgo a pasear y siempre llevo mi libreta (ahora el móvil, que también me sirve), pero siempre he llevado mi libretita y mi lápiz para escribir. Siempre he sentido esa felicidad, y sobre todo me hace feliz". 

Con esa felicidad y ese buen sabor de boca que deja una conversación protagonizada por el paisaje más entrañable, Manuel 'Topera' envía a sus paisanos un mensaje eterno, maravillosamente típico, rotundo: "Les deseo lo mejor, que sean felices". 

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