José Gómez López: "Tengo el campo metido en el cuerpo"
Huelma acaba de reconocer con su Premio al Trabajo 2021 a este agricultor, un hombre sencillo que no sabe vivir si sus pies no pisan tierra, pero de la que mancha
Cada quien tiene su himno personal, esa canción que lo define, que lo retrata, como si se la hubieran escrito ex profeso.
La de José Gómez López (Huelma, 1938) se convirtió en un exitazo a finales de los 70 en la voz del recordado Manolo Escobar y, con versos como estos, resume en unas pocas líneas la filosofía vital del protagonista de este reportaje:
"Me voy 'pal' campo, / levanto el vuelo /, regreso al nido, / regreso al nido / de mi verdad", interpretaba el icónico almeriense con su característico movimiento de cabeza en una de sus películas, Alejandra, mon amour.
Y es que ese es (pero clavadico, clavadico) el lema que campea en la mente y el corazón de este agricultor huelmense que supera ampliamente la ochentena pero que, a más distancia de su terruño, más nostalgia, más ganas tiene de llenarse las botas de tierra:
"El campo está metido en mi cuerpo, en mi casa no aguanto un día entero; ¡mientras pueda conducir y andar...! Echo hortalizas, riego las plantas y me vuelvo satisfecho. Me da vida", expresa, rotundo.
Superviviente a la Guerra Civil Española (conoció a su padre ya con dos años de vida, cuando este regresó del campo de batalla), a la dura posguerra (que salvó airoso gracias al sudor de su frente y las de los suyos) y a los peores momentos de la pandemia (fue de los 'privilegiados' que tenían que ir a echar de comer a los perros), este agricultor vocacional asegura que el mayor de los paraísos está a un palmo: en Huelma, en el campo de su pueblo:
"Ya jubilado, cuando mi mujer y yo hemos ido ocho días a un hotel o apartamento de la costa, estábamos deseando volver", afirma. ¡Vamos, que es más de Huelma que la tortilla de collejas!
UNA VIDA DE TRABAJO DE LA QUE ESTÁ SATISFECHO
Echa la vista atrás y no reniega: "Si volviera a nacer, repetiría todo. He trabajado mucho, pero he disfrutado, porque he conseguido casi todo lo que me he propuesto. Lo sabe todo el que me ha conocido". No es poco llegar en plenitud de satisfacción a esa edad en la que (lo dice la Biblia), la sal pierde su sabor.
Cuenta que no tenía ni ocho años cuando comenzó a trabajar en el cortijo que le arrendaron a su padre, donde guardaba animales; con la yunta después, o curtiéndose a callos con la hoz en la mano en los tiempos en que segar, trillar y aventar eran de todo menos actividades asistidas por maquinaria. A sangre.
Y de noche, a hacer los deberes que le dejaba el maestro itinerante de la época, que José Gómez, al contrario que el protagonista de otra canción agraria de Manolo Escobar, sí entiende y sabe de letras.
Eso sí, aquel escenario de libro de Delibes o poema yuntero de Miguel Hernández fue, precisamente, el que le procuró conocer a su compañera de vida, María Roa Guzmán:
"Había una fuentecilla en el monte, ella iba con un borriquillo por agua, con su madre, y yo guardaba las ovejas por allí. Tenía diecisiete años, y ella catorce. ¡Le eché el ojo!", exclama.
Y se lo echó bien, que a día de hoy superan seis décadas de feliz convivencia, de la que les nacieron sus tres hijos (el varón ha seguido sus pasos agrícolas) y a la que siguieron los siete nietos de los que presume, orgulloso: "Una es médica, otro biólogo en la Universidad de Jaén y los demás están estudiando".
Ya establecido por su cuenta como tractorista y encargado de la finca en la que se forjó como profesional en eso de sudar de sol a sol, empezó a verle fruto a su lucha. Una trayectoria inacabable a la que puso punto y seguido hace alrededor de veinte años, cuando se jubiló 'de boquilla', porque ni un solo día falta a sus tierras: "Crío hortalizas para la familia", celebra. O lo que es lo mismo, que disfruta viendo disfrutar.
Ama tanto las escenas rurales como el viejo Brueghel, el de los increíbles naranjas de Los segadores, hasta el punto de que se ha convertido en todo un 'emérito', vaya que sí. Ahí está su labor en el Grupo de Voluntarios Ambientales de Huelma, donde derrocha sabiduría:
"Abrimos caminos forestales que ya no existían, porque estaban cerrados de montes, y yo los recordaba de antaño, he colaborado en abrirlos y señalizarlos; y hemos abierto los antiguos neveros, hemos restaurado las zonas de piedra seca de los pastores, que ya estaban destruidas, y muchas cosas más", relata como lo haría el niño que vuelve a clase tras unas vacaciones de ensueño en el parque de atracciones de moda.
ENAMORADO DE SU PUEBLO
Así es José Gómez López, a quien el Ayuntamiento de su patria chica ha reconocido en la última edición de sus premios locales con el galardón al trabajo. Algo tendrá el agua cuando la bendicen:
"No es que me guste mucho ser protagonista, pero ya que está uno metido en el tema y lo han elegido, pues se acepta, se agradece mucho", declara respecto al homenaje recibido.
Lo que sí le gusta es presumir de pueblo, de vecinos: "La gente de Huelma es sencilla, acogedora, el que viene aquí no se encuentra desamparado. Este es un pueblo pequeño, tranquilo y de buena gente". ¿No decía Unamuno que el mundo entero era un Bilbao más grande? Pues lo mismo, pero jaenizando el topónimo.
En esos poco más de doscientos cincuenta kilómetros cuadrados se desarrolla la vida de José, tan activo que no renuncia a uno de esos placeres inexcusables para quienes peinan canas desde hace unos cuantos años, eso que Romero Murube consideraba la medida exacta del refinamiento de un pueblo: el baile.
¡Si hasta fue uno de los fundadores del colectivo Bailando en Mágina! En cuanto la pandemia se vaya (pero de verdad, verdad), a ver quién le quita quemar suela junto con María cada sábado.
Sí: el campo, bailar agarrado, estar con su familia, envolverse en la cálida manta de las calles de su Huelma natal... y trabajar, "que es un deber": "Las personas que no trabajan no pueden hablar". Vaya frase final de José Gómez López: el lema de su escudo de noble labrador.
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