Jaén, calidad de vida
A mi regreso reciente y comprometido a esta preciosa tierra a la que siempre he apoyado y llenado con amigos de otras ciudades, me encuentro con lo de siempre —ahora desde otra perspectiva—, con la calma de sus calles y de sus gentes, algo a valorar frente a las ciudades de las que procedo, de mayor tamaño, actividad y, por tanto, estrés.
Mi cuerpo y su escucha, además de mi familia, me han hecho atender mi necesidad, la de quedarme a mi regreso, por lo que celebro mi empadronamiento en esta ciudad.
Leo noticias actuales del éxodo de jóvenes y envejecimiento de nuestra población y lo entiendo. Entiendo que los jóvenes tengan ganas de explorar y es necesario para que, con mayor experiencia, puedan volver en busca de calidad de vida ofreciendo lo mejor de ellos.
Hace seis años enfermé por estrés, síndrome de burnout, emplazándome a una recuperación lenta durante un año hasta que tomé la determinación de abandonar mi cargo, por salud, en una importante industria química. Era precioso, el ansiado mundo de los aromas, la química y la realización de proyectos 'ad hoc' internacionales. Aún a pesar de esto, me recuperé y tomé la decisión de acompañar a personas para que no les ocurriera lo mismo. Tenía suficientes herramientas que no usé cuando me fueron útiles.
Jaén nos muestra cosas que otras ciudades ya no muestran, siendo un tesoro. En nuestras calles y en nuestras plazas las personas se encuentran y se paran a hablar, a saludarse. Los señores de la posguerra se apoyan en sus garrotas a dos manos, observando a la gente pasar y el cambio fehaciente desde antaño, acompañados con un palillo juguetón entre los dientes. Eso sí, al hablar no se miran, aunque se sienten, como decimos aquí.
Los nuevos pasos que les rodean son más veloces, más solitarios, y ellos comentan el pasado en el que se recrean, donde habiendo menos, menos necesitaban. Son personas en extinción, entre ellas mi padre, Ramón, bancario de siempre, reconocido y persona de absoluta confianza, aunque ese era el sello de identidad de nuestros mayores. Personas humildes, prudentes, serranos, como nos dicen desde Úbeda.
Yo me quedo con ellos, con sus historias, su fortaleza y aceptación, verdaderos supervivientes en nuestra época, maestros, ellos sí practicaban la atención plena pues estaban enfocados en sus familias, hacían meditación mirando al campo y hacia al cielo, y no había más. Cómo cambian los ritmos, los tiempos, la mente, y nuestra forma de ver el mundo.
Ahora, necesitamos la gestión del tiempo, la del estrés, la de las emociones, saber hacia dónde queremos ir, nuestro propósito. Para huir de la conexión con cada uno de nosotros, nos llenamos de compromisos, distracciones y tareas, provocando malestar al fin y al cabo, porque no nos hacemos cargo de nosotros ni damos satisfacción real a nuestras necesidades reales, para poder llegar a la calma.
Como me dijo una gran amiga: "Es tarea ardua mantener las mínimas tareas al día y que no se llene de más".
Es por ello que Jaén no tiene la locura de las grandes ciudades, que nos conocemos casi todos y se puede caminar o utilizar un medio de transporte en no más de quince minutos para llegar a cualquier sitio. Me quedo con esta calidad de vida, para la salud y para el beneficio de todos.
Que el año que acaba de empezar nos traiga conciencia y conectar con aquello que necesitamos realmente, no deseos superfluos que llenan como paja nuestros entresijos. ¡Que podamos conseguirlo!
Únete a nuestro boletín