Juan Alcalá, el eterno abanderado musical de Lopera
'Juanito Cartagena', una institución en el municipio, se convertirá en Loperaño del año el Día de Andalucía, tras una vida de entrega a su pueblo
Será por aquello que dijo Platón (que la música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo) por lo que Juan Alcalá Melero (Lopera, 1941) está como una rosa, espléndido a sus casi ochenta y dos inviernos.
De todo menos fatigado, sin concesiones al hastío, como el gran Fauré, que ya no peinaba ni canas y, sin embargo, continuó entregado a la música hasta el final, volcado principalmente en los jóvenes músicos de su tiempo.
"Estupendo estoy", asegura, vitalista e incombustible. Y eso que sabe lo que es pasar por el trance de la enfermedad, con mayúsculas.
Pero nada ni nadie retira de la corneta a Juanito Cartagena (como cariñosamente es conocido en su patria chica), ese instrumento del que ha sido tan virtuoso como Arban y a cuya boquilla le ha regalado los mejores 'besillos' de su vida:
"La corneta me viene de mi padre, que era hermano de la Virgen de los Dolores; se juntaron los amigos, siete u ocho, cada uno compró una trompeta, un trombón, dos o tres tambores e hicieron una bandilla. Eso fue en la terminación de la Guerra", recuerda para los lectores de Lacontradejaén.
Sí, todavía llevaba pantalón corto y ya andaba Juan Alcalá entre músicos, imaginándose en procesiones y conciertos, más contento que unas Pascuas cuando cerraba sus ojos y se soñaba uniformado con galones y entorchados de director de banda.
"Cuando tenía yo cinco años, mi padre no quería que cogiera la corneta; él se iba a trabajar, a arar con los mulos, y yo me ponía a pegar pitorrazos en la cuadra", rememora.
Así comenzó una estable y duradera historia de amor entre este entrañable loperano y el instrumento que lo ha convertido en toda una institución de su municipio. Si será así, que el próximo 28 de febrero, Día de Andalucía, vivirá uno de los momentos más emotivos de su trayectoria, cuando la tierra de sus amores le entregue uno de sus más honrosos títulos:
"Me siento orgulloso de que Lopera haya tenido el acierto de nombrarlo Loperano del año, porque realmente se lo merece. Ha llevado su pueblo por bandera en multitud de procesiones, romerías, conciertos..., y sobre todo valoro la formación musical y el apego que ha tenido con gente a la que ha ayudado mucho. Ha creado una escuela. es una persona entrañable", celebra José Luis Pantoja, cronista oficial de la villa.
Ese municipio del que no se ha separado prácticamente a lo largo de toda su existencia, con el breve paréntesis del año y medio que pasó en la capital de España, en El Goloso, como voluntario del Ejército, donde rápidamente detectaron su talento:
"Tenía yo dieciocho años entonces. Allí, cuando van los reclutas, lo primero que buscan es la banda de música, nos pusieron enfilados a todos, y a los que hacían sonar el pito los ponían a un lado. Yo cogí la corneta, me lie a tocar y al final me hicieron también cornetín de órdenes. Allí había veinticinco o treinta mil soldados, era muy grande aquello", evoca. Grande, sí, pero nada comparado con los jóvenes pulmones de un Juan Alcalá en plenitud de facultades.
Pero antes, mucho antes de ese episodio castrense de su biografía, con apenas ocho años de edad, ya demostraba no solo sus habilidades sonoras, sino también su carácter emprendedor, imparable:
"En Falange pusieron un comedor, me apunté y uno que se llamaba Nicolás (en paz descanse) dijo: '¡Este es el que puede apañar una banda!'. Había otro señor, que le decían Antoñito el coronel; se trajo tres tambores, un redoblante, cuatro cornetas largas y dos cortas (una de ellas, de llave, la tocaba yo ya), y apañamos una bandilla. Íbamos los sábados y domingos a la puerta de la iglesia, que había una cruz de los caídos, y tocábamos el Cara al sol. Se me pone el vello de punta cuando me acuerdo". De memoria tampoco está mal Juanito Cartagena, vaya que no.
Luego, regreso a Lopera, donde compaginaba su afición (su pasión, más bien) con el volante del camión de su padre, del que se hizo cargo hasta terminar convirtiéndose en su medio de vida hasta la jubilación.
Un volante, por cierto, que a día de hoy sigue manejando ya en formato reducido: "Tengo un coche chiquitillo (aclara), me han dejado para dos años más el carné, pero no salgo a la carretera, lo uso para ir a hacer mandados o a los ensayos". Y música, mucha música:
"Cuando volví, me lie a tocar con la banda, y hasta ahora. Primero, con la formación que nació al abrigo de la antigua Organización Juvenil Española (la popular OJE) y después, con la agrupación que él mismo se cuajó: "Tuve que hacer yo una banda por mi cuenta, eso fue en 1970 o por ahí". Más de uno habrá adivinado ya a qué conjunto se refiere, todo un clásico de la música loperana: la Banda Juan Alcalá. "Cuando no había quien le tocara a Lopera, ahí estaba él y su banda", sentencia el cronista oficial.
Una vida entre palabras de tambor y el agudo idioma de metales y vientos, que actualmente sigue viento en popa con Fusión, la banda resultante de la unión de sendas agrupaciones loperana y marmolejeña, que dirige junto con "otro fenómeno", Miguel Ángel Jiménez Soto:
"Es de categoría, tenemos sesenta y cinco personas, tocamos en Puertollano (Ciudad Real) la semana pasada y estaremos en la procesión de la Borrquita de Madrid, el Resucitado en Jaén, en Córdoba, en Málaga, en Torredelcampo, en Lopera y en Marmolejo. ¡Tenemos la agenda completa", expresa Alcalá, satisfecho.
Tan completa como la foto de familia, que Juan tuvo tiempo también de formar un hogar amplio, feliz y claro..., ¡de lo más musical!
Veintitrés años tenía el protagonista de este reportaje cuando se casó con María del Carmen Fernández, una montoreña a la que conoció en sus tiempos de camionero y para quien no tiene más que buenas palabras: "Mi mujer es un fenómeno, se merece todo lo mejor", manifiesta con un nudo de emoción en su curtida y fértil garganta.
Once hijos alegraron esa casa, de los que solo uno se quedó en el camino. Once churumbeles que, lógicamente, llevan la música en la sangre, lo mismo que algunos de sus veinte nietos (¡veinte, sí). Una prole a la que ha inoculado los valores que él mismo recibió del arte de las musas, como llamaban los griegos a eso de sacarle sonidos gratos a cualquier cosa.
Valores entre los que destacan el compañerismo, el espíritu de cooperación, la deportividad... 'Stop', que con el fútbol hemos topado. Otra querencia de Juan Alcalá Melero, forofo del balompié, que supo aprovechar en su día para tener todavía más contentos a sus pupilos:
"Hice un equipo con gente de la banda de la OJE, de cadetes; nos dieron un balón y un juego de camisetas ¡y apáñatelas! La gente disfrutaba mucho, hacíamos el número que se hace para sacar el balón del cenro, desfilábamos, un grupo a cada lado, y la gente nos hacía palmas".
Dos o tres años duró la aventura futbolera, inolvidable para el músico, que ahora pisa otro césped, otros terrenos: "Tengo mi huerto, mis conejillos y mis gallinillas; voy, quito las cuatro hierbas malas, siembro unos tomates y luego vengo, me tomo mi copita y a las siete me subo al ensayo, todos los días menos los sábados y los domingos".
Ya no tiene que demostrar nada, es un referente para sus paisanos y una figura imprescindible en el paisaje de Lopera. Es su eterno abanderado musical, su figura se agranda cuando envuelve con su mano el asta del banderín, pero pese a tanta gallardía su voz se quiebra, de emoción y de aprecio, si toca hablar de Lopera, de sus vecinos, su gente: "Estoy muy orgulloso de todos ellos, y de mi pueblo". C'est réciproque, diría Fauré.
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